Por Rogelio Alaniz
Si es verdad que al coronavirus se lo derrota vacunando a la sociedad, los argentinos estamos por ahora muy lejos de cumplir con ese objetivo. A cuatro meses cumplidos del año 2021, solo están vacunados como corresponde el dos por ciento de la población, un porcentaje muy por debajo de los porcentajes logrados por la mayoría de los países con niveles de desarrollo parecidos a los de Argentina, por lo que no sería arbitrario postular que la escasez de vacunas más que una fatalidad o una conspiración adversa de los dioses, es la consecuencia de errores de gestión.
Los esfuerzos del gobierno para justificar la ausencia de vacunas confirman el principio de que ante la ineficiencia, las excusas son múltiples pero los resultados son pobres, como que habría una relación proporcional inversa entre excusas y resultados. Las revelaciones acerca de que a fines del año pasado hubo una promesa firme de entregar alrededor de catorce millones de vacunas, promesa que nuestro gobierno rechazó por razones que hasta la fecha son una incógnita, no hacen más que confirmar insólitos e increíbles errores de gestión, una imputación si se quiere benévola atendiendo las oscuridades de este proceso y la gravedad de sus consecuencias.
La escasez de vacunas se corresponde con las dificultades para su implementación. En ambos casos, lo que queda en evidencia son las dificultades de gestión relacionadas con un estado nacional que desde hace tiempo funciona de manera deficiente, agravado en estos tiempos por la responsabilidad de un gobierno nacional que en el más suave de los casos se revela impotente para atender la complejidad de la crisis, motivo por el cual la única respuesta que atina a dar es la de "cerrar todo", una solución que no resuelve, sino que multiplica los problemas.
El retorno a la fase uno, que es la que predican destacados voceros del oficialismo, es la tácita confesión de la impotencia para resolver la crisis. Confianza, transparencia y eficacia son los tres atributos que se le reclama a un gobierno para intervenir en las encrucijadas históricas decisivas. Confianza, transparencia y eficacia son las virtudes que escasean en la gestión de los Fernández. Por lo pronto, los índices sociales y económicos son graves y atendiendo a las respuestas brindadas desde el poder, nada autoriza a alentar el optimismo. Se sabe que, en contextos de crisis, un gobierno sensato habilita estrategias políticas de acuerdos y consensos, pero a juzgar por los hechos la coalición peronista en el poder pareciera empecinarse en estimular las más diversas modalidades facciosas con sus chivos expiatorios incluidos.
En estos últimos días daría la impresión de que el presidente decidió matizar su ofensiva contra el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, del mismo modo que parece haber descubierto las virtudes de la vacuna Pfizer o por lo menos disimular el rechazo que le provoca su origen yanqui, no sé si a él o sus referentes políticos principales para quienes La Meca política que cuenta con su devoción es Moscú, Pekín, La Habana, Caracas y Teherán.
Enhorabuena la iniciativa de privilegiar el consenso y la racionalidad, aunque atendiendo las modalidades de un presidente más decidido a privilegiar las demandas de sus sectores internos más radicalizados que a las necesidades objetivas de la nación, hay motivos para temer el retorno a los hábitos facciosos. Se sabe que las crisis suelen poner en evidencia las contradicciones más profundas de una sociedad. La pandemia que padecemos en ese sentido no es una excepción. Nada de lo que nos ocurre es una maldición de los espacios estelares. Pobreza, indigencia, inflación, desempleo, deserción escolar, inseguridad, son carencias que arrastramos desde hace rato. Lo que la pandemia ha hecho es exponerlas. Y para nuestra desgracia, profundizarlas.
También nuestras contradicciones, desencuentros y antagonismos se han exacerbado. La confrontación entre el Conurbano y la ciudad de Buenos Aires es una de sus lamentables manifestaciones. Digamos en principio que la confrontación tuvo un animador activo: el gobierno nacional. Y un destinatario manifiesto: la gestión de Rodríguez Larreta.
Las diferencias entre Conurbano y ciudad de Buenos Aires pueden abordarse desde diferentes lugares, pero una posibilidad de interpretación es la de postular que históricamente expresan dos culturas, dos maneras de concebir la construcción de los espacios políticos. Más allá de las invectivas que se arrojan de un lado y del otro acerca de, por ejemplo, una ciudad gorila, cheta, opulenta o un Conurbano bárbaro, atrasado, corrupto, cuando no mafioso, lo cierto es que las diferencias reales son las que se constituyen a partir de relaciones sociales históricas concretas en un lado y otro. No se trata de adjetivar con descalificaciones personales, sino de indagar sobre los modos y formas con que se constituyeron relaciones sociales que produjeron resultados tan diferentes.
El Conurbano es la consecuencia del tipo de configuración capitalista que tuvo la Argentina, una enunciación demasiado general pero que importa tener en cuenta. En ese espacio geográficamente delimitado y que concentra al veinticinco por ciento de la población total del país se reproducen los perfiles más oscuros y sórdidos de una nación que no logra encontrar el camino del desarrollo y la equidad social.
Si en la Argentina la pobreza suma al cuarenta y dos por ciento de la población, en el Conurbano suma el cincuenta por ciento. Si la indigencia nacional llega al diez por ciento, en el Conurbano suma el quince por ciento. Y así en todos los órdenes. Las relaciones sociales que configuran a este "Conurbano profundo", más que reducirse se reproducen y se fortalecen: más pobreza, más indigencia, más corrupción, más ignorancia, más barbarie, en definitiva.
El problema es de todos, es decir adquiere identidad nacional, pero algunas cuestiones son necesarias destacar. En esas relaciones sociales hay víctimas y victimarios, porque son relaciones sociales fundadas en la explotación, la dominación y las diversas y tortuosas prácticas de violencia cotidiana. Si la palabra "capitalismo salvaje", tiene alguna referencia concreta con lo real, es precisamente en el Conurbano. Ese territorio desgarrado por la pobreza, la indigencia, la desolación y la oscuridad, incluye una burguesía lumpen y mafiosa alentada y subsidiada desde el poder y un estado corrupto ausente en lo que importa en materia de sensibilidad social y presente en todo lo que sea beneficios para grupos corporativos de poder.
Sería una simplificación postular que el peronismo es el responsable de esta realidad, pero sería una omisión histórica y política sospechosa desconocer la responsabilidad del peronismo en el dominio de este territorio que controla políticamente desde 1983 o incluso desde antes. Desde la recuperación de la democracia, es decir desde hace casi treinta y ocho años, el peronismo gobernó durante treinta años y en La Matanza, algo así como la capital simbólica del Conurbano, gobernó siempre. Las relaciones sociales que allí se han cristalizado han encontrado en el peronismo a su beneficiario político evidente.
Que el peronismo es el representante político mayoritario de este espacio y que el Conurbano es la base principal de su poder social, es algo que parece estar fuera de dudas. Debería investigarse si el peronismo intenta corregir esta realidad o por el contrario está interesado en sostenerla y en reproducirla en tanto este tipo de orden le asegura más votos y más poder.
Es verdad que hay una militancia peronista que puntualmente dice o intenta luchar contra este orden social injusto, pero no es menos cierto que las redes objetivas que sostienen y reproducen el poder peronista, suelen imponerse y en más de un caso esa militancia resulta objetivamente funcional al orden que dicen cuestionar. ¿El peronismo está llamado a ser el redentor de este universo de pobreza y desolación? ¿O está llamado a ser su beneficiario? ¿O es las dos cosas al mismo tiempo: el redentor y el verdugo? No tengo una respuesta exclusiva a estos interrogantes, pero me parece importante que adquieran visibilidad.
© El Litoral
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