Florencio Randazzo
Por Claudio Jacquelin
Las elecciones presidenciales de 2019 no solo devolvieron al poder al kirchnerismo. Consolidaron la polarización extrema y dinamitaron la, por entonces, gastada avenida del medio. Dos años después, se advierte un acelerado intento de repavimentar y ocupar los carriles centrales de la autopista política.
Por un lado, a ambos lados de la grieta aparecen sectores preocupados por captar o retener al votante blando o moderado, sin suficiente arraigo ideológico ni emocional con ninguna de las dos expresiones políticas mayoritarias. Así como a los desencantados del albertismo nonato o del macrismo fallido. Sin ellos, la construcción de mayorías resulta una utopía.
Entre ambos pretende colarse una vez más Florencio Randazzo, el último de los peronistas irreductibles al poder de Cristina Kirchner. Aunque él rechaza la imagen de la avenida del medio (por gastada) y busca ser visto como una alternativa superadora de los dos polos. Tampoco quiere ser percibido como “el lado B del peronismo”, por lo que a su alrededor admiten que su objetivo es “quedarse con la baldosa del medio de los dos extremos”. La prudencia y la experiencia aconsejan pasar de la vialidad a la arquitectura domiciliaria. ¿Menos es más?
La idea de retener o captar desencantados parece ser el gran desafío de todos. La magnitud del reto se multiplica cuando se advierte un hecho que los votantes menores de 28 años no han experimentado: por primera vez en 12 años la oferta electoral no hace prever la aparición de ninguna novedad disruptiva.
Más allá de las caras más o menos nuevas que presentará cada espacio, parece difícil que en la góndola electoral aparezca algo similar a las construcciones opositoras que encabezaron Francisco de Narváez en 2009, Sergio Massa en 2013 y Mauricio Macri en 2015. Solo habría variaciones en si menor.
Esa particularidad obliga a Randazzo a la construcción de un espacio lo más amplio posible, en el que empiezan a enrolarse Roberto Lavagna y sus seguidores, peronistas con pasado –pero sin presente y menos aún destino en el oficialismo–, más los socialistas santafesinos que respondían al fallecido Miguel Lifschitz, entre otros. También podría sumar algún perocambiemita, como el exministro vidalista Joaquín de la Torre, que por ahora se hamaca entre ambos espacios.
Figuras versus marcas
Más que en las figuras, la novedad estaría así en el conjunto o en la marca y en la propuesta por ofrecer. Toda una curiosidad (o una audacia) en tiempos en que la personalización de la política parece definitiva y los proyectos quedan subsumidos por la potencia de los nombres y las adhesiones emocionales que generan. Pero los techos de crecimiento y los altos pisos de rechazo de Cristina Kirchner y Macri y la ausencia de figuras capaces de ponerlos en el anaquel del pasado lo hacen probable. O al menos dejan un espacio para intentarlo.
Los límites de la polarización entre el cristinismo y el macrismo ya habían obligado en 2019 a reconfigurar ambos espacios. Cristina Kirchner sacó de la manga a Alberto Fernández, para sumar (e indultar) hasta a quien había prometido (y mucho había hecho por) meterla presa. Sergio Massa fue la clave para el colapso de la avenida del medio y atraer lo que la expresidenta repelía. Del otro lado, la unidad cambiemita optó por un peronista (Miguel Pichetto), aunque nada permite asegurar que su incorporación le haya dado más vigor que el miedo a un kirchnerismo otra vez hegemónico.
Manes, a punto de dar el sí
Así, la singularidad más notable que el tiempo preelectoral ofrece es la que explora la UCR, el partido más institucionalista: convencer al neurólogo Facundo Manes de que lidere su lista de precandidatos a diputados en la provincia de Buenos Aires. El históricamente poco desarrollado apetito por el poder de los radicales parece haberse despertado, como para abrirse a la personalización que representa Manes. Pretende con él retener a los electores lábiles de JxC y captar a los de los carriles del medio que lo rechazan por el perfil ideológico y el fracaso económico del macrismo. Así lo resumen los principales dirigentes radicales.
Desafiar al statu quo de la coalición opositora aparece como una tentadora manzana con la que han hecho tambalear la autodefensa del popular médico. Hasta hace nada, Manes prefería quedarse fuera de la contienda legislativa con el objetivo de preservarse para las presidenciales pospandémicas. Su hipótesis (o expresión de deseos) era que la pandemia terminaría por arrasar con las estructuras y los dirigentes políticos actuales y que el futuro se dirimía entre un candidato antisistema y un outsider del sistema (que vendría a ser él). Ahora está siendo expuesto a la antítesis. Todavía no hay síntesis, pero no parece lejana.
“El kirchnerismo y el macrismo ya fracasaron. Si el radicalismo está dispuesto a ganarle a Pro, yo estoy para ayudar ahora y sumarme en el lugar que más convenga. Yo no cambié, lo que cambió es el contexto”, dicen estrechos allegados a Manes que le han escuchado afirmar después de que la dirigencia partidaria le propuso postularse.
La oferta de los radicales encierra algunas asechanzas para el médico. Presentarse en las elecciones legislativas le quitaría la condición de outsider para 2023, lo obligaría a embarrarse ahora en una campaña y lo pondría en la coctelera homogeneizadora de la Cámara de Diputados. Adiós a la virginidad tan preservada. Bienvenido al “mismo lodo todos manoseaos”.
Manes ya empezó a sentir lo que es bajar del escenario neutral de la difusión científica. Se le ha escuchado decir que en los últimos días ha visto “más operaciones que en más de 30 años de cirujano”. La gran diferencia es que esta vez es él quien está en la camilla del quirófano (político). Y ahí no hay anestesia.
Todos los dirigentes radicales con aspiraciones presidenciales se ilusionan con el sí de Manes, que anteayer percibieron al caer. Ninguna de sus expresiones (verbales ni corporales) anunciaba una negativa. Desde los más curtidos, como Gerardo Morales, hasta los más noveles, como Martín Lousteau, la mayoría se entusiasma. Para todos sería win-win. Les permitiría terciar con peso en la interna cambiemita, en la que su mejor negocio ha sido ser furgón de cola del macrismo. También les daría volumen para constituirse en una opción de poder y al mismo tiempo pondría a Manes en un plano de igualdad entre todos ellos. De outsider a insider.
La candidatura del médico no es deseada solo por los radicales, sino también por el macrismo puro y duro, liderado por el propio expresidente y su primo intendente. El desembarco de Manes en la provincia es visto como una posibilidad de frenar la avanzada de Horacio Rodríguez Larreta, encaminado a imponer a su vicejefe, Diego Santilli.
Con Santilli en territorio bonaerense y María Eugenia Vidal en la ciudad, Larreta se propone dar la primera batalla por el liderazgo con una impronta moderada, destinada a ampliar las fronteras para su candidatura presidencial. Pero Macri no se resigna al retiro ni adhiere a las derivas moderadas. Teme ser la víctima propiciatoria.
Por eso, sigue impulsando a Vidal para la provincia y a Patricia Bullrich para la Capital. Alfiles de un juego mayor, que en algún momento deberán dirimir el expresidente y el alcalde porteño.
Massa no abandona el medio
La mira puesta en 2023, con escala en 2021, también impacta en el oficialismo. Allí Sergio Massa no desaprovecha oportunidad para ser visualizado por los refractarios al cristinismo y los desencantados de Fernández. Sus proyectos para aliviar a la clase media y a las pymes y su promocionado viaje por los EE.UU. se inscriben en esa lógica.
“Alberto se cristinizó y dejó un lugar vacante entre los que lo votaron para que construyera algo superador del kirchnerismo. Ese es el lugar que Sergio empieza a ocupar. Ahora es funcional para todos porque contiene. Después se verá”, explican sus allegados, con aires de inocencia. La aparición de encuestas para instalar en el escenario de 2021 a Malena Galmarini, la esposa del tigrense, y su propia hiperactividad vuelven a poner la mira sobre la confianza. Su gran pasivo.
No extraña así la publicidad de sus actividades en Washington, que van desde gestiones supuestamente exitosas para lograr el apoyo de la administración Biden en las negociaciones con el FMI hasta para obtener vacunas contra el Covid.
Tampoco sorprende, entonces, que desde la Casa Rosada le bajen el precio a cada una de sus acciones, aunque lo hagan con aparente comprensión y fingida misericordia. “Sergio es así, hasta llegó a decir que él fue clave para que Axel Kicillof reabriera las escuelas. Pero mientras sume, no pasa nada”, argumentan. No es casual el ejemplo. La vuelta a las aulas parece otra concesión para retener al electorado no cautivo.
Todo sea por repavimentar los transitados y cruciales carriles del medio.
© La Nación
0 comments :
Publicar un comentario