Por Claudio Jacquelin
La segunda ola del Covid (o el tsunami, como lo llama Alex Kicillof) encuentra al Gobierno complicado en varias dimensiones y con una inocultable escasez de recursos para afrontarla. El déficit excede a lo sanitario. Lo atraviesa una crisis de confianza y agobio social, turbulencias económicas y errores que la pandemia amplifica.
Eso explica algunas decisiones recientes y otras medidas que el oficialismo explora en procura de recuperar respaldo y capacidad de acción para hacer frente al que se avizora como el mes más dramático desde que el coronavirus llegó al país. Las reacciones destempladas del Presidente durante la semana última corroboran la preocupación que habita al Gobierno. La psicología dice que detrás del enojo y la ira reside el miedo.
La mejor expresión de la urgencia por encontrar apoyos resultó que, casi en simultáneo con las diatribas presidenciales, el ministro del Interior, Eduardo de Pedro, invitara a los jefes del interbloque de Juntos por el Cambio a integrar una comisión parlamentaria de seguimiento de la pandemia, en el contexto de una revisión del calendario electoral. No hay contradicciones. El funcionario más activo de la administración Fernández buscó un acuerdo que les diera legitimidad a las medidas que se adopten. No solo en materia de elecciones. Una admisión de fragilidades y pasivos del Gobierno.
En el mismo sentido se inscribe la evaluación que están haciendo la Jefatura de Gabinete y la cartera política para ampliar (en nombres, disciplinas y representación social) la comisión asesora del Poder Ejecutivo sobre la pandemia. El Gobierno busca un escudo protector más sólido y creíble ante la opinión pública. Los hechos han devaluado la palabra oficial y corroído la imagen justo cuando más necesita de aceptación y confianza. Aún más que hace un año.
El otrora incuestionable comité de infectólogos, que a fines de 2020 debió sumar sociólogos, psicólogos y otros especialistas para recuperar credibilidad, está requiriendo de nuevos refuerzos. Los nombres de científicos y expertos en diversas materias, así como de referentes reconocidos por la sociedad, están siendo analizados. El ejercicio del poder, la práctica política, la comunicación social y el marketing electoral demandan acción.
Si la cuarentena más larga del mundo y la fatiga social por el encierro ya habían mellado el apoyo al Gobierno, la crisis de las vacunas terminó por horadar la confianza. Promesas fallidas, escándalos, negociaciones opacas y el estallido de la segunda ola, que amenaza con colapsar el sistema sanitario del área más poblada y visibilizada del país, ponen en jaque al Gobierno en el año electoral. Ningún experto discute la necesidad de mayor distanciamiento y prevención, pero las advertencias chocan contra un muro de hastío y expectativas frustradas que cuesta perforar.
Es un hecho que si los preocupantes pronósticos de infectólogos, matemáticos y funcionarios se cumplieran, caerían sobre la estrategia elegida y promocionada por Fernández hace un año. La antinomia salud-economía no tendría, al final, opción ganadora. Los indicadores de pobreza e inflación podrían no ser las cifras más angustiantes del semestre frente a las de infectados, internados en terapia intensiva y muertos. La carrera por conseguir más vacunas y aplicarlas adquiere visos dramáticos.
La reunión que el jueves mantuvieron los diputados opositores con De Pedro y el titular de la Cámara baja, Sergio Massa, para explorar la postergación de las elecciones por cuestiones sanitarias implicó un reconocimiento de los problemas del oficialismo, más allá del cálculo electoral que pueda subyacer. No se trataba de lograr los votos para un cambio de fechas, que no le faltarían al Frente de Todos si se propusiera conseguirlos. Es una cuestión de legitimidad que se escurre.
La propuesta oficial de formar una comisión parlamentaria tuvo una incisiva respuesta de uno de los legisladores cambiemitas: “Wado, están llegando tarde, porque la confianza está rota. No les va a alcanzar con esa comisión. Necesitan ampliar la convocatoria”.
Los opositores abundaron en las razones de la desconfianza sin necesidad de acudir a ejemplos lejanos. Recordaron los recientes insultos presidenciales y la flamante iniciativa que había lanzado Massa para unir las elecciones primarias con las generales, lo que se traduciría en una aplicación del cuestionable sistema de lemas. Las primeras respuestas de los oficialistas fueron una justificación a Fernández y la sonrisa que suele dibujársele a Massa cuando se le traba el acelerador y roza la banquina. Picardías.
Superadas las incomodidades y chicanas, el titular de Interior sorprendió a sus interlocutores no tanto con la aceptación de los planteos recibidos para que, si se acepta un cambio de fechas, se asegure la realización de las PASO. Las primarias son una necesidad imperiosa de la oposición para evitar más dificultades de las que ya tiene para ordenarse. Lo que asombró a los opositores fue la revelación de que en la Casa Rosada se estaba evaluando la integración de un espacio más amplio para seguir la situación sanitaria, monitorear el proceso de vacunación y asesorar al Gobierno. Lo interpretaron como una admisión de los problemas de confianza que el Gobierno tiene. Señales de cooperación en tiempos de escasez y un dato adicional de la realidad.
Contra todo pronóstico, el ministro camporista oficia cada vez más como el reparador de los platos que rompe Fernández, el presidente que vino a unir a los argentinos. “Demoliendo prejuicios” podría llamarse la saga que elabora De Pedro.
Es cierto que el ministro operó sobre un terreno más conocido (y allanado) que el transitado el mismo día en Bariloche ante los hijos de los dueños de las empresas más grandes del país. Pero allí, como con los diputados, logró acortar distancias por el solo el hecho de exponerse al diálogo. Aunque muchos de sus interlocutores sigan albergando dudas de que la consensualidad pregonada ante ellos se sostenga al tomar decisiones, ejecutar políticas públicas y opinar ante los propios. Así y todo, De Pedro consigue avances. Singularidades de un gobierno en el que roles y funciones no siempre coinciden ni cumplen con lo que se espera (o debieran).
Es la economía
La necesidad de reconstruir puentes y sumar apoyos no solo está vinculada con la crisis sanitaria propiamente dicha, sino también con las consecuencias de la segunda ola. Las perspectivas económicas están siendo sometidas a revisiones de apuro.
El presupuesto 2021, que Martín Guzmán defiende más como plan que como cálculo, está amenazado no solo por la suba de precios, que en el primer trimestre acumulará poco menos de la mitad del total estimado para el año. Son muchos los economistas que advierten que el gasto público superará lo previsto por los efectos del Covid. Aunque nadie imagina volver a los niveles de ayuda de 2020, que llegaron a costar medio punto del PBI por mes, es un hecho que la asistencia es revisada al alza por estos días. Y no estaba previsto, dicen.
Por otra parte, la estimación de recuperación de la economía se encuentra entre signos de interrogación. La voluntad oficial de evitar cierres puede verse superada de hecho por los contagios en el sector productivo. Toda baja de la actividad es una caída de ingresos para las enrojecidas arcas públicas.
La mayor complicación que afronta el Gobierno es que las dudas son menos económicas que políticas. El responsable del FMI para la región lo dijo con claridad durante la prolífica semana que pasó: advirtió sobre inconsistencias y contradicciones en la coalición gobernante. Otra crisis de confianza.
El ordenador de la política y, sobre todo, del Gobierno vuelve a ser la pandemia. Así solo queda correr detrás de los acontecimientos y con pocos recursos para torcer el rumbo. Justo en medio de un proceso electoral en marcha, aunque de fechas inciertas.
Se entienden, entonces, los esfuerzos publicitarios que en cualquier plataforma de comunicación hacen todos y cada uno de los funcionarios cada día que se supera una marca en la aplicación de vacunas. Esfuerzos denodados por acercar un horizonte de esperanza que se alejó peligrosamente.
También se autoexplica la desesperada búsqueda de nuevos respaldos en el momento en el que todas las miradas vuelven a poner en el centro de la escena a un presidente que tiende a descentrarse. No será fácil sin revisiones de roles y acuerdos explícitos en la cima frentetodista, capaces de despejar interferencias, dudas, desconfianzas y ruidos. Internos y externos.
© La Nación
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