lunes, 12 de abril de 2021

No nos representan

 Por Carmen Posadas

Después de tantas semanas escribiendo sobre lo disparatado que anda el mundo, esta vez me dije: voy escribir sobre algo positivo, esperanzador. Ya sabemos que las buenas noticias no son noticia y todas las tentativas de hacer una publicación que retrate el lado amable de la vida han fracasado (salvo la de una muy señera revista del corazón). Pero aun así, pensé, seguro que encuentro material interesante. 

Puse la tele y lo primero que vi fue a la madre del niño Gabriel Cruz, asesinado por Ana Isabel Quezada en 2018, que intentaba controlar el llanto. Según explicó con no poca dificultad, un medio digital, con la coartada del aniversario de la muerte de su hijo, colgó una foto de su cadáver pidiendo a los lectores que si les dolió la muerte de Gabriel le dieran un like a la noticia. Así ganó de un día para otro 60.000 adeptos. La madre desde entonces, y dicho en sus propias palabras, ha tenido que «mendigar en el juzgado de guardia que procedan contra este medio, pero en España no tenemos mecanismos para cerrar una página de estas características, a pesar del sufrimiento que nos está causando».

Cambio de canal y las noticias van ahora desde dos conductores kamikazes que han matado a no sé cuántas personas en la autopista, pasando por cierta familia de okupas que tiene amenazados a los ancianos que viven en su mismo edificio, hasta llegar a una tercera noticia aún más lacerante. La de un discapacitado de Manacor al que cuatro hombres y tres mujeres sometieron a todo tipo de vejaciones y torturas. La víctima, que había puesto un anuncio en el que convocaba una suerte de concurso en las redes, decía buscar «un look más arriesgado». El concurso conllevaba castigos a cambio de dinero, por lo que los siete individuos procedieron a ‘complacerlo’. Primero le tatuaron un par de penes en la cara, luego le cosieron los dedos de los pies, le sellaron la boca con pegamento y por fin le arrancaron las cejas. Mira tú qué juerga, qué risa, qué bien lo pasamos mortificando a este imbécil.

Desde que allá por 1871 P. T. Barnum pusiera en marcha su famosa Galería de Monstruos, no se había visto tanto interés por el sufrimiento ajeno. Aquel avispado empresario consiguió ganar millones sacándole  partido tanto a la credulidad como al morbo del respetable al reunir en un mismo espectáculo fraudes palmarios (como una anciana de 160 años, supuesta ama de cría de George Washington, o la mujer barbuda) con personas que realmente sufrían alguna tara o malformación atroz. El hombre elefante, por ejemplo, la mujer de trescientos kilos, la enana de sesenta centímetros, un pobre desdichado nacido sin piernas ni brazos… ¿Cómo, se preguntarán ustedes, se escribe un artículo positivo y esperanzador cuando todo lo que uno ve a través de esa ventana al mundo que es la tele haría las delicias del señor Barnum? Eso por no mencionar el circo de varias pistas en que se ha convertido, por un lado, la política y, por otro, la crónica rosa. En la primera lo que prima es el encanallamiento, el ‘quítate tú que me pongo yo’ y, sobre todo, el ‘a ver cómo hago creer que defiendo los intereses de los ciudadanos cuando solo defiendo los míos’. En la crónica rosa, por su parte, el neocanibalismo incluye el espectáculo ‘hijos contra madres’, a lo Pantoja, o ‘malvadas que pasan a ser santas y santos a malvados y otra vez viceversa’, como en la saga Carrasco Jurado-Flores.

Sin embargo, y a pesar de que parece que vivimos en un perpetuo circo Barnum, nada de lo que acabo de enumerar nos representa. Esa no es la España real. Puede que las audiencias de programas tanto de política como del cuore sean abultadas, pero los intereses y los afanes de la gente de bien –que es la inmensa mayoría– van por otro lado. Por luchar cada mañana para sacar adelante a sus familias, por educar a sus hijos de la manera más sana posible, por intentar sobrevivir a la pandemia y las penurias económicas  derivadas de esta y multiplicada por la inoperancia de unos políticos que tampoco nos representan. No se me escapa que este fue uno de los lemas del movimiento 15-M de hace diez años. Buena parte de aquellos indignados que iban a cambiar el mundo está ahora en el poder, y ya ven. Pero nosotros a lo nuestro, a continuar con nuestras vidas, haciendo las cosas lo mejor posible mientras intentamos que no se nos pegue nada de ninguno de ellos.

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