Por Carmen Posadas |
Todos los días me llegan lo menos seis o siete libros. Los libros son parte importante de mi vida, pero a este paso, acabaré sepultada por ellos. Una recomendación: si tienen un amigo escritor, regálenle una colonia, un jamón o un canario flauta, cualquier cosa antes que un libro. La gente rara vez acierta en su elección y, como nosotros somos bibliómanos irredentos, nos los quedamos todos, so peligro de avalancha o derrumbe.
En mi caso, es algo así como el síndrome de Diógenes pero en versión Galaxia Gutenberg. Entre tal libresca invasión, en ocasiones uno encuentra un ejemplar interesante. No sólo alguna novela o ensayo a los que ya le había echado el ojo y pensaba comprar. También –y estos son los más paradójicos– otros volúmenes ante los que habría pasado de largo sin mirar ni la solapa. Tal es el caso de Hasta los cojones del pensamiento positivo, de Buenaventura del Charco Olea, que me acaba de enviar mi amigo José David Romero, de la editorial Samarcanda.Digo que habría pasado de largo sin echarle un vistazo porque, por su factura, puede uno pensar erróneamente que es un libro de autoayuda, cuando se trata exactamente de lo contrario. Bajo tan expresivo título, encontrará el lector un trabajo poco común. Con un tono ameno y una argumentación inteligente y a la vez arriesgada, Buenaventura del Charco, psicólogo y profesor universitario, se dedica a echar por tierra una de las milongas más arraigadas de nuestro tiempo, el pensamiento positivo. Ese que, a base de mensajes bonitos pero inservibles, intenta convencer a quien tiene un problema de que la solución a todos sus quebrantos depende solo de su actitud, de su talante. «Sonríe», «Sé feliz», «Querer es poder», «Tú eres el rey de universo…». Estos son los supuestamente sanadores mantras que nos venden a diario coaches, escritores de libros de autoayuda y demás gurús.
El lector que intenta seguir estas bonitas consignas, pronto descubre que no sólo no encuentra solución a sus problemas, sino que, además, acaba sintiéndose culpable. Porque, según la teoría vigente, para sentirse bien lo único que uno debe hacer es tener una actitud positiva y, entonces, abracadabra, todo se arregla como por ensalmo. Y, siempre según esta teoría, si no lo consigue, es porque está ‘pensando mal’ o es ‘tóxico’. En otras palabras, en vez de ser empáticos y comprensivos con quienes sufren, se les exige sonreír y fingir que son felices en aras del sacrosanto pensamiento positivo. Según Buenaventura del Charco, esta receta sólo crea frustración y dolor. Primero, porque hoy en día en el mundo (y son cifras de la OMS) hay trescientos millones de personas que conviven con la depresión y casi otras tantas con la ansiedad. A ellas hay que sumar, además, otra cantidad igualmente numerosa de gente que lucha con problemas sobrevenidos (pérdida de empleo, una muerte, una situación financiera desesperada, etcétera). Y a todas ellas lo que se les dice es que sonrían, que aparenten que todo va fenomenal, haciéndoles creer que la solución está en su mano cuando, evidentemente, no es así. La segunda razón por la que el pensamiento positivo puede ser muy dañino es porque lo que propone es contrario a cómo está diseñada la mente humana. Cuando la vida nos golpea, nuestra atención se focaliza en el llamado ‘dolor emocional’ para entender qué nos pasa e intentar dilucidar qué mecanismos poner en marcha y así afrontar el problema. Estos mecanismos van desde pelear para protegernos hasta aceptar una derrota o una muerte o incluso sentir miedo, que es un recurso diseñado para escapar del peligro.
En cambio, la evitación emocional –que es lo que propugna el pensamiento positivo (intentar minimizar y ahogar las emociones desagradables en vez de afrontarlas)– lo único que consigue es que estas se vuelvan más intensas e incontrolables, con el agravante de que, si no lo conseguimos, la culpa es nuestra por no ser lo suficientemente ‘positivos’. Frente a estas recetas fallidas el libro ofrece otras más acordes con los mecanismos con los que la naturaleza nos ha dotado para hacer frente a la adversidad. Son largas de enumerar aquí, pero vale la pena leerlas y ponerlas en práctica porque están llenas de sentido común y también de ancestral sabiduría. Al fin y al cabo, si la evolución ha ido seleccionándolas como útiles a lo largo de años, siglos y milenios, será por algo, digo yo.
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