Por Roberto García |
Chapuzón de Alberto en el Riachuelo en su discurso anual ante la Asamblea Legislativa: se enturbió al expedirse contra la Justicia y los medios de comunicación. Un clásico tóxico del oficialismo. Cuarenta y ocho horas después, Cristina opacó más ese mensaje controversial: agresiva, exaltada, tiró del mantel y se zambulló en las negras aguas batiendo un récord de inmersión. Precisó, con nombres y apellidos, a quiénes la juzgan como parte de un poder corrupto (podrido) que, según ella, la persigue y le hizo perder las elecciones en 2015.
Hasta introdujo una curiosidad dialéctica: los jueces son tan chorros como los políticos. Pronto expandirá ese criterio al periodismo, habrá que estar atento a un período nuevo de recogimiento silencioso. Resentimientos de vieja data. Obvio, el uno-dos presidencial fue una estrategia deliberada, con una delicada distinción: el Presidente le había anticipado su mensaje a la dama y ella, por supuesto, ni lo notificó de su violenta improvisación. Ella se acercó a la promesa de Zaffaroni, un ex miembro de la Corte Suprema, quien vaticinó una “pueblada” si en los tribunales no se liberan los cargos contra la viuda de Kirchner. Un modelo de respeto a la jurisprudencia.
Ya hubo un derivado de estos episodios: parte la ministra de Justicia, Marcela Losardo, se discutió su reemplazante, no su renuncia. El primer candidato para sucederla rechazó la oferta hasta ofenderse, su colega Wado de Pedro. Era una disminución. Luego llegó el turno del impenitente Aníbal Fernández, con el que Alberto no comulga y hasta ahora solo le ha propuesto una embajada que el quilmeño rechazó. Cristina demanda algo más. En la lista figuró un albertista, Juan Manuel Olmos, su jefe de asesores, para que no pareciera debilitado el Presidente. También planeaba el segundo de Losardo, Juan Martín Mena: algunos consideran que, ascendido o no, seguirá con la botonera del ministerio, ya que es un cristinista de única cepa quien debe saber cómo tratar a ese poder “corrupto” denunciado por ella. Otrora supo estar en la cúspide de los servicios de inteligencia, quizás el organismo estatal con más trato con los magistrados en los gobiernos de Menem, De la Rúa, Néstor, Cristina, Macri y Alberto F. Un extraño maridaje en el que la única condición a cumplir era saber contar. No precisamente anécdotas.
Losardo, socia y amiga del jefe de Estado –objetada a veces por un marido cercano a Clarín–, no quedaría sin premio y le reservan una embajada decisiva, hasta sueñan con Washington (lo que supondría un revoltijo futuro en el gabinete). Ella, harta, con cierta ingenuidad ridiculizó sin querer a su líder al decir, luego del discurso presidencial, que la propuesta de controlar a la Justicia con el Poder Legislativo no era constitucional, ni siquiera parecía vinculada a quien se enorgullece de ser profesor de Derecho.
Su salida del gabinete constituye una pérdida política para Alberto, ya reubicado como muleto de la escudería La Rosada, camaleónico, reforzando el concepto de que la vice cada vez ocupa más lugares en el Gobierno, como en los tiempos de Isabel cuando Lorenzo Miguel y los metalúrgicos se preocupaban hasta por ubicar a las enfermeras en los hospitales. En esas minucias, y en las cajas respectivas, se consolida la consigna “vamos por más, vamos por todo”. Nada nuevo en La Cámpora.
Tampoco es nuevo el flanco acusatorio desplegado por Cristina, por momentos pareció una réplica de aquellas denuncias que durante un tiempo ensayó Elisa Carrió contra jueces de toda laya, en particular contra el cortesano Ricardo Lorenzetti. Ese bombardeo se detuvo y hoy muchos de los que fueron demolidos comienzan a ser modelos para una parte de la sociedad. Rara etapa en que una mayoría, casquivana, volátil, despreciaba a los gordos sindicales y ahora los mira con cariño frente a los Pérsico o los Grabois. Como también reclamaba castigos para los barones del Conurbano, esos contumaces intendentes de la reelección en los municipios bonaerenses, mientras en la actualidad se atemoriza de que prosperen los Ferraresi o las Mayra Mendoza, dilectos fanáticos del cristinismo. Son curiosidades, igual que aceptar la mesa jurídica de Macri y cuestionar a los operadores tribunalicios de los Kirchner. O viceversa.
El empalme de los dos discursos indica que los Fernández han revalidado un acuerdo: persistir en alianza para llegar a las elecciones, bloquear cualquier división en el frente oficialista para no perder. Se ufanan de un triunfo eventual: sea por la lluvia de plata debido a los precios internacionales, la inevitable recuperación económica (piso +5%) o la habilitación de un crédito de Degs que el FMI le concederá como a todo el mundo para renovar vencimientos. Es automático, ni demanda negociación. Anotan otro dato a favor: sus encuestas dicen que van cómodos primereando en la provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, este panorama halagüeño (recordar una nota de hace 15 días, “hay que ser pelotudo para perder en los próximos comicios”) significa una resignación adicional para el mandatario, declive que también afecta a otros como su ex sponsor, el gobernador Manzur de Tucumán. Por citar alguno que lo consideraba autónomo de Cristina y en crecimiento. No entienden la pendiente del mandatario: él cree, con razón, en los reyes magos. Una mañana, en su balcón frente al río, apareció el obsequio de la Presidencia junto a sus mocasines. Difícil desprenderse de ese milagro. Solo le quedan obediencia y fe en la madrina que gestó el obsequio.
Adquirió Cristina en su discurso el ímpetu de Evita, quien gracias a un acaudalado empresario que creía en sus virtudes, le produjo en los años 40 una docena de capítulos radiofónicos sobre mujeres famosas (Marie Curie, por ejemplo), serie dramática que le sirvió de enseñanza para la actriz devenida luego en figura política. Se supone que Cristina, entusiasta de la abanderada, debe poseer como guía esas instructivas grabaciones.
Más de un conocedor estima que el sentido del alegato de la vice le permite colocar en la vidriera las dos causas más urgentes que la atizan, dólar futuro y el memorándum de Irán, de las cuales saldrá indemne por el escaso sustento judiciable. Le quedan, de ahí su preparación y desafíos, otros procesos más complejos en la Justicia que no puede resolver vía sus abogados. De ahí que haya elegido el sendero político en su último alegato para resolver lo que la biblioteca no le concede. Hasta decidió el riesgo de pedir que fiscales y jueces se desprendan de ciertos privilegios, al tiempo que ellos podrán pedirle la misma amputación a ella. Una porfía lúdica para ver quién termina preso primero en este juego en el que no se busca lo que la gente quiere, sino lo que el Gobierno necesita.
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