Por Javier Marías |
Llevo semanas atento a las opiniones sobre los indultos a los dirigentes independentistas encarcelados, nunca por sus ideas, que comparten con miles de catalanes que las pregonan sin que les pase nada, sino por sus delitos. He atendido a quienes desean conceder esa gracia y a quienes se oponen a ella. Personalmente, no me gustan las largas penas de prisión salvo para terroristas, asesinos de niños, violadores reales (no “aproximados”) y gente por el estilo.
Hace años escribí aquí un artículo escandalizado por el desproporcionado número de indultos que se otorgaban en España. El argumento de que ha habido millares, y la mayoría inmerecidos, no me parece razón para continuar con la pésima costumbre. Que algo se haya hecho mal durante décadas no es motivo para prolongarlo; todo lo contrario.
Los partidarios de estos indultos invocan el bien común, el apaciguamiento de los golpistas y la mejora de la convivencia en la sociedad catalana. No sé yo. Está claro que ni los perdonados ni una parte de esa sociedad van a reconocer ni a agradecer el gesto: lo despreciarán y, si acaso, lo presentarán como conquista suya. Esos presos, a su liberación, serán recibidos con grandes honores y vitoreados como héroes. Harán giras proselitistas predicando sus convicciones y, como ya hacen desde sus celdas, anunciarán que repetirán la “hazaña” con mayor ahínco. Nada de eso será del agrado del 51% de los catalanes no independentistas, así que armonía, poca, y los independentistas se crecerán y jactarán: “Nos han dado la razón y han reconocido la injusticia”, vendrán a decir, reforzados por las impresentables e inauditas frases de Pedro Sánchez, que equiparó la aplicación de la ley con “una venganza, una revancha”.
Pero en fin, cabe que, espontáneamente, la porción fanática pero decente de esa sociedad admita en su fuero interno que ha habido una voluntad de arreglar o mejorar o aliviar la situación por parte del Estado, y deje un poco de lado el monotema que tiene a su comunidad empobrecida y sin gobierno desde hace nueve años. Ojalá, eso les deseo a quienes concederán los indultos por las buenas o por las malas.
Nunca se sabe lo que desencadena una excarcelación a dedo. Una lejana y reciente fue la de Hugo Chávez. Dio un golpe militar, le salió mal, fue juzgado y condenado. Estuvo un tiempo en prisión y bastante pronto fue indultado. Se presentó a las elecciones y las ganó, y desde esa legitimidad aplicó lo mismo que pensaba aplicar tras su golpe. Y ahí siguen todavía los venezolanos.
Miremos ahora a la Asamblea Nacional Catalana (ANC), organización muy próxima a la Generalitat y que tuvo parte en el golpe del 6 y el 7 de septiembre de 2017 y en la Declaración Unilateral de Independencia. Su dirigente de entonces es uno de los famosos presos. Ahora está a su frente una señora Paluzie, y la actual ANC ha diseñado una hoja de ruta que consiste, entre otras medidas, en las siguientes (las cursivas son mías): prohibir que los Ayuntamientos contraten a compañías españolas; vetar los cargos de entidades cívicas o sociales a los no independentistas: “Los puestos de responsabilidad en el seno de la sociedad civil, desde las asociaciones de vecinos y culturales hasta los colegios y asociaciones profesionales, las federaciones y clubs deportivos, los gremios, etc, serán ocupados por personas partidarias de la independencia”; acosar al Gobierno central desde todos los ámbitos hasta que resulte ingobernable; la ANC se reserva el papel de “elemento impulsor” de pactos que involucren al Govern, a las diputaciones, consejos comarcales, municipios, Consell per la República, Universidades, Instituto de Estudios Catalanes, Colegios profesionales y empresariales, sindicatos, colectivos religiosos, federaciones deportivas, entidades culturales, etc, etc, “para hacer frente a las agresiones del Estado”; en el plano internacional, insta a enviar muchas cartas a medios extranjeros, contactar con parlamentarios, periodistas y creadores de opinión para denunciar a España y convencerlos de la maldad de ésta. Y mucho más que aquí no cabe.
Sería demasiado fácil sustituir “independentistas” por “nacionalsocialistas”, y “españoles” y “no independentistas” por “judíos”, para ver con nitidez la índole de este documento. No vayamos tan lejos. De lo que no cabe duda es de su índole totalitaria, a lo Putin o Lukashenko. El totalitarismo se caracteriza por invadir, apropiarse y coparlo todo, el poder y la sociedad civil, a la que somete a sus dictados hasta decirle a quién debe elegir o contratar. Si intervenir en los clubs deportivos, en las asociaciones de vecinos, en las órdenes religiosas, en los centros de enseñanza, en los gremios y en los medios de comunicación no es adueñarse de todo, y excluir a quienes no comulguen con su fe no es dictatorial y discriminatorio, ¿qué lo es? Lo grave es que la Generalitat, que se pretende “democrática”, no se aparte de la ANC en el acto y no repudie sus planes por atentatorios contra la libertad, opresores y propios del “partido único” franquista. Convendría que los rechazase ya con rotundidad, si quiere echarle una mano a Sánchez y otra a Junqueras, Rull, Romeva, Forcadell y compañía, que deben de estar deseando arengar libremente por las calles.
© El País Semanal
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