Por Roberto García |
Otro caso de abogado exitoso, como Cristina, y de presidente “nerviosho”, como delataba el finado marido de Cristina. Así se reanuda el culebrón desde la impulsiva respuesta de Alberto Fernández a los comentarios de Patricia Bullrich sobre turbias negociaciones con el laboratorio Pfizer por una vacuna que nunca llegó al país. Fue el mandatario quien apeló a “sus abogados” para lavar su buen nombre y honor ante las sospechas vertidas por la dama opositora, prometer el inicio de una causa por difamación y jurar que, por la vía del Código Civil, la indemnización a cobrar se la trasladaría íntegra a la cuenta del Instituto Malbrán.
Un caballero de vieja estirpe, implacable en su buena fe y conducta. Pero, en menos de tres días, el profesor de Derecho instalado en la Casa Rosada descubrió que hace mucho tiempo la Corte Suprema prioriza la transparencia y la información al posible daño moral del funcionario público. Son varios los fallos al respecto. Entonces, como iba a perder, se corrigió y tuvo que virar a otro código, el penal, autodenunciándose como discutible recurso para no quedar como un declarante atolondrado. Supone que esa decisión lo disculpa, le otorga centralidad y, además, lo preserva de la venalidad de sus propios funcionarios.
Por el momento, y por los próximos años, la donación quedará en un segundo plano. Como se sabe, en el fuero elegido no se habla de dinero, al menos en forma pública. Igual tanto Fernández como la Bullrich habían exagerado en la reparación presunta: como una sacrificada Juana de Arco ella llegó a decir que para la hoguera de la demanda solo disponía de un departamento y un auto para empeñar. Demagógica declaración de la jefa del PRO ante el mundo susceptible, quien debió presentar una denuncia en la Justicia antes que salir por los diarios y la tele. Se escudará en la omisión por no ser abogada, menos “exitosa”. Al revés de Cristina.
Curiosidad de la política, este episodio reencuentra a Fernández con su ex ministro de Salud, Ginés González García, también objeto de suspicacias por parte de la Bullrich. Como se recordará, el Presidente lo despidió del Gobierno a pesar de que –según él– era el mejor sanitarista de la Argentina. Y le dejó colgadas más de veinte causas judiciales, la mayoría relacionadas con el llamado “vacunatorio vip” que privilegió a ciertos compinches del Gobierno. Ginés fue entonces el gran culpable, cargó en su arrogancia con todas las imputaciones, como si Alberto ignorase lo que ocurría debajo de su cama. O, peor, que relativizaba esos actos bajo el argumento infantil de que se trataba de “un simple adelantamiento en la cola”. Aunque, claro, su propio fotógrafo fue vacunado, seguramente por una gentileza del ministro sin que el se enterara. Por ocupaciones diversas, después del traumático desenlace, distraído, el mandatario se olvidó de comunicarse con su ex ministro para conocer su nueva y sufrida rutina en tribunales o para consultarlo por la salud de la población.
Para muchos peronistas, no ha sido la actitud solidaria que merece un compañero de tantos años. Sobre todo de alguien que siempre ha dicho que la oposición estaba desairada por no poderle hacerle denuncias por corrupción, diferenciando su gobierno de otros en los que no fue ajeno. Una interna.
Otra interna es la de Bullrich, quien se aprovecha en su partido para sacar distancia de María Eugenia Vidal, disputa entre una pantera contra un cervatillo en tiempos de grieta sangrienta y hambruna. Además, recibiendo adhesiones no previstas –como la Auditoría anunciando que investigara el episodio Pfizer–, obliga a que se junten de nuevo Fernández con García, aunque sea en el bando judicial, ya que los incluyó en sus expresiones como meros dependientes del emporio de laboratorios de Hugo Sigman, presunto intermediario al que el dúo gobernante trató de imponer en la negociación con Pfizer para obtener una dádiva. Seguramente, la auxiliar de Macri aludirá en sus presentaciones a una amistad más entrañable y confesa entre el empresario y Cristina o a detalles menores del pasado con relación a cuando Alberto era jefe de Gabinete con Néstor para realizar operaciones conjuntas y hasta algún sintomático almuerzo entre Sigman, Ginés y Felipe González en la parrilla Don Julio (como se sabe, el ex presidente socialista de España, desde que dejó el poder, en los últimos tiempos siempre cultivó la relación con empresarios exitosos, de Carlos Slim a Carlos Bulgheroni).
Tal vez se abra en la causa un mundo de sorpresas con la comparecencia obligada a figuras de toda índole, en especial a traer personalidades de laboratorios internacionales.
A ninguno le gustará declarar sobre vacunas no compradas, pero ensayadas en la Argentina. Como el trámite cayó en manos de María Servini, la jueza se convierte en una clave política, debido a que también dirime sobre la suerte de González García con el vacunatorio vip y otro escándalo diferente que envuelve a un dilecto amigo de Macri, el influyente abogado Rodríguez Simón, alias Pepín, todavía en Uruguay para ser extraditado, otro “abogado exitoso”, según la jerga del momento. Para fortuna de la jueza, dispone de un paraguas de dudosa duración: tanto Cristina de Kirchner como Elisa Carrió siempre se manifestaron a favor de su conducta.
También, según los tiempos, Alberto habló maravillas de la magistrada que vence al tiempo. No es lo que piensan algunos colaboradores que rodean a estos personajes. Pero en el Derecho siempre hay una biblioteca especial para cada uno.
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