Por Manuel Vicent |
Ningún atleta es capaz de saltar ni un centímetro más allá de su propia sombra. Esta es la primera lección que imparte la vida. Por muy poderosa que sea la zancada que la ambición te obligue a dar, nunca lograrás sobrepasar la línea de sombra que tu cuerpo proyecta. Puede que, de joven, cuando todos los sueños parecen posibles, llegues a imaginar que un día lograrás librarte de ese negativo de tu imagen que te sigue como un fantasma oscuro adondequiera que vayas. Hasta aquí no más, esta es tu medida, más allá de tu sombra solo está el abismo, parece advertirte ese fantasma.
Pero la sombra no solo obedece a leyes físicas. También es un atributo moral que uno proyecta desde el espíritu. Y así como hay artistas, escritores, políticos y gente anónima que rompen el principio de Arquímedes, puesto que desalojan mucho más de lo que pesan, del mismo modo, los hay que arrojan una sombra desmesurada, que no se corresponde con la dimensión real de su persona.
¿Qué es la vida? Sombras nada más, dice la canción. También lo dice Platón en el mito de la caverna en la que permanecemos encadenados frente a un muro donde se reflejan las confusas imágenes proyectadas por la luz que llega del exterior. De esos fantasmas nos alimentamos.
Existen tipos con muy mala sombra. Son esa clase de individuos en apariencia bondadosos e inofensivos quienes al cruzar de noche por un callejón la sombra los delata, ya que la luz de las farolas proyecta su figura puntiaguda en la pared en forma de vampiro; en cambio, existen otras personas alegres, felices y anárquicas que dilatan en el aire una sombra verde y luminosa hasta el punto que uno bajo su amparo podría dormir la siesta en una hamaca.
Que la sombra no te mate, he aquí la cuestión, como es el caso de tantos seres hambrientos de gloria, que un día intentaron saltar más allá de su sombra y se despeñaron en el vacío.
© El País (España)
El mito de la caverna de la biografía de Platón es uno de mis favoritos.
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