Por James Neilson |
Claramente molesta por la incapacidad evidente de Alberto de persuadir a la gente del Poder Judicial que les sería mejor dejarla en paz, Cristina ha decidido recordarle que quién manda es ella. Además de forzarlo a desprenderse de su amiga de muchos años Marcela Losardo que, para indignación de los kirchneristas, como ministra de Justicia se mostraba reacia a maltratar a aquellos jueces que no creían en lo del “lawfare”, quiere que el ministro de Economía, Martín Guzmán, tome medidas mucho más electoralistas que las que había tenido en mente.
Puede hacer todo eso porque es la persona más poderosa del país, la dueña exclusiva del paquete mayoritario de las acciones de la coalición gobernante.
¿Lo es? Parecería que sí, que conforme a las encuestas sigue respaldándola aproximadamente el 27 por ciento de los consultados, lo que es más que suficiente como para permitirle desempeñar un papel dominante en el esquema oficialista en que partidarios suyos ocupan puestos clave. Así y todo, Cristina tendrá que cuidarse.
De reducirse por algunos puntos el índice de aprobación del que depende, los adversarios internos que la toleran sólo porque quieren compartir los votos que suele obtener no vacilarían en emprender una ofensiva a fin de marginarla. Así las cosas, no le convendría arriesgarse demasiado asumiendo posturas que podrían ofender a los habitantes del conurbano bonaerense que hasta ahora le han sido leales.
Como subrayó en el alegato furioso que pronunció vía zoom ante la Cámara de Casación en la causa del dólar futuro, Cristina insiste en que los derechos de cada uno han de basarse en el voto popular; mientras que ella tiene millones, los jueces no cuentan con ninguno y por lo tanto deberían arrodillarse.
¿Pensaría igual si por algún motivo su propio caudal se esfumara? Por ahora, no hay forma de saberlo, pero puesto que desde hace décadas ha sido una auténtica máquina de cosechar votos en cantidades impresionantes, es de suponer que está sinceramente convencida de que, en el fondo, lo único que realmente cuenta es la voluntad popular. Todo su pensamiento político gira en torno a lo que, para ella, es una verdad irrebatible.
Con algunas excepciones militantes, los constitucionalistas discrepan. Desde su perspectiva, los tiempos judiciales no pueden ser idénticos a los políticos. Si bien en todas partes la Justicia evoluciona al agregarse nuevos conceptos y caducar otros, lo hace a un ritmo que es mucho más lento que el de la política en que cambios radicales pueden producirse en un lapso muy breve. La Justicia actúa como un freno. Si fuera tan veleidosa como la política, cualquier sociedad correría peligro de precipitarse en el caos.
Es por lo tanto normal que en los países republicanos haya cierta tensión entre el Poder Judicial por un lado y los Ejecutivo y Legislativo por el otro. Aunque éstos suelen estar en condiciones de modificar las leyes, les es necesario respetar los límites fijados por la Constitución existente o, en el caso de que una mayoría abrumadora esté dispuesta a hacerlo, confeccionar otra nueva. Por su parte, Cristina quisiera que el país reemplazara de golpe la Constitución “liberal” y “burguesa” por una de su propia factura que, desde luego, no permitiría que jueces sin votos amenazaran su propia libertad y la de sus hijos, pero para poder ir tan lejos sería preciso que en octubre el oficialismo consiguiera muchos votos más que en las elecciones de 2019, algo que a esta altura parece muy poco probable.
En las semanas últimas, la vicepresidenta ha desplegado su poder de fuego presionando a Alberto para que desactive la Justicia y, mientras tanto, haga que Guzmán preste más atención a las teorías económicas de Axel Kicillof. Para muchos, la impaciencia así manifestada es un síntoma de debilidad, una señal de que teme que no le sea dado intimidar a los jueces de Comodoro Py para que acompañen los movimientos de la política que ella misma ha puesto en marcha. En efecto, si bien ha resultado ser capaz de remodelar el gobierno formalmente encabezado por el hombre que eligió para cumplir dicho rol, a pesar de todos sus esfuerzos aún no ha podido reformar la Justicia.
Para lograrlo, tendría que acumular mucho más poder, pero entenderá que, al surgir tantos problemas de diverso tipo que contribuyen a desprestigiar al gobierno, el oficialismo no tiene asegurado una buena elección en octubre. Antes bien, podría esperarle un revés sumamente doloroso que muchos peronistas atribuirían a la militancia frenética de los kirchneristas más agresivos, una eventualidad que, para Cristina, sería catastrófica, de ahí el nerviosismo que la ha caracterizado en sus apariciones públicas más recientes.
© Diario Río Negro
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