Por Héctor M. Guyot
Por debajo de los hechos que marcan la deriva alienada de un gobierno sin rumbo, la sociedad experimenta cambios más difíciles de registrar. Esos humores emergen a la superficie cuando un fenómeno puntual los detona.
Entonces, los que hasta allí no eran más que mero decorado o extras sin nombre pasan a ser protagonistas de una trama que va entretejiendo sus hilos de manera compleja e impredecible. Ocurrió con los banderazos y ocurre ahora en Formosa, donde una serie de protestas cuestiona el gobierno vitalicio de Gildo Insfrán y el sistema que creó para eternizarse en el poder, en el que los individuos, en una especie de túnel del tiempo del subdesarrollo, pierden la condición de ciudadanos y pasan a ser súbditos de un caudillo que ha ido cercenando los derechos y las libertades que la Constitución reconoce.
¿Hay un retroceso del miedo en el país? ¿Somos acaso un poco más conscientes de sus efectos? Eso es lo que sugieren las protestas en Formosa y el modo en que la gente, en contra de las imposiciones del régimen, volvió a salir a las calles para hacer un simple paseo por la costanera o para abrir la cortina de sus comercios. No es casualidad que los más decididos sean los jóvenes. Esa “Generación Gildo” vivió toda su vida bajo la presencia asfixiante del caudillo y no acepta verse obligada a renunciar al futuro para quedar anclada en el pasado, ni resigna el derecho de decidir su destino ante un poder omnímodo que le exige sumisión para perpetuarse.
La pregunta por el miedo no es ociosa. Su presencia fortalece el autoritarismo. En cuanto empieza a diluirse, la sombra del poder despótico retrocede. Junto con el odio, que el kirchnerismo inoculó para alimentar una polarización que le dio una falsa identidad, el miedo ha sido un sentimiento dominante en el país en lo que va del siglo XXI. En manos de Cristina Kirchner, hace bajar la cabeza a propios y ajenos, de sindicalistas a empresarios, de jueces a políticos, al punto de que hoy la vicepresidenta gobierna desde el Instituto Patria.
Lo ocurrido en Formosa resuena en toda la Argentina. No solo porque demuestra que es posible vencer el miedo, sino también porque el reino de Gildo Insfrán es el modelo terminado del sistema que el kirchnerismo pretende instaurar a nivel nacional: concentración del poder en el líder, una Justicia adicta, la oposición acallada y un pueblo empobrecido que depende del empleo público o de la dádiva oficial para subsistir; ante las injusticias, ese pueblo no puede apelar a la ley, pues ha sido reemplazada por la palabra y la voluntad del que manda, que así convierte la Constitución en letra muerta y se garantiza el voto en elecciones que de libres tienen poco, pero que confirman su perpetuidad en el trono.
Que me perdonen los historiadores, pero en esencia no parece exagerado considerar al régimen de Insfrán una vuelta al Medioevo, si recordamos que en ese período el hombre carecía de verdadera autonomía y se subordinaba de modo natural al poder de la religión o a la autoridad del rey, dentro de un sistema de castas inamovible que no se ponía en cuestión. Ese mundo fijo le quitaba en libertad lo que le daba en seguridad, pues el orden cerrado, previsible, provee protección. Esta antinomia entre seguridad y libertad, inherente a la condición humana, sigue muy vigente, y de ella sacan provecho autócratas y dictadores.
Además del miedo que suscita el poder de daño de quien manda, entonces, aparece otro que lleva a la claudicación voluntaria de la propia autonomía. ¿Por qué tantos resignan su esfera de libertad, su independencia de criterio, para subordinarse al líder autoritario? Muchos han quedado en situación de rehenes a causa de la pobreza. Su supervivencia depende de la concesión del príncipe. Esa dependencia los despoja de su condición de ciudadanos. Otros buscan amparo psicológico, un antídoto contra la sensación de aislamiento e incertidumbre en un mundo que ya no ofrece certezas, y lo encuentran en un populismo que llena el vacío con el dogma de un relato simplificador y la veneración de un líder cuya autoridad es equivalente a la que ejercían la religión o la realeza en tiempos medievales. La conformación de una casta cuyos privilegios dependen de esa sumisión, tal como entonces, refuerza la evidencia de que el kirchnerismo avanza hacia el pasado, con la manifiesta intención de imponerle esa involución al país entero.
Los feudos provinciales se han consolidado durante décadas y tienen raíces hondas, pero están en jaque. Los jóvenes de Formosa tienen derecho a un futuro, a la libertad, y eso es lo que reclaman. Ese anhelo de libertad, que se apoya en los principios de un sistema republicano que Gildo Insfrán clausuró, se impuso al miedo. Los jóvenes formoseños no están dispuestos a vivir en el Medievo. Ante la radicalización del Gobierno, ante su guerra declarada contra la Justicia, el mismo sentimiento crece también en el resto del país.
© La Nación
0 comments :
Publicar un comentario