Por Roberto García |
Primera certeza: Alberto Fernández, si alguna vez tuvo ese albur, ya ni sueña con la reelección, un propósito razonable para cualquier presidente en su primer mandato. Ahora, apenas si aspira a completar el período que le resta con la ayuda de Dios, asistencia celestial que este jueves le rogara al papa Francisco. Ha quedado minusválido en menos de dos años de gestión, convertido en un mandatario de transicion o de transacción si uno apela a la delicia optativa reservada al caso del arrepentido poeta cubano Heberto Padilla, quebrado durante el régimen de Fidel Castro.
Al argentino, para doblarse, no hubo necesidad de encarcelarlo ni torturarlo. Se condenó solo en un ultimo episodio: como un aficionado político le reclamó la renuncia a un subalterno sin consultar a Cristina de Kirchner y el funcionario (Federico Basualdo, subsecretario eléctrico), un protegido de ella, se negó a presentarla. Bullicio por el escándalo del segundón rebelde que no cumple una resolución del jefe de Estado y cuestiona la autoridad. Error: quien salteó la cadena de mandos fue el propio Alberto al atreverse, sin notificar a su mandante Cristina, despedir a Basualdo, hijo de un economista que aporta papers en el Instituto Patria y ella admira según confesó en su libro best seller.
Llevó la peor parte de la desautorización pública el ministro de Economía, Martín Guzmán, quien cargado de importancia había planteado la intimacion “Basualdo o yo”. Lo disuadieron fácil: “Basualdo y vos”. Por ahora. Finalmente, la reyerta era menor e inútil, subir durante el año las tarifas 9% (Basualdo) o 18% según Economía: la diferencia siempre la paga la gente, sea en la boleta (Guzmán) o en la inflación el subsecretario al compensar con subsidios. La verdadera puja era el poder, la última palabra: Cristina entrenaba a Basualdo desde un rincón, Alberto a Guzmán desde el otro. Perdieron en el papelón de Alberto también Cafiero y el titular de Energía, Darío Martínez. Ni hablar de la Argentina. Mientras, orondo y victorioso, con el poder femenino prestado, Basualdo se exhibió en fotos con la cúpula de Luz y Fuerza bajo el retrato de Oscar Smith, alto dirigente del gremio, secuestrado y desaparecido por los militares en los 70, quien no se sabe si hoy disfrutaría de ese homenaje: los amigos políticos vivos de Basualdo lo criticaban al “Gato” en la CGT por conciliador, para decirlo con distraída generosidad, cuando era él quien le hacía paros insolentes a la Junta.
Ya ni el entorno presidencial más selecto, de Vilma Ibarra a Nicolás Trotta, Juan Manuel Olmos a Julio Vitobello, Juan Pablo Biondi a Gustavo Beliz se tienta con una segunda etapa de Alberto: saben que no prospera en la cuenta corriente de Cristina de 2023, ocupada por su hijo Máximo, Kicillof, Massa o Scioli si hay huracán en contra. Tampoco lo contemplan los disidentes del peronismo, tipo Pichetto o Randazzo, asociados o no con la coalición opositora, menos los gobernadores que guardan su disidencia para mejor oportunidad. A propósito, habría que analizar el resultado del viaje de Randazzo a Córdoba hace tres días, en avión contratado, su entrevista con Schiaretti y la posibilidad de abrochar un entendimiento futuro de este con Horacio Rodríguez Larreta : sería un uno-dos aún sin fijarse la prevalencia en la butaca principal.
Hay voluntad de ambas partes, hasta han confesado lo que estarían dispuestos a conceder. Randazzo se presenta como intermediario y armador bonaerense en ese juego con su postulación a diputado para la Provincia en este 2021. Las bases del mutuo: prescindir de Macri y de Alberto como jefes, todos para uno en confrontar al cristinismo camporista para impedir en los comicios que alcance numero propio en diputados. Vendrán nuevos detalles.
Igual tuvo Fernández un golpe de azar: el fallo de la Corte Suprema en contra de su DNU sobre la autonomía de la Capital lo afectó menos que a Cristina, quien se inquietó por la contundente naturaleza del dictamen. Imagina un turbión de la Justicia en su contra que la complique aún más con su familia en causas judiciales. No es, claro, la misma preocupación que padece el mandatario, exento de esos temores judiciales. De ahí que la vice descongelara la relación con Alberto, le volviese a hablar y se hiciera filmar junto a él en un acto non sancto para la sanidad, participando Sergio Massa en la trifecta perfecta, a quien le mantienen la responsabilidad sobre el Ministerio de Transporte pero le pretenden arrebatar decisiones sobre la piedra preciosa del área: la hidrovía.
Como si no hubiese virus o crisis económica, la vice que será presidenta desde esta noche por una semana prioriza cambios en la Justicia como prioridad y va por la destitución del procurador Casal aunque le faltan seis votos claves en Diputados. Al congeniar con el radical Gerardo Morales –la ubicaron a la esposa en el directorio de YPF y le zanjaron un problema con un magistrado jujeño–, ese número se puede reducir. También seguirá la guerra de Zapa contra la Corte, una ciega ofensiva que hasta olvida la estrategia que utilizó Néstor para desmembrar ese poder: entonces, cuando asumió, en lugar de derribar por completo al instituto, como lo había intentado Eduardo Duhalde, eligió la demolición uno por uno. No le fue mal.
De turismo por Europa, Alberto fingirá que es óptimo su vínculo con Cristina y Guzmán dirá todo lo contrario de lo que dijo hace menos de un mes ante los mismos interlocutores. En materia de tarifas, al menos. Hasta el Papa se resignará a esas actitudes, finalmente el catolicismo perdona la falsedad en la tierra.
Tal vez haya un impasse de siete días en el vodevil político, Cristina haga más reuniones en su departamento para descomprimir el caso Basualdo creando un Ministerio de Energía y decida sobre una invitación que le formularon los chinos para celebrar un aniversario revolucionario en Beijing. Quizás vaya, justo cuando el mismo anfitrión Xi Jinping ya había dispuesto suspender una visita que le habían cursado a Alberto Fernández.
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