Carlos Menem
Por Sebastián Iñurrieta
Cuando Néstor Kirchner abandonó la idea del "café literario" que quería armar fuera del poder, tras el enroque con su esposa, Cristina Fernández, quiso volver a tomar las riendas de un Partido Justicialista acéfalo e intervenido judicialmente. En el "llano", si bien residía en la Quinta de Olivos, el ex Presidente buscó sostener su figura en plena pelea con la Mesa de Enlace desde un sillón institucional. Así fue como aquel 2008 fue entronizado como titular del PJ Nacional.
Poco fue Kirchner a la sede partidaria en Matheu al 100. Pero se descuenta que el patagónico vio la placa que recuerda que ese edificio fue inaugurado por Carlos Saúl Menem en los 90'. A fuerza de tertulias menemistas, su quincho del tercer piso se convirtió en todo un símbolo justicialista. La comidilla entonces, con la llegada del ex gobernador santacruceño, era que ese recuadro de bronce tenía los días contados. Pero no fue así: sobrevive hasta ahora.
El matrimonio Kirchner tejió su propia identidad en contraposición con lo que representaba el menemismo, que asumió prometiendo la "revolución productiva" y terminó abrazado al decálogo que confeccionaron Ronald Reagan en los Estados Unidos y Margaret Thatcher en Inglaterra. Aliada electoral primero, Cristina terminó considerada la "dama rebelde" de una bancada peronista que respondía a la jefatura de Olivos. El mismo Néstor, que compartió sus primeras políticas, compitió en 2003 con el entonces dos veces Presidente y le ganó por abandono (el riojano no quiso disputar el ballottage). Desde entonces, la figura de Menem se convirtió en palabra prohibida para un peronismo que en el siglo XXI quería volver a sus raíces y abandonar su momento neoliberal noventoso. Uno de los archivos más recordados es el del neuquino Oscar Parrilli defendiendo la privatización de YPF en el Congreso. El mismo que años más tarde, ya como secretario General de la Presidencia de CFK, impulsaría su estatización.
Políticas diametralmente opuestas, ambas jurando que seguían los designios de Juan Domingo Perón, aplaudidas en ambos casos por un similar elenco estable de personajes. Las interpretaciones de la doctrina justicialista, enseñó el peronismo, suelen ser bastante amplias.
Pero el menemismo no fue un momento: fue una década. Unos 10 años en los que actuales dirigentes peronistas dieron sus primeros pasos. Los Kirchner, antes de enfrentarlo, supieron ser aliados del cacique de Anillaco, que llegó a la Casa Rosada para sorpresa de gran parte del PJ al vencer en una interna al ya entonces histórico Antonio Cafiero. Su control de la inflación desbocada que había dejado el radical Raúl Alfonsín convirtió a Menem en una especie de mito viviente: fue muy fácil cumplir la máxima peronista para encolumnar, esa de quien pierde acompaña.
Así fue hasta que el milagro de la convertibilidad empezó a mostrar la hilacha. El efecto Tequila y errores tácticos, con una creciente judicialización de una política sospechada, demostraron que ya no todo lo que tocaba Menem se convertía en oro. El peronismo más tradicional dejó espacio vacante para la escalada de nuevas figuras, provenientes del liberalismo de apellidos patricios, como Alsogaray.
El primero en insinuar que había un inevitable enfrentamiento fue quien fue su breve vicepresidente, Eduardo Duhalde, que luego de acordar la creación del Fondo del Conurbano para costear su aventura, se fue de gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1991. Desde La Plata tejió su propio poder con sueños de derrocarlo. Un intendente bonaerense, de hoy y de entonces, suele contar la anécdota de una vez que fue a ver a Menem a Olivos y Duhalde se enteró. Lo mandó a llamar al otro día. "¿Qué necesitas? Vení a pedírmelo a mi. A partir de ahora, acá nadie cruza la General Paz", le ordenó el lomense al debutante jefe comunal.
La pelea por la jefatura pejotista llegó a su punto culmine en 1999, cuando Menem vio escapar su sueño de una re-reelección. No es un secreto que no acompañó la campaña presidencial de Duhalde, todo lo contrario. El aliancista Fernando de la Rúa proponía, a diferencia del peronista, continuar en la misma senda económica ("Conmigo, un peso un dólar"). Pero de fondo, claro, la verdadera pulseada era por la jefatura del PJ. La terminó ganando, producto del 2001, el bonaerense. Los comicios de 2003, con Kirchner apadrinado por Duhalde, terminaron por "jubilar" al riojano. Es una forma de decir, volvió al Congreso claro, pero su aura perdió el poder de movilizar al justicialismo.
Dejó herederos. Algunos por antonomasia, que convivieron cuando estaba en su cenit, pero otros que nunca lo negaron aún cuando no era lo peronísticamente correcto. Daniel Scioli, uno de los referentes de cómo la farándula se volcó a la política en los 90', como Carlos Reutemann o Ramón "Palito" Ortega, siguió llamándolo para cada cumpleaños a pesar de que le sacara urticaria a un Néstor Kirchner que rápidamente lo puso en el freezer de los vicepresidentes. Muchas otras de las actuales figuras le deben sus inicios, desde un joven Felipe Solá que comenzó como secretario de Pesca del menemismo hasta un Horacio Rodríguez Larreta que fue gerente general de ANSeS.
Más pronto que tarde, Alberto Fernández asumirá al frente del PJ Nacional, un sillón que confeccionó Menem, como ningún otro después que Perón, hasta que Kirchner se sentó durante un breve tiempo hasta su muerte. El fallecimiento del riojano puede volver a destapar un debate interno que ya parecía saldado: cuánto se pueden reinterpretar las 20 verdades peronistas. A fin de cuentas, cada peronista tiene su verdad.
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