Por Gustavo González |
En 2003, en pleno apogeo del kirchnerismo, la revista Noticias tituló en su tapa “Oficialitis: La nueva enfermedad de periodistas y políticos, pérdida del sentido crítico y obsecuencia sin límites”. Hasta 2008, con la crisis con el campo, esa situación se mantuvo estable.
Salvo las investigaciones de esa revista, más las que haría a partir de su aparición en 2005 este diario y otro puñado de periodistas y políticos, la mayoría no encontraba motivos suficientes para cuestionar en exceso a aquel gobierno.
Durante esos cinco años de silencio, no se habló demasiado de corrupción en la obra pública, ni de Lázaro Báez, ni de José López, ni del crecimiento patrimonial de los funcionarios, ni de la manipulación de los jueces, ni de la distribución discriminatoria de la publicidad oficial, ni de la construcción de un aparato paraestatal de medios, ni de medios públicos usados para castigar a quienes no pensaran igual, ni de las relaciones carnales con Hugo Chávez.
De moderación a revelación. Esos amplios sectores que antes no veían motivos suficientes para una crítica dura hacia Kirchner hoy forman parte de quienes tomaron posiciones extremas frente al actual gobierno. La razón de pasar de la moderación a la revelación podría implicar una autocrítica frente al silencio anterior o a, simplemente, considerar que lo anterior no era tan grave como para levantar la voz en exceso.
Esto es lo que piensa un intelectual y ex funcionario macrista: “Lo que está pasando nunca lo vi, el nivel de ataque a las libertades, la corrupción con las vacunas y la forma en que intentan avanzar en la Justicia nos indica que acá hay un intento por convertirnos en Venezuela con un eje ideológico en La Habana”.
Según esta interpretación, Alberto Fernández no solo llevaría adelante un estilo de gobierno que repite lo peor de la primera gestión kirchnerista, sino que supera sus males de tal modo que ahora sí obliga a levantar la voz para salvar a la República.
¿Será así o habrá un ingrediente pasional que acomoda la realidad a lo que se espera de ella?
Ruido blanco. Pasión viene del latín y se relaciona con sufrir y padecer. Es uno de los temas favoritos de la filosofía. Séneca sostenía que el ser humano no podía evitar las pasiones, pero sí combatirlas. Platón creía que eran uno de los componentes del alma y Aristóteles proponía el término medio y la prudencia frente a las emociones extremas.
Ninguno de esos filósofos llegó a imaginar el impacto en la vida cotidiana de las redes digitales, este sistema instantáneo de comunicación en el que desapareció la distancia entre lo que se siente y lo que se dice.
Sin tiempo para la intermediación del pensamiento crítico y autocrítico, la pasión solo se traduce en más pasión.
El filósofo italiano y experto en comunicación Franco Berardi explica la ausencia de esa capacidad crítica: “La irracionalidad de la mente social no es un efecto de malas intenciones, sino de la muerte del pensamiento crítico”. Berardi está convencido de que cuando la comunicación se acelera de tal modo aparece lo que llama el “ruido blanco”, que es la pérdida de la capacidad de distinguir entre lo verdadero y lo falso.
Quienes perdieron esa capacidad no son solamente quienes reciben los mensajes, sino quienes los emiten. Un círculo vicioso que se retroalimenta de pensamientos instantáneos; es decir, sin espacio para reflexionar, chequear y medir consecuencias.
En ese vértigo se pierde la capacidad de ponderar. Y perder el sentido crítico no es solo guardar silencio cuando un gobierno está en su máximo apogeo, sino decir cualquier cosa sin pensar lo que se dice.
Alberto Fernández puede afirmar que los brasileños descienden de la selva y Mauricio Macri opinar que el covid es “una gripe un poquito más grave”.
El ex presidente también puede decir que el actual mandatario pretende convertir al país en una “dictadura” estilo Venezuela o Nicaragua. Y en el kirchnerismo repetir que es Macri el heredero de la última dictadura argentina.
Baja política. Cuando se pierde el sentido crítico para distinguir entre una fake news y un dato cierto, las simplificaciones infantiles adquieren la entidad de supuestos debates de la alta política.
Así, durante días y días, políticos, intelectuales y periodistas nos encontramos polemizando si las vacunas envenenan, si los opositores quieren matar a las personas o si es el Gobierno al que no le importa que las personas mueran.
En medio del “ruido blanco”, los prejuicios y la pasión son más fuertes que los hechos y la razón.
El 23 de mayo, en un reportaje con Luis Majul, Patricia Bullrich afirmó: “No tengo dudas de que Ginés González García quiso un retorno por esa vacuna (la Pfizer)”. Esta semana, en una clase con los alumnos de la Escuela de Comunicación de Perfil, señaló: “Nunca dije que se le pidió un retorno a Pfizer”. Los audios con sus declaraciones están en lanacion.com y en perfil.com.
En privado, Bullrich reconoce que ella también es víctima de la rapidez con la que se dice, se informa y se recortan las noticias.
Pero si los líderes políticos son capaces de afirmar cualquier cosa sin medir la sensibilidad social, de ahí para abajo no sorprende que se repita lo mismo. Desde la conductora Viviana Canosa bebiendo dióxido de cloro en vivo, hasta la maestra de Santa Cruz que les enseñaba a sus alumnos que el covid no existe.
Contracorriente. Frente a esta corriente que simplifica hasta que lastima la razón, reconforta cuando dirigentes oficialistas y opositores intentan escapar de ese circuito suicida.
Un ejemplo es Fernán Quirós. Desde la responsabilidad de ser ministro de Salud porteño, lidia a diario con las voces de la grieta que le reclaman aprovechar cualquier oportunidad para castigar al adversario. Esta semana quisieron confrontarlo con la declaración de Cristina Kirchner pidiendo dejar afuera de las peleas cotidianas a la vacunación y la pandemia.
Quirós respondió lo que parece obvio, pero que dentro de la grieta, sorprende: “Comparto plenamente, no se pueden agregar discusiones partidarias en la gestión de tamaño desastre social, sanitario y económico”.
El funcionario suele ir a programas militantes de uno y otro lado, y logra la rareza de no dejarse tentar por el pensamiento rápido de la TV.
Hace dos semanas, cuando se lo quiso meter en la polémica por la vacuna Pfizer, sostuvo que creía en las explicaciones que había dado al respecto su par nacional, Carla Vizzotti, y que tiene “una mirada idéntica” a ella en cuanto a la política de vacunación.
Vizzotti es otra de las funcionarias que intenta apegarse a los datos técnicos y no agregarle polémicas a la angustia social de la pandemia: al menos tomó nota de que ya no se puede generar ansiedad prometiendo la llegada de millones de vacunas hasta el momento exacto en el que arriben.
Alexander Pope era un poeta inglés que formaba parte de una escuela satírica que se reía del oscurantismo de su época (autor de un célebre epitafio para Isaac Newton: “La naturaleza y sus leyes yacían ocultas en la noche; dijo Dios ‘que sea Newton’ y todo se hizo luz”). En su lucha contra la sinrazón del siglo XVIII entendía que “lo que la razón teje la pasión lo deshace”.
Es tiempo de moderar las pasiones y tejer una nueva racionalidad.
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