Por Jorge Fernández Díaz |
La literatura histórica y también la mística, los antiguos textos sagrados y la crónica oral y escrita del poder y la política de todos los tiempos suelen estar repletos de profecías y clarividencias, y a veces de sus tragicómicas contracaras: el desenmascaramiento de los más ingeniosos timos; con algunos de ellos, nigromantes y videntes sibilinos persuadieron a cabales estadistas y los condujeron a verdaderas catástrofes.
Podríamos ilustrarnos hoy con algunas de esas visiones falsas y esos engaños esotéricos de antología, pero la actualidad estival argenta resulta tan frondosa y urgente, incursiona tan obscenamente en el realismo mágico latinoamericano que es preferible prescindir de cualquier desviación alegórica. Hablemos directamente de quien nunca precisa metáforas: la Pitonisa del Calafate.
Este fantástico personaje literario ha demostrado ser una epidemióloga innata y profética, y una adivinadora con verdaderos poderes extrasensoriales. Sin tener ninguna prueba fehaciente de la efectividad de la vacuna rusa, ordenó que se la adquiriera a gran escala y que comenzara inmediatamente un operativo para aplicársela a la población más vulnerable. La Sputnik V es producto de la voluntad personal de Vladimir Putin, de un instituto que le responde, de un grupo de médicos y pacientes que trabajan a su cargo y de una agencia auditora que depende de los fondos, humores y secretismos del zar.
Nuestra pitonisa, sin contar con garantías reales ni evidencias independientes a mano, tuvo una revelación sobrenatural, y luego pasó varios meses cortando clavos hasta que los expertos convocados por la revista británica The Lancet dictaminaron que, prima facie, la vacuna era aceptable. La Pitonisa del Calafate, aliviada y eufórica, escribió entonces en las redes: "¡Es-pec-ta-cu-lar!". Cuando la adivinación azarosamente se verifica, el adivinador lo celebra como un auténtico milagro. No hay celebración, claro está, si antes existía una certeza consistente: nadie se exalta ni sorprende por la confirmación de lo que ya sabía. El futurólogo siente en ese momento sublime que es un predestinado, que domina en serio el futuro y que incluso la magia existe. No fue magia, fue chantada, y un acto de irresponsabilidad pocas veces visto, y eso que hemos visto de todo por estos lares.
No contenta con esa carambola, la arquitecta egipcia mandó a sus muchachos a festejar su infalibilidad (hashtag GraciasCristina) y a fustigar a quienes simplemente requerían alguna evidencia científica seria, alguna contraprueba y algún reaseguro confiable, antes de arriesgar el fatigado erario y la salud de los argentinos. Si The Lancet hubiera dictaminado en contra de esa decisión temeraria y meramente geopolítica, la doctora habría ordenado a sus esbirros culpar a la revista de responder a los intereses de los poderosos laboratorios multinacionales y al imperialismo inglés, que se quedó con nuestras islas Malvinas. Como eso finalmente no ocurrió, resulta que los críticos de toda esta imprudente chapucería son "odiadores" a quienes la realidad felizmente les tapó la boca. Ruleta rusa, vamos ganando y Dios es argentino. El episodio guarda un cierto aire de familia con aquel "momento dorado" (infausto año 2012) cuando por negligencia propia se embargaban bienes nacionales en el exterior, retuvieron en Ghana a la Fragata Libertad, la recuperaron por un pelo y organizaron en el puerto de Mar del Plata una fiesta patriotera con fuegos artificiales como si hubieran cruzado los Andes y vencido a los godos en Chacabuco. Una vez más: lo extraordinario no es el embaucador, sino quienes necesitan creer religiosamente su libreto.
Los augures del Instituto Patria tuvieron también este verano un mal pálpito con el modélico Gildo Insfrán, antiguo militante de la derecha peronista, referente de la derecha feudal y hoy faro del "proyecto progresista" (Formosa para todos y todas), y entonces enviaron de raje a un hijo de militantes revolucionarios en misión oficial a esa provincia, donde se estaban perpetrando groseros abusos de poder e inadmisibles violaciones de los derechos humanos. El enviado de la Pitonisa, que había participado del intento de golpe de Estado al Parlamento en 2017 (con desmanes y aprietes en el recinto y 14 toneladas de piedras en la calle), tenía por objetivo otorgarle de urgencia una bula a don Gildo y firmarle un certificado de buena conducta: ya sabemos que los militantes y los descendientes de la organización Montoneros poseen sangre azul y licencia para amnistiar o condenar a cualquiera en este país. Fue en ese instante cuando ciertos actores, músicos e intelectuales, siempre tan sensibles en la lucha contra el mínimo desliz semántico o ante la más tenue sospecha de autoritarismo, respiraron: podían, a partir de ahora, justificar su infame silencio. Su inaudita complicidad. Este cambalache confirma que los derechos humanos se usan como paraguas para proteger corruptos y patrones de feudo, y afiladas armas blancas para clavarles en el ojo a los "enemigos". Fue un acto fuertemente simbólico, puesto que está cifrado allí el carácter general del kirchnerismo: la praxis la maneja un inescrupuloso cacique hegemónico; el discurso, la izquierda ilustrada peronista. Feudalismo progre, derechistas con coartada. El gobierno de Cambiemos era una "dictadura"; en cambio la "democracia" irregular, turbia y avasalladora de Insfrán es una "revolución en paz". Traigo a colación ese concepto último porque se trata de un viejo truco peronista reactualizado. La idea central es tal vez incomunicable, porque mete mucho miedo: el neocamporismo cree que la mejor manera de "gobernar para el pueblo" consiste en crear una hegemonía irreversible, un sistema de partido único con amplios poderes ejecutivos, judiciales y fácticos que vaya derribando las resistencias institucionales, las disidencias y las alternancias, que someta a las "minorías" (infestadas por el "neoliberalismo") y que termine imponiendo un rumbo indiscutible. Esta operación más o menos encubierta se conecta con los programas populistas extremos del siglo XXI, donde las democracias republicanas ya no mueren por imposición de dictaduras militares ni por insurgencias armadas, sino por facciones que se introducen en el sistema, concentran el poder, y corroen los contrapesos y las instituciones desde adentro, poco a poco y día a día, ante la indiferencia de ciudadanos desaprensivos o colonizados. Un día descubrís que le quitaron tantos elementos a la paella que ya no lleva ni arroz. De la paella solo queda el nombre, y ya es tarde para lágrimas: te la tenés que comer sin chistar.
El peronismo tradicional permite que se tome esta dirección radicalizada y peligrosa; el camaleón cambió tantas veces que ya no sabe cuál es en verdad su color, y entonces acepta el único color reinante, hoy en manos precisamente de la reina. Oráculo de la nación, ella vio el futuro y sugirió que debían reproducirse exactamente las condiciones de su última gestión, cuya herencia seguimos pagando de manera gravosa con recesiones, inflaciones y deudas. Es una orden escandalosa y letal, surgida del temor a perder los comicios de medio término, producto de una autocrítica que su narcisismo mítico le impidió y basada en el supuesto mandato del electorado bonaerense. Allí el kirchnerismo se ha inventado otra leyenda: la "gente que sobra del capitalismo" fue a parar al conurbano. Se trata de una mentira formidable: con breves recreos, el justicialismo gobernó durante más de treinta años en ese vasto territorio degradado, no desarrolló la industria ni la cultura del trabajo, no promovió el progreso ni tuvo una idea innovadora para producir y venderle cosas al mundo, y cristalizó así una miseria espantosa y dependiente de sus dádivas. Los argentinos el capitalismo lo conocemos parcialmente y de muy lejos, y esta pobreza franciscana donde los pobres son rehenes con subsidio eterno no es producto de lo que nunca tuvimos sino de lo que abundó en nuestra patria: un populismo milagrero que nos aclimató en la decadencia. No hace falta ser un augur para anticipar que repitiendo esos errores seguiremos cuesta abajo en la rodada.
© La Nación
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