domingo, 14 de marzo de 2021

Guzmán, entre Keynes y Friedman

 Por Gustavo González

Con lógica fiscal, Martín Guzmán decidió desconectar pronto las ayudas a empresas (ATP) y personas (IFE). Sin llegar al ideal macrista de alcanzar el déficit cero en plena crisis, el plan oficial va detrás de un objetivo tan exigente como reducir a casi la mitad el desfasaje de las cuentas públicas de 2020. Porque, como dijo esta semana, “bajar el déficit no es de derecha”.

Sin embargo, el debate que se empieza a escuchar en el oficialismo es si los tiempos del ministro son los adecuados. Teniendo en cuenta que se encuentran a las puertas de la campaña electoral y reconociendo que todas las semanas se conocen cierres de empresas y comercios que no soportaron la espera de la reactivación.

Que Guzmán sea el menos keynesiano de los keynesianos, puede tranquilizar a cierto empresariado, pero genera preocupación entre los economistas clásicos del peronismo.

Peligroso delay. La primera ola económica de la pandemia destruyó al país y lo hubiera destruido más sin la intervención del Estado. Una segunda ola quizá no impida que, ya con la vacuna, la economía recupere parte de lo perdido en 2020, pero sí que ralentice el crecimiento.

La onda recesiva de la primera ola de crisis arrojó una contracción de unos 10 puntos del PBI, que ya venía con una baja acumulada de 5 puntos en los dos años previos. Si en los cálculos del Indec se considerara como desocupadas a las personas que lo están, pero que desistieron de buscar trabajo, en el pico de la crisis el de-sempleo hubiera alcanzado al 20% de la población. El año pasado se llegaron a perder 3,5 millones de puestos.

El último informe del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, señala que 2020 terminó con una pobreza del 44%, similar a la que existía a la salida de la crisis de 2001. El estudio revela que sin los planes de ayuda, la pobreza habría sido del 53%.

El regreso a algún tipo de normalidad comenzó a regenerar la economía: la Producción Industrial volvió a crecer en enero, esta vez un 4,4% sobre un año atrás. Pero ese peligroso delay entre que el Estado retiró el oxígeno y el momento en que el paciente camine solo, trae consecuencias que registran los datos oficiales.

En los últimos doce meses informados por la AFIP bajaron sus persianas 22.176 firmas, en su mayoría comercios y compañías de servicios. Contando los últimos cinco años, esa cifra se eleva a 45.887 empresas perdidas.

El espejo Macri. La duda en el oficialismo todavía se expresa en voz baja, pero cruza al albertismo, al cristinismo y al massismo: ¿hasta dónde llegará la ortodoxia fiscalista de Guzmán?En línea con el objetivo fiscal del ministro, enero tuvo un superávit primario de $ 24 mil millones, pero febrero volvió al déficit con $ 76 mil millones. Lo que llevó a Guzmán a recordar esta semana la necesidad de no perder de vista la mejora de las cuentas públicas. Fue un mensaje tanto interno como externo.

La respuesta interna que recibió le fue expresada como el temor a que en las próximas elecciones el resultado del oficialismo sea similar al que obtuvo Macri en 2019. O sea, que la operación de ajuste vuelva a ser un éxito, pero que el paciente siga en coma. Y eso, traducido en términos electorales, sería perder la elección. Como le pasó a Macri tras su “exitosa” operación fiscal.

Por cierto, esa sigue siendo la gran crítica que aún le hacen sus ex funcionarios al ex presidente: “¿De qué sirvió ordenar las cuentas para después perder las elecciones y que regresara el peronismo para desordenarlas?”

Es una pregunta políticamente razonable. Se le podría agregar otra: ¿por qué pese a la no emisión monetaria y el déficit cero, la inflación trepó al 50%?

Y, desde lo contrafáctico, se podría agregar una duda más: ¿el macrismo habría usado aquellas mismas herramientas fiscalistas para lidiar con la recesión de la pandemia?

En 2020, a nadie, más allá de su ideología, se le ocurrió eso. Pero sería una duda válida para Macri, porque tampoco el capitalismo suele recurrir, como lo hizo él, a las teorías monetaristas frente a las crisis. Es en esos momentos en los que hasta los economistas más ortodoxos se acuerdan de Keynes, para volver a Friedman cuando la economía se normaliza.

Guzmán es discípulo del keynesiano más famoso, Stiglitz, pero es un keynesiano marcado por los lógicos peligros inflacionarios que siempre acechan al país. Como lo volvió a confirmar el índice de precios de febrero.

Desafíos. Un mes después de que la cuarentena paralizara todo, un informe del propio FMI llamaba la atención que el país era uno de los que menos recursos invertían para paliar la recesión. Apenas el 1% del PBI, mientras que su par brasileño, Paulo Guedes (el último Chicago boy del continente) ya llevaba invertido el 2,6%; y otros países como Canadá, Alemania, Francia y EE.UU., entre el 3,6 y el 15%.

Guzmán fue abriendo esa canilla lentamente hasta llevar esa inversión al 7% del PBI recién antes del final de la cuarentena. La cautela es su sello (lo que él llama el requisito de “tranquilizar la economía”), pero es lo que al mismo tiempo hoy genera preocupación en el Gobierno.

Ahora la economía está mejor que cuando las empresas estaban inactivas, pero aún no está igual que hace un año, cuando venía de dos años de caída. Si todo sale como planea el ministro, cuando 2021 termine el país habrá recuperado solo la mitad de la dramática caída del PBI de 2020. Todavía necesitará crecer otro 10% para estar, apenas, igual que en el pobre 2017.

Más allá de las necesidades electoralistas del oficialismo y las opiniones intencionadas opositoras, el desafío de Guzmán es cómo manejar la sintonía fina de la economía.

Mejorar las cuentas sin frenar la recuperación. Aceptar medidas que pueden ir en contra de su cuidado fiscalista, como la reducción del impuesto a las Ganancias, pero aprovechando la mejora del consumo que eso traería. Cómo contener la inflación apelando a controles artificiales de precios, pisando tarifas y retrasando el dólar, sin generar una bomba de tiempo difícil de desactivar más adelante. Y cómo cerrar un acuerdo aceptable para el FMI sin que sea asfixiante para el país.

Audacia. Más allá de las dudas internas sobre sus tácticas económicas, a veces más cerca de Friedman que de Keynes, el oficialismo debería ayudarlo con la política.

No convirtiendo a la campaña en un nuevo campo de batalla, enviando mensajes de estabilidad a los actores económicos internos y externos, alcanzando acuerdos coyunturales entre empresarios y sindicalistas, y aportando soluciones de fondo con el Consejo Económico y Social. La oposición también podría aportar su grano de arena.

Esa ayuda fue la que pidió Guzmán en la misma conferencia en Catamarca, al advertir que la confrontación política permanente de la Argentina impide el desarrollo: “Es un proceso que nos debemos como sociedad.”

Pero eso quizá sea demasiado pedirles a quienes todavía son parte de la grieta y no creen que sea posible alcanzar acuerdos en los que todos ganen.

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