Por Carlos Ares (*) |
Acá estamos, regalados. De pie, con lo puesto. Con lo que todavía somos. Nietos, hijos de gente decente, honesta, laburante, estafada por creer, por confiar, por esperar. Alumnos de maestros dedicados, entregados. Padres de pibes a los que les decimos los que nos dijeron. Que la palabra dada se cumple, que hay un país posible, que depende de nosotros. Mientras tanto, la malaria se come los restos de lo que heredamos, de lo que alguna vez fue, el ejemplo de los viejos queridos.
El furgón ronda el barrio. La voz eléctrica estremece. “Compro heladeras, calefones, lavarropas, cocinas, radiadores, garrafas, compro señora, compro”. El lavarropa puede ser. La heladera no se llena, a la cocina le sobran tres hornallas. Por ahora las aguanto. Tengo diarios viejos, de colección. “Revolución productiva”, “Lluvia de inversiones”, “Vamos a poner a la Argentina de pie”. Revistas, libros, cuadernos, cajas con fotos en blanco y negro, en color, juguetes de los pibes cuando eran chicos. ¿Cuánto darán por un muñeco de Buzz Lightyear? Le falta un brazo. Decía “al infinito y más allá” Un Batman sin capa. Un Batimovil sin ruedas. Una muñeca sin ojos. Peluches sucios. El escudito de la pelota se despintó. Tendría que inflarla.
En la radio una señora que tiene la voz como la de Mirtha Legrand asegura que hay un negocio donde conviene vender porque tienen en cuenta “el valor de tus afectos”. Si es así, si es verdad, con los juguetes, más los dibujos, las tarjetas de cumpleaños, los dientitos que se llevó el ratón Pérez, el álbum completo con figuritas de jugadores del Mundial, los autitos de lata, las varillas de madera de un metegol que se partió en cuatro, el rompecabezas al que le faltan piezas, puedo juntar una fortuna. Hay que ver si en efecto tienen para pagar tanto afecto.
¿Cómo harán para dar con el precio justo? ¿Hay una cotización estándar? ¿Una tabla que se actualiza según el miedo que provoca el hombre de la bolsa? ¿Entrás al sitio Recuerdos amados.com para saber a cuánto está hoy la hoja canson rayada con lápices de colores, en la que escribieron por primera vez “mamá”, “feliz día papá”, “te quiero mucho”? Debe ser una aplicación. Si hay para contar los pasos dados, las horas atrapadas en la red, el tiempo muerto desde que te encerraron, cómo no va a haber una que te mida el sentimiento de pérdida. Cuando entregás todo, la aplicación cuenta las lágrimas una por una. De ahí, a tanto la lágrima, sale la cantidad. Porque llorar, vas a llorar, seguro.
Mirá si le pusieran precio al desprecio. Ahí sí que nos salvamos. Le echamos sal a las sanguijuelas del Estado. Empresarios comeros que retornan favores. Testaferros. Abrojos políticos. Cristóbal López. Báez. Felipe Solá. A monedas por kilo de chupasangre recuperamos el ajuste a los jubilados. Pero ¿quién daría algo por un canalla que afana vacunas? Un Massa, un Zannini, un Eduardo Valdes, un militante que se hace el boludo, o es esencialmente idiota. ¿Cuánto por un dirigente gremial megamillonario a costa de los trabajadores? Un Pata Medina, un Moyano, un Caballo Suárez? ¿Y por los jueces que no los procesan o los liberan? Si acaso alguien tuviera interés en ellos, como relleno, para apretar o extorsionar, el aviso diría: “cobramos por encubrir tus defectos”. Negar, temer, callar.
Acá, en la calle, esperando la parca. “Me llevo todo, señora, me llevo”. Hace frío. Pasan pibes que deberían estar en la escuela. Venden paquetitos de papel, medias, ristras de ajo, limones, paltas a tres por doscientos. Descansan en los umbrales, vuelcan, duermen. Las familias cartoneras empujan, tiran del carro, padre, madre, hijos, revisan los contenedores de basura, siguen. Somos todos buscas de una vida digna que cada día cuesta más aunque cada vez vale menos.
Veo ensombrecer las caras de amigos, vecinos, compañeros de trabajo. Como si ahorráramos en la única luz que no se paga con nada. La que enciende la mirada, el ánimo, la esperanza de que esto, alguna vez, cambie. Ateridos, deseamos el abrazo que nos dé reparo, consuelo, abrigo. Un mensaje, una sonrisa para la foto, una llamada. Nada, saber cómo están. El valor de los afectos.
La capa del Batman debe estar por acá.
(*) Periodista
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