Por Nicolás Lucca
Cuando en la Argentina comenzó la represión contra la subversión uno de los métodos utilizados fue la desaparición de personas. Lo sabemos todos. Quizá el más cruento de todos, dado que de todas formas se daba muerte a un ser humano pero se provocaba un tormento inigualable a todos sus seres queridos que desconocían qué fue de la suerte de esa persona. Y además pasaban a ser parte de una lista, una peligrosa lista.
Dentro de esa planificación no tardó en aparecer un problema: qué hacer con los niños. Algunos fueron inmediatamente restituidos a sus familiares, pero demasiados fueron repartidos. Existía una política externa y una interna: que los hijos estuvieran presentes significaba que la familia no se había ido del país sin dar señales. Que los hijos siguieran visibilizados significaba que sus padres estaban muertos. Y por otro lado existía una visión de transmisibilidad: la creencia generalizada de que esos chicos podrían ser personas “normales” si fueran criados por otras familias.
Ese principio de transmisibilidad que implicó la apropiación ilegal de ¿cientos? de chicos también implicó la muerte de numerosos adultos por el solo hecho de ser amigos, parientes, compañeros de trabajo, en fin: por las dudas.
Y mejor ni hablar de los que lejos estaban de cualquier tipo de actividad subversiva y tan solo pretendían frenar la locura del festival de muerte. Cualquier denunciante era considerado un colaboracionista subversivo. Ni que hablar de sus abogados, como ocurrió con Amaya y Solari Yrigoyen. El mensaje era aleccionador y amedrentador: no te metas, no interactúes, no mantengas relaciones porque terminarás igual.
Lo ocurrido este fin de semana con los colegas que publicaron La Reacción Conservadora es algo que no supe cómo tomar en un inicio. Y como pasa siempre, preferí ver cómo se decantaba. Obviamente, no decantó sino que se produjo un silencio atroz que abarcó desde los grandes medios de comunicación hasta los centros que aglutinan periodistas, con la clara excepción del Sindicato de Prensa de Buenos Aires.
Primero me llamó la atención el texto introductorio. Interesante, no por estar o no de acuerdo con su contenido, pero al menos resultaba provocador en el buen sentido: provocar una reacción. Pero cuando hice scroll y vi un formulario de búsqueda me quedé helado. Nombre por nombre aparecían sujetos que conocía y totales desconocidos para mí. Me fijé por qué estaban ahí y me encontraba con vinculaciones ridículas, como ser “novia de”, “interactuar con fulanito” o cualquier opción de transmisibilidad.
Debo reconocer que me decepcionó un poco no figurar, dado que ya estoy acostumbrado a que de un extremo me digan progre y del otro me tilden de facho. Pero más me llamó la atención no figurar por las vinculaciones. O sea: del largo listado de personas que colocaron como la derecha reaccionaria solo por sus contactos o vinculaciones, aparecían al menos diez personas que tienen algún tipo de vínculo conmigo. Vínculos del tipo intercambio de likes, seguirnos en redes, comentarnos cosas o, en el caso de un par, ser directamente amigo.
Busqué a otros con mayores vínculos aún, a sabiendas de que no son tipos netamente de derecha, y tampoco figuraban. Y me puse a pensar qué nos quitó de esa lista de vinculaciones. Solo encontré un punto: estuvimos a favor de la despenalización del aborto, una de las banderas que la izquierda levantó pero que no quiere compartir.
También existía la posibilidad de que no figuremos porque somos cuatros de copas, pero convengamos que la mayoría de los que conforman el listado lo hacen por ser amigos de, o intercambiar likes o comentarse cosas. Ojo, también puede ser que no me consideren un tipo de derechas, lo cual es un alivio porque estoy harto de los encasillamientos.
Lo curioso es que también han circulado con antelación otros tipos de listados, como los que consideraban que hasta Juan Grabois era macrista, pero no estaban confeccionados bajo el paraguas de una investigación periodística.
Puede ser que nos hayan dejado afuera a unos cuantos por el corporativismo periodístico, quizás. De hecho tengo aprecio profesional por algunos de los autores de la investigación. ¿Eso me colocaría en una lista de reacción progresista? ¿Tendría una vinculación con España a través de Podemos?
¿Qué es lo que hace que una persona pueda ser encasillada? ¿Sus dichos, sus acciones o sus amistades y vinculaciones? ¿Qué es lo que lleva a una persona a encasillar a otra?
Todos mostramos distintas facetas a lo largo de nuestras vidas y a diario desempeñamos distintos roles. Incluso yo mismo me encuentro comprendido en varios contradicciones que son mías y de nadie más. Lo que he buscado es dejar de practicar el deporte nacional del encasillamiento. A veces me sale, a veces no. Para hacerlo he llevado al paroxismo dichos encasillamientos para marcar las contradicciones en las que yo mismo me he envuelto: un día reniego del personalismo y soy un gorila, otro día critico que un médico sostenga que el preservativo no sirve de nada y me convierto en progre. Incluso en una misma jornada y con escasas horas de diferencia fui descalificado por pobretón del suburbio y por ricachón de clase media alta.
Ante una posición contraria a la nuestra podemos optar por entender, disentir, coincidir o rebatir. Sin embargo, buscamos lo gregario para cumplir con los parámetros de ejércitos, de facciones. Si una persona sostiene un derecho que también es sostenido por un partido, no quiere decir que dicha persona adhiera a esa ideología. Y si una persona es amiga de otro que predica otra ideología, no lo convierte en esa misma persona.
Juro que no entiendo y miren que han pasado los años. Todavía me rompe las guindas que sigamos con una definición anacrónica de la política argentina entre izquierda y derecha en la cual una es buena y la otra es mala. ¿Qué es izquierda y qué es derecha? ¿Qué es cada una de esas cosas en la Argentina? Ya nadie puede definirlo. Y si la izquierda o derecha son personas, nombres propios, están vacías de contenido.
Yo sigo sin pedirle carnet de afiliación a ningún partido a ningún amigo y, sin embargo, veo que no todos hacen lo mismo. Es más, hay demasiada gente que cree que tus amistades te definen, que tu familia te define, que el pensamiento de tus seres queridos te define, que la ideología es genética. Transferencia. Creen que saben de relaciones personales porque solo hablan con los que piensan como ellos. Y precisamente por hablar solo con los que piensan como ellos es que no entienden de relaciones personales.
Lo que nunca imaginé es que se podía hacer un listado de personas que piensan distinto por el solo hecho de pensar distinto. Nadie está dado a la planificación de un golpe de Estado, nadie está cometiendo un delito. Y no, pensar distinto no es denunciable. Creer que la quita de derechos es de una ideología y no de otra es desconocer no solo la historia sino la actual coyuntura internacional.
Pero es otra de las grandes contradicciones de los últimos años: cuanto más se profesionaliza el periodismo, menos se paga por sus servicios y más se aleja de la seriedad mientras imposta una solemnidad que nadie pide. Lo que el periodismo debería denunciar es lo que es denunciable, como colaborador de la sana democracia. El resto es amarillismo, juzgamientos morales que nada tienen que ver con un delito. Salvo para aquellos que creen que es peligroso pensar distinto dentro del marco de las igualdades democráticas.
Quizás algún día logremos entender que hay personas que tienen un pensamiento propio, que puede gustar o no, pero que no es implantado con un chip, que no se transmite genéticamente y que no se contagia. Pero para eso hay que comenzar a hablar con personas que se ubican por fuera de nuestra zona de confort.
Todo lo demás, es sectarismo y proyección.
Igual, siempre se está a tiempo de pedir disculpas.
© Relato del Presente
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