Por Nicolás Lucca
Hace tiempo que algunos comenzamos a decir de a voces que en la Argentina existe un riesgo para la democracia. Sin embargo, creo que a esta altura deberíamos blanquear que en la generalidad no nos interesa dicha institución. Lo repetimos como si fuera el Padre Nuestro, de memoria pero sin pensar en el significado.
Tenemos democracia de pedo, no la buscamos, la mayoría de nosotros no hicimos nada por obtenerla, ni por conservarla ni nos interesan cuáles son las instituciones que la perfeccionan y la mejoran. Independientemente del nivel educativo alcanzado o del nivel social al que se pertenezca, hay una generalidad que dicta que la inmensa mayoría no estamos capacitados para el ejercicio democrático.
Esta semana, por ejemplo, una mujer me cuestionó por acercarle comida a otra persona en situación de calle en pleno invierno. Puntualmente dijo que la mayoría de la gente que está en esa situación votó al Frente de Todos y que lo puede probar porque una vez, en Caseros, vio a un hombre durmiendo en un cajero automático y le ofreció un paquete de galletitas para luego preguntarle a quién había votado. Quise tirar una humorada pero casi me mastico el teléfono. Le conté que D. tiene 32 años y es analfabeta. Y que esos 32 años los vivió en la calle, por lo cual no tiene domicilio. Tampoco cuenta con Documento Nacional de Identidad, tras lo cual le pregunté a la tuitera para que me explique cómo hizo para saber a quién votó D. si D. no puede votar.
Ustedes dirán “bueno, flaco, uno en 45 millones no es una mayoría”. Y no, claro que no. Atrás vino un incinerado emocional a preguntarme “cuánta gente en situación de calle conozco”. Como si se tratara de una cuestión estadística y no de que hay gente durmiendo bajo heladas. Y como contesté que no llevo la cuenta porque salgo seguido, vino un tercero que perdió el lóbulo frontal en algún hisopado y me cuestionó por violar la cuarentena.
Obviamente no podía faltar la persona sin género, sin nombre ni apellido y con una foto de animalitos. ¿Biografía? En mayúsculas, como Thor manda. “70 años de gobiernos peronistas, por gente que como ellos los vota y de las cuales tenemos que solidarizarnos siempre y entenderlos”. Dejé la puntuación tal cual el original para que no se sienta invadida, o invadido.
Y acá es cuando me dan ganas de cortar mis venas con la tapa de un manual Kapeluz de quinto grado mientras le pido disculpas a los compañerazos peronistas Lonardi, Aramburu, Frondizi, Guido, Illia, Onganía, Levingston, Lanusse, Videla, Viola, Galtieri, Bignone, Alfonsín, De La Rúa y Macri. Tan terco no se puede ser. Es como el peronista que putea a la Alianza cuando tiene adentro del kirchnerismo a tres cuartos del FrePaSo. Algunos expresidentes nos gustan, otros nos dan pavor pero ¿se puede dejar de repetir el mantra de que hace 70 años que gobierna el peronismo? Después analizamos los factores de Poder y cómo operan los sindicatos siendo oficialismo u oposición. Pero antes de ese paso hay que dejar de decir siempre lo mismo. Básicamente porque de tanto repetirlo se termina por aceptar. Y lo que se acepta difícilmente pueda cambiarse o encontrársele una solución. Más si desconocemos que no importa qué lista coloquemos en la urna –salvo que sean los troskos– siempre, indefectiblemente irá un peronista entre los nombres.
Sergio tiene unos 41 años y duerme en Alem a la altura de avenida Córdoba. No es de Buenos Aires sino de Chivilcoy. Llegó hace un tiempo cuando cerró la fábrica de Adidas en la que trabajaba, allá por 2018. No se me ocurrió preguntarle a quién votó en 2015. Eso me pasa por no salir a la calle atento al enemigo.
Vos dirás, “bueeeno, Nico, son tres, cuatro casos, no son 45 millones”. Pero se me dio por buscar palabras claves en distintas redes sociales. Es sorprendente el nivel de hostilidad, de inhumanidad, de falta de conocimiento del sistema democrático y de sadismo. Sobre todo de sadismo.
Uno de los tantos daños colaterales de la pandemia ha sido la construcción de un potencial enemigo en el sujeto de al lado, sospechoso portador de quien se debe mantener distancia para cuidar nuestras vidas. Y si lo que está en juego es la supervivencia, podemos decir y repetir “nos cuidamos entre todos” que el cerebro primitivo activará su más rudimentaria defensa: si me puede matar es mi enemigo.
La política, lejos, muy lejos de estar a la altura de las circunstancias, extrema enemistades en un año electoral en el que se juegan demasiadas cosas. Para el oficialismo, la oposición no es oposición, sino un montón de apátridas que quiere que mueran argentinos. Como si no hubiera muerto nadie. Pero el gobierno, además de administrar como el orto todos los aspectos que hacen a la administración por dentro y fuera de una pandemia, tiene una responsabilidad extra: es el que pone las reglas de juego de la campaña. Y ahí estamos: angustiados, agotados, con miedo y con los funcionarios que juegan al enemigo en una sociedad que se siente rodeada de enemigos potenciales desde hace quince meses y contando.
¿Qué tan hecho mierda tenés que estar para preguntarle a un tipo que está durmiendo sobre unas baldosas con tres grados de temperatura “a quien votaste” antes de darle un plato de comida caliente? ¿En qué momento se te quedó pegado el cerebro en la almohada y terminaste por cuestionar a los que salen a ayudar sin pedirte nada? Porque yo puedo entender que no se dialoga con el que te quiere exterminar. Ahora, ¿convertirse en lo que odiamos?
Lo curioso es que, si hacemos unas pruebas Aprender entre los adultos, no sé cuántos las pasamos. Por la forma de escribir creo que varios aprobaron lengua y literatura porque el profesor quería irse de vacaciones en diciembre. Por la lectocomprensión ni me caliento ya que estoy seguro, apuesto plata a que alguno me caerá porque entendió que digo que “son todos lo mismo”. Pero si vamos a Educación Cívica, Formación Ciudadana, ERSA o el nombre que tuviera cuando les tocó por edad en la secundaria, creo que aprueban muy pocos.
Porque la tenemos clarísima a la hora de criticar a quién vota el otro. Cuando nuestro candidato no se impuso somos geniales para encontrar culpables. Preferentemente opuestos a lo que creemos pertenecer: los pobres para la oposición, los chetos clasemedia desclasados para el oficialismo.
Y como muchos no ven pobres ni aunque se tropiecen con ellos, dan por sentado que son planeros y, obviamente, votaron a los Fernández. Desconozco si son los mismos que aseguran que en el conurbano la gente gusta de cagar en un balde: nunca se enteraron de la existencia de los pozos ciegos ni jamás sacaron la cuenta de cuántas personas votaron por ellos y no por el oficialismo que en ningún caso se llevó el 100% de los votos.
Propongo, humildemente, que el próximo que quiera cuestionar desde el prejuicio, antes de abrir la boca para dejar que se le escape lo que le queda de masa encefálica, se pregunte a sí mismo si sabe cuál es la diferencia entre un diputado nacional, uno provincial y un concejal. Si sabe cuáles son las funciones de un Senador Provincial y uno Nacional.
Si sabe cuántas cámaras tiene la legislatura de su provincia; o cuáles son los deberes de un Presidente, de un Diputado, de un Senador, de un Vicepresidente, de un Juez de la Corte, de un Juez de la Cámara Federal de Apelaciones, o de un Agente Fiscal del Ministerio Público Fiscal de la provincia de Formosa.
Mejor aún, que responda cuántos gobernadores hay en la República Argentina, cuánto duran en sus mandatos, si son reelegibles o no. ¿Tenés idea cuáles son los requisitos para ser Senador? ¿Cuál es el nivel educativo completo exigible para desempeñar el cargo de Presidente o Legislador Nacional?
Si no podemos responder al menos la mitad de estas preguntas, sugiero, humildemente y con todo respeto, que no opinemos de cómo vota el otro. Principalmente porque tampoco tendríamos la más puta idea de qué hacemos. Sí, es cierto que se votan por valores. Pero esos valores pueden cambiar en un santiamén si no protegemos las instituciones y ahí quiero ver qué hacemos con los votos.
Por eso creo que la democracia en Argentina es un accidente. Incluso podríamos hablar de un accidente geográfico, tipo una montaña. No es una pirámide, no la construyó nadie ni existe persona que se caliente en restaurarla: estaba ahí cuando llegamos, qué se yo, democracia, democrazya, demo’ gracia que la tenemo.
A nadie le importa la democracia al punto tal de que la inmensa mayoría –me incluyo– si nos preguntan rápido cuál es nuestra forma de gobierno respondemos equivocadamente “la democracia”.
Y ahí estamos, en un supuesto intento de cerrar una grieta que nos encanta porque, repito, el argentino –otra vez: en la generalidad– no es democrático. No hay nada menos democrático que decir “si no te gusta, armate un partido y ganá elecciones; ni existe nada menos democrático que “morite congelado porque creo, supongo por tu suciedad y pobreza, que votaste a los que gobiernan”.
No somos una sociedad, tan sólo cohabitamos un lugar al que llamamos país y en el que sentimos que el de al lado sobra. Yo no creo que el de al lado sobre, pero en mi caso hay determinadas grietas que no me interesan cerrar mientras comienzan a aparecer otras con personas que tampoco me interesa compartir ni un café. Y así se van multiplicando las grietas hasta que en algún momento los cimientos de este lugar al que todavía tenemos el tupé de llamar país se vengan abajo.
¿Cómo puedo llegar a encontrar un punto medio con alguien que pretende la eliminación de las garantías constitucionales que luego reclama cuando su político preferido no es gobierno? ¿Cómo se entiende que, por si fuera poco, ese alguien crea tener el poder de adivinación de quién se merece ese final?
“Bueno, Lucca, son unos cuantos gatos locos”. Pero no, porque ya no hablamos de marginales en redes sociales. Si hasta el Presidente se caga de risa de los que están esperando al segundo componente de la única vacuna con dos componentes. Pero no todo el mundo tiene redes sociales. De hecho, la minoría de los argentinos tiene una cuenta de Twitter, por poner un ejemplo.
No son pensamientos marginales porque nuestra historia está plagada de esos pensamientos marginales que costaron ríos de sangre y millones de “oportunidades perdidas”. No justifico ni critico, pero seamos honestos en que alguna que otra vez se prefirió que no haya democracia con tal de tener orden; alguna que otra vez se ha tolerado comportamientos autoritarios de presidentes democráticos con tal de tener pleno empleo y vacaciones en la costa.
El país ya está hecho mierda. Nuestro tejido social no soporta ni un pitucón. Pero hay gente que necesita más, que no putea por los muertos de Covid sino que los festeja, que quiere ver muertos de hambre o frío para putear aún más al gobierno. Como si hiciera falta. O peor aún, como si creyeran que tienen la suerte comprada, que a ellos no les tocaría.
Y eso que el mundo tiene 7.200 millones de habitantes, no controlamos el clima, no controlamos las placas tectónicas ni el magma. Una mala decisión te puede dejar en la calle. Una tormenta extraordinaria te puede arruinar. Un pelotudo que cruza un semáforo en rojo te puede tirar al suelo.
Y si no fijate qué pasó la última vez que un tipo que nunca vimos en nuestras vidas no tuvo ganas de informar sobre un virus nuevo en una ciudad perdida en el otro lado del planeta.
© Relato del Presente
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