Por Nelson Francisco Muloni |
Arreglando algunos papeles que quedaron esparcidos por mi escritorio, encontré viejos escritos míos que abandoné, por aquellas cuestiones del puro olvido, nomás, junto a algunas fotografías mucho más antiguas que aquellos escritos ya que hallé, entre el sepia y la desmesura del tiempo, varias que ilustraban mi niñez. Hurgué, sin más, en todo el escritorio. Allí estaban los caminos. Aquellos senderos que la vida me fue abriendo junto a mis afectos, mis amigos, mis compañeros...
Pensé en aquel verso de Jaime Dávalos “nostalgiosa llevo el alma...” que la música de Eduardo Falú había acariciado llenando de jazmines perfumados el aire de mi propia nostalgia, nostalgia que no es otra cosa que el propio crecimiento, el propio andamiaje de la sangre.
En medio del tumulto de la incomprensión diaria, con pestes y pandemias agrediéndonos el latido, con muertes, injusticias, estolidez y tragedias que enarbolaron desmesuras y heridas en la piel y el corazón, repasé, con mis manos, aquellas fotos que, de algún modo, indicaban un rumbo. Rumbos. Errores. Dolores. Lágrimas. Y también las sonoras alegrías del poema entre los amigos y el vino derramado en la mesa generosa de cariños.
Saber que uno puede ser dichoso venciendo, con la copla guardada en la servilleta del bar, al hambre y a las penurias de la cotidianeidad, es uno de los mayores regocijos a la esencia de esas vísceras que nos van moldeando para no sé qué vida, qué hermosa vida o qué puta vida...
Entonces, uno piensa en las canciones, las canta, se emborracha de alcoholes y de noches disfrutando las bendiciones del rocío entre cada soledad, cada temor, cada anhelo. Y uno va mezclando todo eso con el trabajo para el pan, casi siempre escaso, pero lleno de las voluntades de quienes nos aman y a los que amamos, sin más ni más, sin darle vueltas a ninguna vieja camisa.
Las fotografías guardan eso. El tiempo y las últimas miradas, las queridas sonrisas, la seriedad de los que siempre están. Aunque no estén...
Porque aquellas imágenes son como otra vida, un astro diferente pero conocido, quizás el vestigio del último laberinto de la vida o, al menos, de la íntima búsqueda de la salida, necesariamente única.
La nostalgia es esto, puro recuerdo y búsqueda y, aunque por allí la memoria parece ser una lejanía, hay como un ramalazo que nos despierta y nos obliga a escarbar para encontrar, si es posible, la sonrisa o la lágrima de lo que no volverá a ser.
Porque los caminos hay que andarlos en una sola dirección, como cuando se estampa la vida en una fotografía...
© Agensur.info
0 comments :
Publicar un comentario