Por Claudio Jacquelin
“Dictador”, “imbécil”, “miserable”, “barrabrava”. A cielo abierto, en público, por los micrófonos de los medios, por las redes sociales, la política, con el Presidente a la cabeza, se ha embarcado en un juego demasiado peligroso. Ante una sociedad agobiada por la acumulación de penurias palpables, incertidumbres recargadas y temores concretos la dirigencia dirime sus desacuerdos insultándose a los gritos. La negación de su esencia.
Difícil parece sostener por estas horas algunos slogans, como “volvimos mejores” o “la pandemia nos unirá”. Mientras los casos de contagios de Covid rompen récords, la pobreza escala a alturas de vergüenza extrema y el humor social alcanza fronteras inquietantes, los principales dirigentes van a contracorriente de lo que hace un año les devolvió la confianza, la estima y el reconocimiento social. Los acuerdos pandémicos, tan celebrados hace 350 días, se destruyen día a día a fuerza de balazos retóricos en el campo de batalla mediático.
Apenas unos minutos después de haber calificado a algunos críticos de “imbécil profundo” o “muy mala persona”, Alberto Fernández llamó a algunos de sus colaboradores más estrechos para jactarse de lo dicho. Sus interlocutores se lo celebraron y lo justificaron. No lo consideraron una contradicción con afirmaciones y promesas previas. Como el propósito que el mismo presidente de los argentinos expuso en el Congreso hace nada más que un mes y 8 días: “Quiero ser recordado como un argentino que un día fue elegido como Presidente y fue capaz de servir a su Pueblo sembrando la mejor de las semillas que un ser humano puede sembrar: la unidad de su Patria más allá de las diferencias”. Fernández, 1° de marzo de 2021.
El tenor de las descalificaciones en boca del primer magistrado puede llevar a suponer que la situación (sanitaria, económica o política, elijan la que prefieran) es más crítica de lo que se sabe o de lo que el Gobierno admite. Sin embargo, poco después de la airada reacción, uno de los voceros más calificados del Presidente sostenía convencido: “Estamos mucho mejor de lo que podríamos estar”, para luego agregar con optimismo: “Aunque estamos peor de lo que seguramente vamos a estar”. Extrañas paradojas.
Más curioso aún resulta confirmar que la ira del Presidente no fue desatada por las manifestaciones del jefe de un Estado enemigo o un adversario equivalente en poder y representación. Fernández reaccionó (y se solazó por haberlo hecho) frente a las expresiones de un economista y un diputado raso opositor, afecto a las provocaciones y cultor de la grieta, quienes coincidieron en denunciar un cercenamiento de libertades individuales y violaciones de los derechos individuales. También, ante la duda expresada por un periodista crítico respecto de los números récord de contagio y el supuesto intento de utilización de esas cifras con fines político-electorales. Aún cuando las críticas y especulaciones resulten injustificadas, la respuesta pareció un ejercicio de notable asimetría. O una inquietante expresión de falta de mesura (y autocontrol) que cabe esperar de quien ocupa la primera magistratura de una república, siempre que no pretenda ser Donald Trump o Jair Bolsonaro.
Las descalificaciones presidenciales y las réplicas opositoras que lo tildaron de “barrabrava” fueron expuestas a pocas horas de anunciarse nuevas (y tal vez inevitables) restricciones por la crisis sanitaria, que volverán a alterar nuevamente la vida cotidiana de la misma sociedad que experimentó hace demasiado poco la cuarentena más larga del mundo.
El cruce de agravios ocurrió, además, en el mismo día en el que volvieron a las calles porteñas las imágenes (y consecuencias) de reclamos sociales multitudinarios y caos vial de tiempos prepandémicos, El sentido de la oportunidad a veces pelea palmo a palmo con la empatía el liderazgo de la lista de atributos en riesgo de extinción.
El tono y los temas de las discusiones que han poblado el espacio público en los últimos días, como la anticipada discusión sobre la realización de las PASO o las nuevas embestidas oficialistas al Poder Judicial Justicia y a la libertad de prensa, parecen desconocer algunos inquietantes indicadores sobre el estado de ánimo de los argentinos. La calificación de fatiga social podría resultar escasa. Tal vez estemos cerca de tener una sociedad “losardizada”. El agobio que llevó a renunciar a la exministra de Justicia podría extenderse más allá del círculo de albertistas frustrados.
La última encuesta de Isonomía sobre humor social muestra que las perspectivas negativas dibujan una curva en ascenso tan pronunciada en los últimos dos meses como las de contagio de Covid, mientras que el optimismo cae en picada.
El sondeo fue realizado antes de que la pandemia volviera a sus niveles más críticos y de que se decidiera adoptar nuevas restricciones a la circulación y los encuentros sociales. Mucho antes, también, de que la recuperación económica y del empleo en ciernes se ponga en riesgo otra vez por la situación sanitaria o de que se difundiera el agraviante índice que muestra que el 42% de los argentinos son pobres.
La consulta de Isonomía coincidió, en cambio, con las nuevas subas de precios que siguen adelgazando los bolsillos y agregándole imprevisibilidad a la vida cotidiana. La inflación es el indicador más elocuente y más fácil de percibir de la incertidumbre crónica argentina. Si las expectativas se alejan es de toda lógica que la desesperanza, el temor, el agobio sean sentimientos demasiado compartidos.
Ante una sociedad agobiada los gritos de la política pueden ser un juego demasiado peligroso.
© La Nación
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