Chaco. La vicegobernadora Analía Rach Quiroga agradeció a “la equipa”.
Por Sergio Sinay (*)
De dos cosas con seguridad no se vuelve. De la muerte y del ridículo. Esta semana, la vicegobernadora de Chaco, Analía Rach Quiroga, confirmó la segunda. En el Día del Periodista presentó un así llamado “manual de buenas prácticas para una comunicación no sexista”. Y agradeció a “la equipa” (sic) del Frente de Trabajadoras de la Comunicación que participó en la confección del legajo.
Pareciera que, en el modelo mental de esta funcionaria, como en el de tantas otras que invierten su tiempo en engendros análogos, la palabra “equipo”, y quizás otras, como objeto, discurso, cometido, logro, progreso, verano, invierno y decenas de miles terminadas en “o”, plantean una comunicación sexista, abusadora, violadora de derechos y creadora de desigualdad. Y deberían ir siempre acompañadas de su contrapartida. A saber: objeta, discursa, cometida, logra, progresa, verana, invierna, etcétera. Ya que estamos, ¿por qué no decir “lenguaja inclusiva”, “gabineta de ministras”, “proyectas de la gobierna” y demás aberraciones por el estilo? ¿Por qué no imponer en los libros de lectura de la escuela primaria frases como “la vaca cansada amasaba la papa para tragarla”? U otras similares, en donde la letra o y sus consecuentes formulaciones queden eliminadas para simular, a través de un lenguaje excluyente (que expulsa palabras, vocales, nociones y conceptos), la verdadera igualdad y equidad que no se generan a través de políticas y conductas.
El gag verbal de la funcionaria es apenas un síntoma, uno entre tantos, de un TOC (trastorno obsesivo compulsivo) ya instalado en el ADN del kirchnerismo. El de imponer relatos que borren u oculten la realidad en el convencimiento de que lo que se dice se materializa y lo que no se dice no existe. Basta recordar al actual gobernador de la provincia de Buenos Aires cuando pretendía que si no se nombraba la pobreza ni se la evidenciaba con números y porcentajes, los pobres dejaban de ser “estigmatizados” y desaparecían del escenario económico y social. Esa misma obsesión prestidigitadora parece haberse acelerado al ritmo de estos tiempos, cuando ya no hay viento de cola y la mala praxis en cada acción o decisión gubernamental asoma garantizada de antemano. Así es como se prometen heladeras y bolsillos llenos, asados por doquier o millones de vacunas en un continuo desprecio por la inteligencia de los ciudadanos, a quienes se pretende convencer de que lo que existe es lo que se promete y lo que se dice (y se desdice), y no lo que se experimenta, se padece y se vive.
En el final de 1984, la siempre vigente novela de George Orwell, hay un apéndice que explica los fundamentos de la “neolengua”, el lenguaje oficial y obligatorio de la ficticia Oceanía, donde transcurre el relato, creado por el Ministerio de la Verdad, cuya función era imponer la mentira. Allí se dice que “el pensamiento dependerá de las palabras. Al contrario de otras lenguas, el vocabulario neolingüístico se hace más pequeño, en vez de expandirse”. Se advierte que “el propósito es imponer una actitud mental en las personas que usen dicho vocabulario. Muchas ideas en pocas sílabas. Ninguna palabra es ideológicamente neutral”. La neolengua local se ajusta a la de Orwell: “La intención de la neolengua no era solamente proveer un medio de expresión a la cosmovisión y hábitos mentales propios de los devotos del Socing (partido gobernante) –se lee en la novela–, sino también imposibilitar otras formas de pensamiento”. Y se explica que “esto se conseguía inventando nuevas palabras y desvistiendo a las palabras restantes de cualquier significado heterodoxo y, de ser posible, de cualquier significado secundario”.
Quizá la mentira cotidiana y sistemática, el hecho de decirle a cada uno lo que se supone que quiere escuchar (elogiar el capitalismo ante Macron y denostarlo ante Putin, como hizo el Presidente, en otra de sus prácticas habituales) o aplicar una desopilante jerga de género sean formas de imponer una neolengua criolla. O quizá solo se trate de la confirmación de aquella idea de Martin Luther King, según la cual “nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez consciente”. Quién sabe.
(*) Escritor y periodista
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