lunes, 26 de julio de 2021

De Otto von Bismarck a Cecilia Nicolini

     Otto von Bismarck y Cecilia Nicolini

Por Rogelio Alaniz

El llamado "Mariscal de hierro", Otto von Bismarck, es considerado por los historiadores como el paradigma del estadista decidido a representar el interés nacional si es necesario a través de las virtudes del "hierro y de la sangre".

Exageraciones retóricas al margen, convengamos que si alguien en la segunda mitad del siglo XIX dio lecciones al mundo acerca de lo que son las tareas y las responsabilidades de un jefe de Estado, ese alguien fue Bismarck, el hombre que no solo unificó a Alemania, sino que supo diseñar una estrategia de equilibrio político europeo que de haberse respetado es muy probable que Alemania, y la humanidad, no hubieran pagado el costo material y humano de dos guerras mundiales. Retirado de la política por las miserias de un monarca inepto, egoísta y miserable, Bismarck se dedicó en sus últimos años a escribir sus Memorias, un texto revelador de la política y la diplomacia de todos los tiempos, texto que, dicho sea de paso, lo revela no solo como un pensador brillante, sino como un distinguido escritor. No recuerdo exactamente si en las "Memorias" o en su "Correspondencia", Bismarck escribe lo siguiente: "La política no tiene el derecho ni el deber de desempeñar las funciones de juez. Su papel se limita a preguntarse simplemente y en todas las circunstancias, ¿qué ventajas ofrece esto al país? ¿Cómo puedo extraerle mejor y mayor provecho? Las consideraciones sentimentales tienen tan poca razón de ser en los dominios de la política como en el comercio". Maquiavelo, Metternich o Talleyrand seguramente hubieran aprobado estas consideraciones. Y descuento que Weber las hubiera firmado a ojos cerrados.

Comparemos ahora estas reflexiones, sabias y realistas, con la estrategia llevada adelante por el actual gobierno nacional peronista. El texto de Cecilia Nicolini habilita al respecto algunas reflexiones oportunas y reveladoras. En principio, estamos hablando de una carta escrita por una secretaria de Estado, texto sobre el que suponemos la ministra de Salud y el propio presidente deben de haber tenido conocimiento porque de no ser así estaríamos ante una situación más complicada y hasta algo desopilante, en tanto una funcionaria de jerarquía menor participa o toma decisiones estratégicas por la libre.

Como Bismarck insistía que la política se desenvuelve en el reino de lo particular y lo contingente, no perdamos de vista que esta carta se escribe en un contexto histórico preciso, es decir, cuando el mundo se debate en medio de una pandemia y la Argentina a ese debate o a esa "batalla", lo está dando en condiciones complicadas, cuando no confusas o deficitarias. La carta de Nicolini a un funcionario del gobierno ruso gira entre el reproche, el desconsuelo y la melancolía. Semejante tono a Bismarck le hubiera erizado el bigote y su amplia frente se hubiese cubierto de profundas arrugas. No es para menos. Con más de 100.000 muertos y con un porcentaje de vacunados que no está a la altura de nuestras necesidades, la señora Nicolini o, para decirlo de una manera más formal, el gobierno nacional, descubre que ha sido engañado o que las promesas que le hicieron están muy lejos de cumplirse. Como se dice en estos casos, nadie esta librado del engaño o el embuste, pero el tono de un jefe de estado no puede ni debe ser en principio el de la "costurerita que dio el mal paso", al decir de Evaristo Carriego. En efecto, en la carta de la funcionaria peronista no hay enojos ni protestas ruidosas, lo que flota a través de las palabras es el desengaño, algo así como la tristeza que nos suscita saber que el amigo en el que confiamos nos ha mentido o por lo menos no ha hecho todo lo que esperábamos de él. ¿Es necesario explicar que si Rusia no cumple hay tribunales internacionales para presentar las demandas de un Estado que se respete a sí mismo, recursos más eficaces que una cartita plagada de suspiros? Pero el gobierno opta por la penumbra, por la intriga menor, por el culebrón irrelevante, por la anoréxica novelita epistolar.

¿Se privilegió a Rusia y a China por motivos ideológicos, es decir, por la fascinación que les provoca a nuestros adalides nacionales y populares las autocracias? Algo de eso hubo, pero sospecho que además mediaron otras especulaciones. Lo sospecho, no lo afirmo. La especulación de hacer buenos negocios y además de contar con "amigos" que se favorezcan, contar con "amigos" que luego sean generosos para favorecer a quienes le dieron la formidable oportunidad de enriquecerse. ¿Cómo lo dijo Patricia Bullrich? Palabras más, palabras menos, como lo dijo Patricia Bullrich.

Conclusión: gravitaron las peores consideraciones: la obsesión ideológica y la obsesión por el "bolso". Seamos piadosos. No son malos muchachos, al decir de Scorsese. Supongamos que efectivamente quisieron que los argentinos dispongamos de las vacunas necesarias. Y que estaban sinceramente convencidos de que los camaradas chinos y los camaradas rusos se las iban a brindar. Y en homenaje al pragmatismo, hay que decir que también se tomaron el trabajo de hacer negocios con Astrazeneca. Pagaron una fortuna por anticipado para que las vacunas luego lleguen en cuentagotas.

También en este caso había algunos decididos a hacer gestiones oficiosas a cambo de suculentas comisiones. Los operadores e intermediarios. Esa tentación irresistible por el bolso y la caja fuerte que constituye la matriz de esta criatura forjada entre las ventiscas y las nieves de las lejanías patagónicas. Y eso sí: todo hecho con la mejor de las intenciones. Nos enriquecemos (¿acaso no tenemos el derecho a hacerlo?), pero en menos de tres meses todos los argentinos estaremos vacunados. Alabado sean los dioses. Después pasó lo que pasó y lo que además estaba cantado que iba a pasar. La carta de Nicolini es la confesión pudorosa y vergonzante del desengaño. El problemita es que ese error de cálculo, esa persistencia en atender más el interés de la retórica ideológica y el interés nacional y popular de sus operadores preferidos antes que el interés nacional, los condujo a esta situación. Entretenido el jueguito; conmovedoras las lágrimas y las congojas, pero mientras tanto el tiempo transcurre y las vacunas que llegan están muy lejos de atender nuestras necesidades, sobe todo cuando una tercera ola amenaza a la vuelta de la esquina.

Volvamos a Bismarck. En política hay intereses y no afectos. Y mucho menos afectos ideológicos de dudosa y vidriosa correspondencia. ¿Y cuál es hoy el interés nacional decisivo de los argentinos? Las vacunas. No es tan complicado entenderlo. En una situación límite las exigencias suelen ser muy claras. Si estoy extraviado en el desierto, muerto de sed, la necesidad es el agua; y si me estoy ahogando, la necesidad es el oxígeno; y si la nación declara una guerra, la necesidad son las armas. Pues bien, ¿es tan difícil entender que con más de 100.00 muertos la necesidad es conseguir vacunas? Conseguir todas las vacunas, vengan de donde vengan. Si el Diablo las ofrece, al Diablo se las compro, a condición de que no me impida comprarlas también a San Pedro, a Lucifer y al gauchito Gil.

Pues bien, pareciera que a estas verdades elementales de realismo político nuestro gobierno no las tuvo en cuenta, o por lo menos no les dio la importancia que se merecían. Y ahora llegan las cartitas apenadas. Imagino la carcajada homérica de Bismarck o la sonrisa burlona de Maquiavelo o el sugestivo movimiento de cejas de Talleyrand. Señores, les hubieran dicho estos caballeros, no solo se equivocan, sino que ahora "lloran como mujer lo que no supieron defender como hombres".

© El Litoral

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