Por Carlos Gabetta (*) |
El covid afecta a todos los países del mundo. Incluso en aquellos que vacunan masivamente, el virus se expande y aparecen nuevas variantes. Aunque la relación eficacia-riesgo es positiva, todas las vacunas provocan diversas reacciones y hasta peligros, resultado lógico de la urgencia de su concepción y fabricación: la de Johnson & Johnson acaba de ser “pausada” en EE.UU. Una vacuna necesita al menos cinco años de investigación y pruebas, mientras que estas aparecieron en poco más de uno; con el agravante de que no se concibieron para una enfermedad conocida, sino para un nuevo enigma científico, aunque hay progresos evidentes y es razonable suponer que la ciencia moderna podrá con la pandemia.
El meollo del problema no está pues en las vacunas, sino en la necesidad de inmunizar a todos los habitantes del planeta. Si los países subdesarrollados siguen sin vacunas, ¿qué será de los países centrales, que sueñan con controlar la pandemia vacunándose? ¿Se aislarían y dejarían de explotar el petróleo e importar alimentos; se acabaría el turismo? Inimaginable.
La otra y misma cara de la solución es prever desde ya las consecuencias de esta pandemia en una crisis económica y financiera mundial presente desde 2008, cuando estalló en los países centrales. EE.UU. y la Unión Europea están destinando billones a paliar los efectos de la pandemia, pero estos valdrán cada vez menos si el consumo mundial no se recupera y expande. Ninguna impresora garantiza el valor real de una moneda, y esta emisión masiva se da en un marco de deuda pública que está en el centro de la crisis. La de EE.UU., nada menos, debería “superar el 100% del PIB en 2021, en tanto en 2023 subiría al 107%, su nivel más alto en la historia”. (http://bit.ly/deuda-publica-EE-UU). Japón, otra gran potencia, es el país más endeudado del mundo: 238% en la relación deuda/PIB” (http://bit.ly/paises-endeudados).
Por no hablar de los países subdesarrollados. A medida que la plaga se extiende y agrava, la situación allí, que fue peor desde el comienzo, deviene trágica, debido a las desigualdades, la extrema pobreza y la precariedad asistencial. En América Latina, al 12-4-21, solo Brasil registraba 13.482.543 infectados y 353.293 muertos, sobre 215 millones de habitantes. Según el porcentaje poblacional, casi todos los demás países comparten esas cifras, o van en camino. Chile, que se destacó por su bajo nivel de infección y la compra adelantada de vacunas, sufre hoy la “segunda ola”; a punto tal que decidió cerrar sus fronteras. El porvenir se presenta peor aún, a causa de la actual escasez de vacunas y su acaparamiento por los países más ricos.
En cuanto a la situación económica y social, que ya era mala antes de la pandemia, no ha hecho más que agravarse. A finales de 2020, el 42,0% de la población argentina era pobre y un 7,8% de ese total (3.007.177 ciudadanos) se encontraba en situación de indigencia (http://bit.ly/indec-pobreza-medicion). Con variantes y raras excepciones, el fenómeno se reproduce en todos los países subdesarrollados, generando mayor inestabilidad política, conflictos e inseguridad.
De la vacunación planetaria depende la solución de la pandemia. De la ampliación de mercados solventes en todos los países, la exponencial capacidad productiva actual del sistema capitalista. La ONU, la Unesco y otros organismos internacionales deberían tomar medidas de carácter universal para distribuir vacunas, además de ayudas económicas a todos los países. Imponiendo altos impuestos a las multinacionales y billonarios del mundo y expropiando los billones de “paraísos fiscales”, la actual emisión masiva sería mucho menor o innecesaria. El mundo es rico, pero la gente no.
Esta pandemia acabó en metáfora de las desigualdades, injusticias e interdependencia económica mundiales.
(*) Periodista y escritor
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