Por Sergio Suppo
Lo que la viuda dejó está guardado, fuera de la vista del público. La cámara tiene que entrar en la intimidad de una casona sin vida, inmóvil, acosada por el tiempo, con sus muebles envejecidos, goteras del techo y el empapelado ya descolorido. El olor a encierro y abandono traspasa la pantalla mientras la imagen avanza hacia los dormitorios en los que el olvido juega con un pasado cercano.
Una mujer abre un placar y muestra la ropa que dejó la presidenta. La escena incluye el vestido negro cruzado por una banda presidencial amarillenta.
Apenas un minuto antes, un encargado de la casona explicaba: “La gente no quiere ver cosas de ella; los que vienen prefieren quedarse con Perón y con Evita”. Es por eso que las donaciones que hizo María Estela Martínez de Perón al museo de la Quinta de San Vicente fueron ocultadas a los pocos turistas políticos que visitan el lugar. Allí, por si fuera poco, también están los restos del general cuya muerte, el 1° de julio de 1974, dio lugar al mandato presidencial de Isabel, su esposa.
Una casa sin cortinas, el documental de Julián Troksberg que se vio en el Bafici, busca un fantasma y no lo encuentra. Desde San Vicente llega hasta la casa que la expresidenta ocupa en las afueras de Madrid, pero Isabel no aparece. El retrato que hacen de ella algunos protagonistas de sus años tiende a borrarla más.
El peronismo, con sus cambiantes relatos, eligió eliminar de su catálogo a quien, por premeditación o accidente, terminó siendo victimaria y víctima de los momentos más dramáticos de los años setenta. Presa por la dictadura que completó y multiplicó la represión ilegal originada cuando todavía vivía Perón, ya no volvió a la política salvo fugaces apariciones que confirmaron esa regla.
¿Siempre será cruel el destino de los presidentes peronistas que heredan el mando pero no logran el poder? La pregunta no busca responder un enigma del pasado. Es un interrogante de cuya respuesta depende nada menos que el presente y el futuro inmediato del país.
¿Dónde guardará el kirchnerismo la memoria de Alberto Fernández? Por el momento, mientras la película está en rodaje, ya se sabe que es el primer presidente de la historia en ser desalojado del poder sin tener que abandonar del cargo. Se han perdido hasta las formas.
Golpe a golpe, lo que queda del gabinete de Fernández ha sido absorbido por el kirchnerismo duro. Queda un entorno acotado de mujeres y hombres fieles al presidente que, como él, para garantizar su subsistencia cada dos o tres días recita loas a Cristina.
No es solo la cuestión judicial, que obsesiona tanto a la familia vicepresidencial y en la que el Instituto Patria muestra su rigor para el mando. Hay varias formas de manejar el gobierno a una distancia que tiende a cero. Suplantando ministros de Alberto por ministros propios; descalificando en público gestiones económicas internacionales de relevancia o logrando que el canciller haga todo lo que se le indica. Un ejemplo de mando pleno es la energía, donde Cristina controla desde YPF hasta la secretaría propiamente dicha.
Otra manera es activando a los segundos de cada ministerio para que sigan sus disposiciones y dejen pintados a sus jefes directos. Marcela Losardo lo sufrió en Justicia; su lugar es ocupado por un fanático. Matías Kulfas lo vive en carne propia cuando sus subordinados anuncian medidas diseñadas por Axel Kicillof.
Martín Guzmán recibe indicaciones directas de Cristina como respuesta a sus largas explicaciones a domicilio. Sabe, sin embargo, que debe esperar que la vicepresidenta hable en público como lo hizo el miércoles para confirmar que sus intentos de negociación ya fueron cancelados antes empezar. Es por lo menos complicado para el ministro (y temerario para el país) poner la cara ante el Fondo o los bonistas sabiendo que la palabra que pueda empeñarse no tiene ningún valor.
Están, por fin, los funcionarios que simplemente hacen caso. Felipe Solá obedece a Cristina tanto como en los noventa respondía a Carlos Menem. La salida de la Argentina del Grupo de Lima fue celebrada como un triunfo por el dictador Nicolás Maduro. Ocurrió el 24 de marzo, nada menos.
La propia Cristina blanqueó el mismo miércoles que ella es la contraparte argentina de la diplomacia de las vacunas que llevan adelante China y Moscú. Es ella la que contó que hizo los acuerdos para traer las vacunas en el mismo discurso que dedicó a atacar a los Estados Unidos. Se atribuyó un logró que por ahora es un fracaso; bloquear acuerdos con laboratorios de otros países dejó a la Argentina entre las naciones de su tamaño con menos dosis recibidas.
Cristina es transparente, muestra a sus viejos amigos de siempre en el mundo y avisa adónde lleva al país y en qué lugar dejó abandonado a Fernández. En sus palabras: “No hay que confundir la pelusa con el durazno”.
© La Nación
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