Por Gustavo González |
A la tradicional incertidumbre argentina, ayer se le agregó el covid presidencial. Alberto Fernández es el primer presidente que, vacunado con las dosis correspondientes, igual se enfermó. Aunque se supone que nada malo le pasará, alcanza para revivir los fantasmas de un país en el que todo puede ocurrir.
El consenso. Como trasfondo de nuestras históricas complejidades, subyace la dificultad mayor: alcanzar consensos.
Y, en plena carrera electoralista, la ilusión de que se puede mejorar sin acuerdos básicos y solo si gana un bando u otro nos garantizaría llegar a 2022 habiendo perdido otro año.
Es posible que el resultado electoral no cambie demasiado la relación de fuerzas en el Congreso y que la economía crezca 5 puntos o más. El Gobierno podría decir que sobrevivió pese a haber atravesado una pandemia, y la oposición también podría adjudicarse triunfos e insistir en que el Gobierno nos llevará a Caracas.
Ambos podrán darse por ganadores, pero este juego de suma cero nos hará perder a todos, incluso a los políticos.
Hace dos semanas, PERFIL anticipó que Máximo Kirchner propondría un inesperado acuerdo para negociar con el FMI un plan de pagos a 20 años. La nota de Rosario Ayerdi revelaba que intentaría unir detrás de ese objetivo a los presidenciables Massa, Kicillof, Larreta y Vidal.
Su lógica es que “cualquiera con chances de gobernar sabe que no podrá sobrellevar los actuales vencimientos, ni siquiera si se estiraran a diez años. El acuerdo con el FMI les interesa a todos los futuros presidentes”.
Cuatro días después, su madre avanzó en la misma dirección, al pedir que los partidos “articulen un acuerdo mínimo frente a cuestiones estructurales como el endeudamiento externo y la economía bimonetaria”.
La trama. Por qué ambos Kirchner plantean un imprevisto acercamiento con la oposición es un tema de debate en el círculo rojo desde que PERFIL lo anticipó. Cerca de la ex presidenta sostienen que no hace otra cosa que refrendar el espíritu “acuerdista” que habría inaugurado “desde que presentó Sinceramente y llamó a un nuevo contrato social”.
En la oposición no piensan igual: el apellido Kirchner no es sinónimo de consenso.
El plan de Máximo-Cristina encontró en Massa a un operador con puente directo sobre su principal destinatario, el jefe del Gobierno porteño.
Massa mantuvo una reunión con Máximo y Guzmán, en la que el ministro contó sus negociaciones en Washington y la imposibilidad técnica de que el FMI acepte un acuerdo de facilidades extendidas por más de diez años. Pero Máximo y Massa creen que, así como el megapréstamo del Fondo a Macri tuvo un racional político, ahora también se debería contemplar una salida política. Más allá de lo que digan las normas del organismo.
En el encuentro coincidieron en que, además de Larreta y Vidal, deberían sumar al gobernador Valdés y a Lousteau por el lado de la oposición; y a los gobernadores Uñac y Capitanich por el otro, completando con Kicillof y Massa los cuatro del oficialismo.
El primero en escuchar sobre la iniciativa habría sido Larreta y su respuesta no sería otra que la esperable: “Es imposible que esto se plantee en forma individual, en todo caso debería ser institucional y a través del Congreso”.
Nadie todavía llegó a tantear a Vidal, quien responderá lo mismo que su jefe político.
En la oposición no se termina de entender qué hay detrás de la iniciativa. Hasta descartan, por simplista, que el intento haya sido hacerles “pisar el palito a Horacio y María Eugenia”, de aceptar una convocatoria individual capaz de generar un cisma opositor.
¿Será el Congreso el lugar para debatir una postura unificada frente al Fondo?
La negociación. El presidente de Diputados tiene cita esta semana con los presidentes de los bloques para postergar las elecciones hasta noviembre. Esperan que eso se resuelva para avanzar con ellos en el acuerdo por la deuda.
Massa confía en que eso suceda de acá a junio o julio, antes de que el clima electoral se enrarezca más. Eso explicó en la última mesa de los martes con Alberto Fernández, Máximo, Cafiero y Wado De Pedro.
Sin embargo, en esta Argentina agrietada y en año electoral, parece difícil que los bloques opositores acepten firmar un acuerdo que se limite a pedir mayores plazos de pagos, sin exigir al mismo tiempo un plan económico que contemple algunas de sus ideas.
En el Gobierno esperan que en lugar de “un plan económico completo” la oposición acepte un acuerdo que ratifique “el cumplimiento de las metas plurianuales que ya están en el Presupuesto sobre equilibrio fiscal y acumulación de reservas”.
En la reunión del martes, el Presidente le sugirió a la mesa chica que a la propuesta de estiramiento de los plazos con el Fondo se le sumen otros cuatro puntos de consenso que transmitan más la idea de un acuerdo de largo plazo.
En el FMI ya nadie se sorprende porque el país que un año le pidió un préstamo sea el mismo que al siguiente proteste indignado porque se lo concedió. Conocen que aquí cada gobierno puede girar 180° sobre lo que decía el anterior y tampoco les sorprenderá si eso vuelve a ocurrir.
Guzmán quiere creer que al menos será factible correr los vencimientos por diez años: pedir el doble de plazo puede concluir en que a los diez años se le agreguen cinco de gracia para empezar a pagar. Incluso podría quedar abierta la posibilidad de que si cambiara la carta orgánica del Fondo (hay un pedido de congresistas en ese sentido), esos plazos se extenderían más.
Pero el FMI no solo pediría cobrar y monitorear las cuentas, sino construir con el Gobierno un relato de que eso de verdad sucederá. Una razón que justifique, hacia adentro y hacia afuera, más flexibilidad frente al caso argentino.
Hay un ejemplo reciente en América: Ecuador. Hace siete meses, Lenín Moreno cerró un acuerdo por US$ 6.500 millones que incluyó ciertos consensos políticos requeridos por el organismo, como la aprobación parlamentaria de enmiendas anticorrupción.
La oportunidad. La pandemia trajo un estado de excepción que hasta ahora la dirigencia local no aprovechó. Es que a veces ocurren tragedias que anidan la esperanza de un nuevo ciclo. Como la dictadura militar que derivó en el Nunca Más, la hiperinflación de los 80 que concluyó en una década de estabilidad cambiaria, o el estallido de 2001 que inoculó el miedo a repetirlo.
Hoy, a las puertas de una carrera electoral y en medio de agresiones políticas cruzadas, cualquier acuerdo de largo alcance parece imposible. Aunque también es cierto que la era de las antípodas argentinas viene dando muestras de agotamiento y cada vez más se empieza a aceptar que no habrá progreso posible ni gobierno que funcione sin antes ponerle fin al enfermizo show de la grieta.
La segunda ola del covid va a traer dolor, esperemos que menos que en la primera ola. Pero quizá, entre su desgracia, también pueda traer un shock de sensatez que permita dar vuelta esta historia.
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