domingo, 9 de mayo de 2021

El país Billiken

 Por Gustavo González

¿Vieron que la oposición quiere mantener las escuelas abiertas porque no le importa si la gente se contagia de covid y que la Corte Suprema falló a favor de la Ciudad de Buenos Aires porque su candidato es Rodríguez Larreta? ¿Y que al Gobierno no le sirve que los chicos se eduquen, por eso quiere las escuelas cerradas?

No son versiones de vecinos aventurados, son afirmaciones de políticos de uno y otro lado, y títulos de los medios.

Literatura infantil. La ex gobernadora Vidal no era Heidi sino una malvada que decía que los bonaerenses no merecían una buena salud y por eso no abrió un hospital durante su mandato. El kirchnerismo está cegado por ser Venezuela y privilegia la compra de vacunas rusas y chinas, mientras rechaza las europeas o estadounidenses que habrían salvado miles de vidas.

Tomando solo las certezas de los últimos días, también se afirma que Macri encabeza desde el exterior un plan para derrocar al Gobierno. Mientras acá Alberto y Cristina están más unidos que nunca y se dedican a inaugurar viviendas que el ex presidente había dejado abandonadas porque nunca le importó la felicidad del pueblo.

Con la misma exactitud se explica que Alberto Fernández solo ejecuta un plan económico cuyo ideólogo es Kicillof y que consiste en darle a la maquinita, que es lo único que los populistas saben hacer.

Quienes escriben la historia en este Billiken cotidiano en el que conviven héroes y villanos simplifican y comprimen la realidad de tal modo que, a partir de datos más o menos ciertos, terminan construyendo relatos infantiles solo verosímiles para los que creen que la realidad es así de simple.

Sé que algunos son conscientes de eso y que acomodan los hechos a su gusto para satisfacer a sus audiencias con el justificativo de un bien mayor (acabar con el populismo/frenar al neoliberalismo). Pero temo que haya líderes que compran lo que venden. Que creen de verdad que los que están enfrente están guiados por un designio maldito. Entonces se entendería que, al estar convencidos de que Cristina quiere envenenar a la población con vacunas rusas o que los miembros de la Corte Suprema encabezan un golpe institucional, sus respuestas sean tan extremas: es su afán por evitar delitos mayores.

El reduccionismo como método de análisis resulta muy eficiente para enfrentar la complejidad de la realidad. No para entenderla, pero sí para estar convencido de que se la entiende. Y lo que es tranquilizador para comprender la política se vuelve más necesario cuando se trata de problemas más sofisticados como los de la economía.

El mecanismo es el mismo: frente al abismo de teorías económicas en pugna, se opta por sintetizar en que los unos son chorros y los otros herederos de la dictadura, en sus distintas variantes. Satanizar siempre es más sencillo que tratar de entender.

Dos escuelas. La escandalosa imposibilidad del ministro Guzmán para echar a un subsecretario de La Cámpora fue la excusa de la semana para aplicar la lógica reduccionista que indica que quien de verdad maneja, o pretende manejar la economía del país, es Kicillof, instigado por el afán cristinista de apoderarse de todas las cajas del Estado y aplicar un delirante plan populista.

Al satanizar se pierde la posibilidad de analizar que lo que transmite el caso del subsecretario Basualdo es parte de un debate muy interesante, económico y político.

En el Gobierno conviven dos miradas sobre cómo transitar la pandemia y salir de la crisis. Una es la del actual ministro y la otra, la del ex ministro de Economía. Las dos se encuadran dentro de visiones más o menos clásicas. Ninguna es una excentricidad del capitalismo.

Para sintetizar, tanto Guzmán como Kicillof tienen formación keynesiana: piensan que el Estado debe intervenir para reiniciar los circuitos productivos frenados por la recesión. La diferencia es que Guzmán es el menos keynesiano de los keynesianos, más preocupado por la tendencia argentina a la inflación. Y el gobernador, como la mayoría de los economistas peronistas, cree que la prioridad actual es reactivar el consumo y la producción. Uno presupuestó un déficit de 4,5% e intenta cumplirlo (en el primer trimestre logró un déficit de apenas el 0,5%). El otro interpreta que es un error poner en riesgo la reactivación para cumplir con esa meta.

Show. Calificar a Kicillof de marxista, inepto o loco impide ir al fondo de lo que está en debate. Que es un debate similar al que se da en otros países: más o menos impuestos, más o menos subsidios, más o menos dinero volcado al consumo, más o menos déficit. Biden acaba de elegir el camino de un fuerte intervencionismo, lo que llevó a Jorge Fontevecchia a titular su columna del domingo pasado “Juan Domingo Biden”, una idea que dos días después tomó el propio presidente.

Cuando Basualdo-Kicillof ratifican el tope del 9% a los aumentos de la luz, son coherentes con la hipótesis de volcar consumo al mercado. Cuando el viernes, Guzmán-Alberto anunciaron refuerzos de 250 mil millones de pesos al gasto social (0,7% del PBI), están aceptando ese camino, aunque el ministro de Economía afirma que siempre será dentro de su previsión del déficit anual. Además de insistir en ir a un esquema de incrementos de tarifas que discrimine entre los que más y menos tienen.

La mayoría de los gobiernos del mundo de todas las tendencias recurrieron a mecanismos similares para enfrentar la crisis, y los debates que se dieron y se dan son parecidos. También están los que en cada país sostienen que lo mejor es ordenar ya las cuentas públicas. Ni unos ni otros son monstruos. Piensan distinto.

Verlo como una guerra entre el bien y el mal y no como una confrontación entre diferentes escuelas económicas es funcional al show de la grieta, pero no sirve para discutir con argumentaciones los mejores pasos a seguir.

Basualdo. El caso del subsecretario expone sin eufemismos esta inédita situación en la que el país es conducido por una alianza en la cual quien gobierna no es quien aportó el mayor caudal de votos, sino el que hizo la diferencia necesaria para llegar al poder.

Puede no gustarles a dirigentes del oficialismo y de la oposición y a una parte importante de la sociedad que Cristina sea la principal accionista de ese frente, pero los millones de personas que votaron por ella no deben querer que su influencia desaparezca.

Cuando una mayoría guardaba silencio durante los primeros cinco años de kirchnerismo, PERFIL y la revista Noticias se encargaron de denunciar a aquella administración, pero los resultados de las urnas de su principal heredera son inapelables. Mostrar a Cristina como jefa de una banda que quiere copar el Gobierno conlleva el peligro de desconocer ese resultado.

Y el intento de Guzmán de echar al funcionario que simboliza la posición económica del cristinismo, sin antes consensuar la medida con su máxima referente, revela que quizá el ministro tampoco es consciente de la complejidad política de conducir la economía del primer gobierno multiperonista de la historia.

© Perfil.com

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