Por Roberto García |
De la Argentina insólita es el caso de Alberto Fernández. Se repite que el “pato rengo” son aquellos políticos que, luego de perder elecciones, ya no tienen posibilidades de continuar ni sucederse. Hoy, en el clima depresivo de la Casa Rosada, se advierte un fenómeno diferente: el mandatario argentino se ha convertido en “pato rengo” sin haber ido todavía a comicios. También está bajo sospecha su declaración egocéntrica de que “he tomado esta decisión por mi cuenta”, cuando nadie quiere suponer que votó algo superior, sea persona, categoría o tribunal.
Una insistencia inútil en ese trastorno “yoísta”, casi de estudio psicológico, que ha repetido un coro mediático funcional: decidió en solitario –dicen– la suspensión de clases. Y, también, el presunto envío de fuerzas federales a los distritos que se opongan a su decreto. No le creen ni sus miembros dilectos del Gabinete, aquellos que han empezado a dudar de su fortaleza desde que se permitió al cristinismo fusilar en el Ministerio de Justicia a Marcela Losardo. Si Alberto no pudo sostener a su amiga del alma, pocas garantías le queda al resto del equipo societario.
Tampoco satisfecho parece el mundo K que lo rodea, habitualmente hostil contra él en la trastienda, simpatizante de extremos maniqueos como la opción “aulas u hospitales” para justificar la suspensión de las clases y otras medidas de corte castrense. Ese desconcierto se expresa debido a la escasa pericia oficial para enfrentar al virus, conseguir vacunas y el manifiesto terror de que el covid los arrastre del poder.
Para una mayoría aplastante, las nuevas limitaciones sanitarias fueron una sorpresa luego de que se instrumentara cuatro días antes un plan de cierres. Asombro ante la improvisación. Pero, en lugar de imprevisión, habría que reparar en la negativa de Baradel del gremio docente para dictar clases y, en particular, la declaración de una de las traductoras femeninas de Cristina Fernández de Kirchner: la diputada Vallejos. Fue ella quien dijo, al conocerse el primer decreto, “queremos más restricciones y subsidios”. No se quiso oír su voz, tan válida como la traductora de la vice en el Senado, Fernández Sagasti.
Vallejos habló por Cristina, quien permanece siempre muda en tiempos de catástrofe, contra Guzmán, Vizzotti, Trotta y el mismo jefe de Estado. Hasta el ex ministro Aníbal Fernández, un rayo, se acopló a ese mensaje, sea por rebote o alineamiento.
Parece que luego, en solitario como jura expresar, el Presidente entendió que debía virar a lo que venía diciendo sobre colegios y clases, e impuso la prohibición dejando a la intemperie a varios del Gabinete. Y a sí mismo. Cuentan que el titular de Educación se alzó en armas e insultos, amagó Trotta por decoro con la renuncia, hasta que le advirtieron que integraba con el mandatario el mismo emporio sindical que lo llevó a la cartera. Mejor, como recomienda el exitoso Solá, “hacerse el boludo”.
Otros ministros también quedaron en la planchada cuando Cristina se permitió un tuit adicional a su correveidile Vallejos, diciendo que “no alcanza con los planes sociales, que es necesario dar trabajo”. Tardía observación de quien siempre se amparó en esa entrega de fondos para fines políticos –como otros dirigentes– y una alusión directa contra el ahorro presupuestario que imaginaba el viajero Guzmán para contener la inflación. Nuevos capítulos de cambios se avecinan.
Factor Axel. Se montó un escenario por el cual, ante la devastación provocada por el virus en la provincia de Buenos Aires, le atribuyen a Axel Kicillof las nuevas restricciones del gobierno nacional. Como si él mandara. Una falacia. Aunque el gobernador se calzó la retórica militante y levantó la antorcha de la salud cuando él mismo, unas pocas horas antes de la clausura, le rogaba por Zoom a los intendentes peronistas –evitando convocar a los de otros partidos– que fueran ellos quienes pusieran el cuerpo y demandaran más exigencias sanitarias. O sea, le pidió a gente con más experiencia política que se malquistara con la población de sus distritos, comerciantes, changuistas, autónomos. No tuvo éxito en su voluntariado para quedarse como espectador del drama, los líderes comunales pecan, nunca por tontos.
El colmo de su contradicción con las medidas posteriores, su ausencia inclusive de lo que determina la mesa de Cristina, fue que en el encuentro virtual presentó a su ministra de Educación, Agustina Vila, para una larga exposición en la que explicó la falta de sentido que sería la clausura de las escuelas. Contundente fue la consigna de la dama: mejor los alumnos en las escuelas que en las calles. Durante 20 minutos justificó con estadísticas su alegato bajo el atento consentimiento de Kicillof, quien minutos después debió cambiar de parecer igual que Alberto. Y Trotta. Nadie está a salvo en el reino de Cristina, ni sus favoritos.
Solo los jefes comunales de Ensenada y Berisso en ese encuentro se inclinaron por incrementar las medidas de cierre, el resto navegó en la discreción y reserva devolviéndole a Kicillof la responsabilidad de un plan extremo que no imaginaba asumir. Como dicen en la tele: hacete cargo.
Hubo otras discrepancias. Por ejemplo la burda crítica de relajamiento a los médicos –idea que nadie sabe quién les inoculó a los Fernández–, a los que se defendió con un argumento central: han hecho un esfuerzo extraordinario en la Provincia, lo siguen haciendo, y ganan mucho menos que los camioneros.
Ese clima de distanciamiento en la Provincia entre la cúpula obediente y los jefes peronistas del Conurbano ocurrió justo en la jornada que en Chivilcoy convocaba Florencio Randazzo a su chacra. Físicamente, no en forma presencial, a una nutrida legión de punteros de la Provincia y alrededores. Se supone que hubo barbijos y distanciamiento social, abundaron el asado y el vino, duró más de cinco horas. Como en los viejos tiempos.
Mucha presencia de duhaldistas de la única generación, más el vecino Monzó de la coalicion opositora o el ex gobernador salteño Urtubey. También algún “busco mi destino” como De la Torre y, quizás como observador de Alberto Fernández, el intendente de Hurlingham, Juanchi Zabaleta, alguien que lidia contra Espinoza de La Matanza por presidir la federacion de intendentes de la Provincia.
Saldo: todos contra Máximo y Cristina, también contra Massa, intento para conseguir financiación de la campaña del anfitrión y la unanimidad de asistir al espectáculo de un accidente en cámara lenta. Así de previsible, como otros tantos, ven la actuación del Gobierno.
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