Por Gustavo González |
En el círculo rojo ganó la certeza de que quien de verdad maneja la batuta económica es Cristina. El frustrado despido del subsecretario de Energía, Federico Basualdo, terminó de confirmar las sospechas: si Guzmán no puede echar a un subordinado que se niega a aumentar las tarifas más del 9% al año, menos capacidad tendrá para controlar el resto de las variables económicas.
¿Será así?
Ajuste. Está claro que la línea económica cristinista, cuyo cerebro es Axel Kicillof, no es la misma que la del ministro. Las dos tienen un origen en el keynesianismo, pero no son lo mismo. De hecho, la mayoría de los economistas peronistas no K tampoco coinciden con la táctica que Guzmán eligió para salir de la crisis en plena pandemia.
Martín Guzmán está convencido de que el Estado debe intervenir en la economía, pero teme que una intervención sin equilibrio fiscal pueda terminar en hiperinflación.
También piensa que sin relaciones normales con el mundo no hay economía viable y que eso no será posible si no se termina de acordar pronto con el Club de París y con el FMI. Interpreta la gira junto al Presidente como el intento de convertir a la Argentina en un país “normal” y entiende que un país “normal” debe poner en orden sus cuentas públicas. Por eso está orgulloso del resultado del primer cuatrimestre del año: 0,2% de déficit del resultado primario. En el primer cuatrimestre del año pasado, sin el impacto completo de la pandemia, Guzmán había obtenido el 1,42%.
Ni la obsesión ortodoxa de Macri-Dujovne por alcanzar el déficit cero había logrado tanto: fue un 0,8% en el mismo período de 2019.
¿Cómo hizo el milagro?
No hubo milagro. Ajustó gastos, recortó en términos reales costos jubilatorios, planes sociales, salarios públicos. Cuando el incremento de algunos rubros fue casi la mitad que la inflación, el Estado pasó a erogar la mitad de lo que gastaba doce meses antes. En un ítem como el de las transferencias a provincias, incluso en términos nominales hubo caída: -21% (70% menos en términos reales).
Hubo rubros en los que el gasto superó a la inflación (como la inversión en obra pública y distintos subsidios), y también hubo más ingresos por derechos de exportación y más recaudación por Ganancias y Bienes Personales.
Coherencia. Incluso la gestión de Pesce en el Banco Central es comparable con la de Sandleris durante el macrismo. El ex titular del Central cumplió con el acuerdo al que se había arribado con el FMI de “aumento cero” de la base monetaria. Pesce, sin acuerdo, consigue un resultado similar.
El esmero de Guzmán por contener el déficit no es nuevo. Al promediar el año pasado los consultores pronosticaban para 2020 un déficit anual del 9%. Sin embargo, ante los primeros atisbos de recuperación en algunos sectores, el ministro cortó aportes a las empresas (ATP) y a las personas (IFE), y consiguió que el déficit no superara el 6,5%.
Hace un año, el propio FMI en un informe sobre la región llamaba la atención de que el país era uno de los que menos invertían para paliar la crisis: apenas el 1% del PBI, mientras que su par brasileño, el ortodoxo Paulo Guedes, ya llevaba invertido el 2,6%.
El ministro sigue siendo coherente, y su plan, aun con el recrudecimiento de la segunda ola, es cumplir con el déficit presupuestado del 4,5%. Es más: hasta hace pocas semanas, cerca de él estimaban que podría ser del 3%.
El único inconveniente que puede separarlo de su objetivo es la realidad.
Consecuencias. Solo en lo que va del año quebró el 50% más de hoteles y restaurantes que en todo 2020. A los 8 mil cerrados el año pasado se les sumaron 11.800 en estos primeros meses de 2021. En puestos de trabajo, se perdieron 175 mil. Las ATP del año pasado para el sector abarcaban a 180 mil trabajadores, los Repro actuales, a 45 mil. Los montos de ayuda por empleado cayeron a la mitad.
En otros sectores se repite lo mismo. La pandemia ya eliminó 22.860 empresas. Más de las que se perdieron en el período 2018-2019, cuando el país había caído un 5% del PBI.
Las cámaras empresariales advierten que muchas de las firmas que el año pasado lograron sobrevivir tomando créditos ahora no pueden pagarlos porque aún no sienten la mejora de su situación económica, y esto arrojará más cierres y desocupación. De por sí, si la tasa de desocupación contara como desocupados a aquellas personas que lo están, pero desistieron de buscar trabajo, el índice daría 28,5%.
Temores. En el Ministerio de Economía reconocen que la crisis no da tregua, pero estiman que, como en los primeros meses, la actividad económica se seguirá recuperando y que se cumplirá con el crecimiento del 5,5% previsto en el Presupuesto. Pero sostienen que, aun con el recrudecimiento de las restricciones, está previsto invertir en gastos asociados a la pandemia menos de un tercio que el año pasado.
Los economistas cercanos al kirchnerismo y al peronismo temen que siguiendo con este modelo les pase lo mismo que a Macri, que en pos de alcanzar el déficit cero terminen profundizando la recesión y perdiendo las elecciones.
Este es el fondo del debate económico actual dentro del Gobierno. Guzmán entiende que no hay futuro sin antes tener cuentas en orden y que nada sería peor que una híper. Los otros creen que no habrá futuro si no llegan al futuro.
Álvarez Agis es un economista heterodoxo, pero pragmático, que fue funcionario de Kicillof. En el reportaje de la semana pasada con Jorge Fontevecchia, parafraseó el viejo dicho de Keynes sobre que en el futuro estaremos todos muertos: “En la Argentina es al revés, en el largo plazo vamos a estar vivos. El problema es pasar la segunda ola, en lo económico y en lo sanitario”.
Este viernes le sumó la misma preocupación sobre el presente que se escucha entre los economistas peronistas: “No hay plata, la economía argentina está rota y la gente se está cagando de hambre”. Álvarez Agis cree que la mayor caída económica del país en comparación con la región no se debió a una cuarentena más prolongada. Como sus colegas partidarios, apunta a Guzmán: el problema es “la poca plata que gastó y esa es la explicación más sencilla de por qué Argentina cayó tanto”.
Ella o él. Kicillof y Cristina piensan muy parecido. Desde ese sector, también vienen insistiendo en que, con la soja en 600 dólares, el ministro debería avanzar con más retenciones sobre los ingresos adicionales que obtiene el agro. Como sucedió en 2008 y derivó en el choque de aquel gobierno con el campo.
En síntesis: es cierto que el subsecretario Basualdo sigue en su puesto sin que Guzmán lo haya podido echar ni tampoco haya aumentado las tarifas como tenía previsto.
Pero también es cierto que la política económica del ministro nunca fue la que el cristinismo deseaba. Desde fines del año pasado, menos aún. Tampoco su vínculo económico con el mundo en general y con los organismos de crédito en particular es el que ella elegiría.
Para bien o para mal, Guzmán –con el ok de Alberto Fernández– hace otra cosa. Sin que, por ahora, Cristina Kirchner haya podido torcerle ese rumbo.
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