Por Roberto García |
"Los huevos los tiene la gallina”. Esta añeja frase chacarera, hoy de libre interpretación política, quizás explique el doble golpe que Cristina le sacudió en la semana a Alberto Fernandez: un conflicto innecesario con el FMI y otro semejante con Biden por favorecer al venezolano Maduro. Exige del organismo financiero un privilegio inédito e imposible (por tasas y plazos) e impone el retiro de la Argentina de un lugar donde nunca estuvo, el Grupo de Lima.
Ficción discursiva para justificar su tercermundismo del siglo pasado o un capricho electoral de la gallina ponedora, la que tiene los votos. O los huevos, diría un hombre de campo.Ambas decisiones quemaron aún más los activos argentinos. Suele ocurrir cuando se juega con fuego. Está todo a la venta, barato, y nadie quiere comprar, como si el país se hubiera caído del mapa. Quizás la revulsiva dama debería reflexionar sobre este fenómeno. Mientras, incómodo, arrasado, Alberto se ha disminuido al rol de presidente de un sistema parlamentario o al de marido ortopédico de la reina de Inglaterra: han pasado veinte días de versiones especulativas, reemplazos y sucesiones, casi no hubo medidas de un gabinete enorme y paralizado.
Hoy saldría apenas lo de Ganancias, que lleva el nombre de Sergio Massa, aunque el Fernández varón dijo que era un proyecto conjunto que habían diseñado en una reunión en Chapadmalal. Lo vive como una traición y cada vez se resiente más la relación con su vecino de Tigre, hoy estrella del círculo cristinista. Como se sabe, solo el rumoreo del binomio Massa-Máximo para 2023 cosechó esta semana un aluvión de posicionamientos y conjeturas.
Sorprende la tardanza en hacer jurar al nuevo ministro de Justicia, Soria, quizás para empalmar con nuevos accesos al Gobierno: al Ministerio de Seguridad, por ejemplo, en el que Frederic hace agua. Por supuesto, Aníbal Fernandez –harto de tantas candidaturas– figura entre las alternativas. En la misma línea de Cristina, se habla de habilitarle una plaza en la plantilla oficial a las organizaciones sociales, de fuerte influencia. Único fin: ocupar espacios, crear vacancias e incorporar personal propio que paga el contribuyente.
Ese interesado clientelismo afecta el pleito con el FMI y probables desavenencias con el ministro Guzmán: ella pretende libertad irrestricta para gastar antes de las elecciones y ningún tipo de control sobre esos ejercicios. Curioso: en EE.UU. Guzmán presume de bajar el deficit al 3% este año, de rebanarle –por ejemplo– ingresos a jubilados y pensionados, mientras Cristina jura que su gobierno hará más justicia social que cualquier otro de la historia. Mientras, sube el riesgo país, el mismo índice creciente que por TV contribuyó junto al muñequito la partida de Fernando de la Rúa.
Rara también la visión de Cristina en los cambios: lo remataron al embajador Kreckler en China, lo persiguen a su regreso, no lo atendió ni con señales de humo (antes era uno de sus favoritos), pero su sucesor y pariente (Vaca Narvaja) no ha logrado progresos en la relación con China. Sobre todo en el tema vacunas, la falta más grave. Ni hablar del reemplazo de Nielsen en YPF por parte de Pablo González: aumentó igual o más los combustibles, promueve la misma ley que había enviado el renunciante y hasta parece más severo a la hora de los ajustes presupuestarios. Es que los hombres hacen al cargo: González, como vicegobernador de Alicia Kirchner, no aumentó los salarios al sector público durante dos años en la provincia de Santa Cruz.
Cuesta entender, también, en el caso de la deserción argentina del Grupo de Lima –un instrumento poco útil para mejorar la situación de Venezuela– el cariz anti-Biden que adoptó la Casa Rosada cuando antes manifestaban felicidad por la derrota de Trump. Como si nada los convenciera, demócrata o republicano, cuando en la vidriera de EE.UU. no hay otro partido.
Parece lamentable, al margen de las filiaciones políticas, que los Fernández se apartaran del Grupo Lima justo el día en que se recordaba la llegada de los militares al poder en la Argentina y no acompañar el informe Bachelet sobre las violaciones a los derechos humanos en la tierra de Maduro. Cuando esa tarea semeja al informe que la administración norteamericana produjo en la Argentina revelando tormentos y desapariciones en 1978. Gracias a peronistas como Bittel, Corach, Unamuno, Iribarne, Herminio Iglesias –entre otros–, se firmó entonces una denuncia parecida por esas violaciones, fundada en una doctrina que interpretó Zbigniew Brzezinski por las purgas soviéticas. Penosa evasión u olvido de Cristina: fueron los demócratas, Carter antes y ahora Biden, quienes se han apoyado en esa doctrina de los derechos humanos a la cual ella solía adherir y pregonar.
Menos se entiende al Alberto que desde esta semana comanda el PJ, disfrazado de Gioja. Si está agobiado por las pugnas internas y la presión de Cristina, agrega en el nuevo cargo complejidad a sus malos tiempos y trasnoches. Asume otro rol más de vicario, su especialidad a los 60 años. Tal vez, si no se tumba, piensa como Cristina que “sería de pelotudos perder la elección este año”. Como ella, van por el premio, se amparan en el ingreso fenomenal de dólares por el precio internacional de la soja, el tipo de cambio quieto y un extraordinario anuncio antes de los próximos comicios de octubre.
Para esa fecha, se conocerá el resultado estadístico del probable crecimiento de la economia argentina en el segundo y venidero trimestre de este año: más del 20% de aumento en ese ciclo. Coinciden los economistas, aunque sea una foto. Es un pronóstico razonable que seguramente conoce Cristina y lo quiere reservar para su huevera del núcleo duro. Optimismo de la gallina ponedora.
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