Por Claudio Jacquelín
La táctica no contiene ninguna novedad. El objetivo, en cambio, muestra algunas diferencias con lo ya conocido. El gobierno de Alberto Fernández vuelve a transitar por un camino recurrente, casi circular. Todo conduce, nuevamente, a ganar tiempo. Una aspiración para la economía y para los ánimos políticos. El matiz diferencial es la prioritaria alineación total del frente oficialista para intensificar el embate contra la Justicia. La pelea de fondo. Cristina lo hizo.
La estridente disputa interna desatada por el fallido despido del subsecretario Federico Basualdo que le dejó muchos magullones a Martín Guzmán, su superior formal, es una cuestión a la que la Casa Rosada no quiere volver, aunque no sea un tema superado y en el cual deba ceder más que conceder.
Fernández se contenta con algunos gestos que el kirchnerismo duro paga sin sacar la billetera del bolsillo. Como fue el anuncio del comienzo del proceso de análisis de la segmentación de las tarifas eléctricas. Apenas una farragosa preinscripción.
Lo concreto es que se despeja el riesgo de que las facturas de los servicios públicos se mezclen con las boletas electorales, que es lo que de verdad y excluyentemente le preocupa al cristicamporismo. Los equilibrios macroeconómicos que, pese a todo, no deja de pregonar el ministro de Economía siguen en la sala de espera (de terapia intensiva). Aunque volverán a cobrar vida narrativa la semana próxima, durante la gira presidencial por Europa. Relatos de viajes.
El proceso de descompresión iniciado por el Gobierno, en busca de ganar tiempo, no es solo para el frente interno. Allí se inscribe la sorpresiva invitación a Horacio Rodríguez Larreta, el gran antagonista político de estos días, para dialogar (y tal vez negociar) sobre la recortada coparticipación a la ciudad de Buenos Aires. El otro gran conflicto entre la Nación y los porteños que está en manos de la Corte.
El llamado a volver a conversar después de la encarnizada disputa por la presencialidad escolar se entiende a la luz de la premisa que indica diferenciar entre contradicciones principales y contradicciones accesorias. También existen enemigos prioritarios y adversarios circunstanciales.
Los miembros del máximo tribunal han pasado de ser blanco permanente a primordial. Mucho más desde que con su fallo educativo (en sentido amplio) dejaron casi en ridículo a todo el oficialismo, empezando por el maximalismo bonaerense que representa Axel Kicillof.
No es aquel un dato menor cuando se advierte que el gobernador se ve cada vez más empoderado, no solo por el apoyo con que cuenta de parte de la vicepresidenta, sino también por el reconocimiento creciente que recibe de La Cámpora, que lo tiene como referente, pero no como miembro. Bendecido por la madre, el hijo y los santos espíritus kirchneristas, la jurisdicción del gobernador no deja de ampliarse. Salud, economía, seguridad y relaciones exteriores no le son cuestiones ajenas. De la Justicia no debe ocuparse. Eso es prerrogativa exclusiva y excluyente de la jefa, que dicta la letra y marca el ritmo.
Cobran relevancia, entonces, las señales que habrían emanado de la Corte sobre el recorte de la coparticipación al distrito porteño, dispuesto unilateralmente por el Presidente. El fallo no sería favorable, otra vez, para la administración de Fernández. Una nueva derrota judicial solo exhibiría debilidades formales y reales de un gobierno que tiene demasiados frentes abiertos y al que le cuesta encontrar soluciones de fondo.
Las diatribas del oficialismo contra los tribunales solo han conseguido hasta ahora estimular los ánimos de la tribuna propia, pero han tenido pocos efectos prácticos, especialmente los que le importan y le pesan a Cristina Kirchner. Por eso, crecen los embates contra la Justicia, y Fernández debió hacerlos prioridad. Las luchas contra la pandemia y contra el Poder Judicial, al final, terminaron convergiendo con resultados hasta acá poco modélicos.
En tal explosivo contexto, otra sentencia adversa del máximo tribunal tendría indeseados y muy peligrosos efectos directos e indirectos. Para la Casa Rosada y para Kicillof. Por eso, el cristicamporismo está en alerta. El aumento que los policías bonaerenses le arrancaron a punta de pistola y otros gastos que se permite el keynesiano gobierno provincial se los debe al recorte de fondos que le hicieron a Larreta. Cualquier cambio en esa materia provocaría un nuevo conflicto interno mucho más complejo.
El tesoro nacional no está en condiciones de hacer frente a nuevas erogaciones sin riesgo de acelerar la dinámica inflacionaria, como ya lo advirtió Guzmán. Pero el kirchnerismo puro y duro no está dispuesto a ceder ingresos en su bastión electoral. Todo lo contrario.
La Cámpora, en su rol de vanguardia oficialista, acaba de lanzar otra avanzada para que el Estado reponga el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), destinado a los más afectados económicamente por las medidas adoptadas para hacer frente al Covid. Los mayores beneficiados, como es obvio, se encuentran en el conurbano bonaerense. Por ahora, tanto la Casa Rosada como el Palacio de Hacienda intentan resistir la presión. Los antecedentes llevan a dudar de la solidez de la defensa.
La declaración del Senado para que el aporte extraordinario que haría el FMI no se destine a pagar deudas, sino que se use para afrontar las secuelas de la pandemia no es solo una declaración testimonial, según relativizan en la Casa Rosada. La puesta en escena de la unidad interna es testeada a diario, en público y por escrito. Es lo que hizo el pronunciamiento de la Cámara alta, donde impera la lideresa indiscutida del espacio oficialista. Para que nadie se confunda.
La declaración parece tener todas las cualidades para que se interprete como un nuevo condicionamiento a Guzmán. Sin embargo, el ministro respira profundo, toma nota y espera que el tiempo le juegue a favor, aunque tenga muy pocas señales positivas. No está dispuesto a rendirse (ya).
Por eso corrigió en los últimos días a quienes le preguntaron si había condicionado su continuidad a la salida de Basualdo. “Yo solo dije que no tenía sentido quedarme si no se iba a hacer aquello para lo que me trajeron. Y me aseguraron que nada cambió de fondo”, afirman haberle escuchado sus interlocutores frecuentes. Los que lo conocen de antes de ingresar en la función pública lo han descripto como un hombre en el que resaltan atributos tales como la determinación y la ambición (dicen que bien entendida), además de la formación académica. El optimismo sería una cualidad menos conocida.
La confirmación de que Guzmán estará en el viaje presidencial a Europa es presentada, así, como una ratificación de estabilidad y fortaleza. La necesidad de expresarlo pareciera decir todo lo contrario. Dada la naturaleza de la gira, su ausencia habría sido una ejecución anticipada. Más aún, estando en la agenda una reunión en el Vaticano de la que participará la titular del FMI, Kristalina Georgieva, y una audiencia del Presidente con el Papa. Ambos suelen ser exhibidos como respaldos del ministro.
En ese viaje están puestas no pocas expectativas, a pesar de los escasos resultados visibles que arrojó la gira precedente de Guzmán por Europa. El optimismo de la Casa Rosada lleva a algunos observadores a temer que pueda deparar nuevas turbulencias.
El escepticismo no se centra solo en los logros que pueda deparar el viaje. Tanto o más influye la versión que circula entre oficialistas y opositores con llegada al mundo eclesiástico, a la que ayer hizo mención Carlos Pagni. Las fuentes dicen que Bergoglio ha dejado traslucir malestar con actitudes del oficialismo por considerar que no ayudaron a la concordia ni facilitaron la solución de problemas en estas circunstancias dramáticas. Se agravaría el caso si, como dicen dirigentes con terminales en Roma, la incomodidad se centra en Cristina Kirchner.
Nadie espera que el jefe del Estado vaticano lo dilucide, pero abundan los intérpretes de señales que podrían influir en los ánimos de los visitantes. Las rayadas carrocerías de Fernández y Guzmán podrían autopercibirse mejoradas después de esos encuentros.
Las consecuencias que eso podría tener dentro y fuera del oficialismo son una gran incógnita que acaba de sumarse a las muchas incertidumbres de la Argentina de estos días. Nadie puede descartar nuevos choques. Se entiende que la táctica presidencial vuelva a ser ganar tiempo.
© La Nación
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