Por Liliana Bellone (*) |
“Qué curiosa la economía que cada alma hace de sus lecturas decisivas.” (Eduardo Mallea, “La bahía de silencio”)
LOS LIBROS, COMPAÑEROS DE VIDA
En varios de sus cuentos, Jorge Luis Borges, a través del narrador ficcional, cuenta de qué modo algunos de sus personajes son capaces de afrontar las más duras y definitivas peripecias portando un libro que oficia como intermediario, como objeto mágico o como salvífico guía.
En ese magnífico cuento de “Ficciones” que es “El sur”, el personaje emprende el viaje hacia su aciago destino con la compañía de “Las mil y una noches”; en “La espera” en “El Aleph”, el protagonista aguarda su fin junto a la “Divina Comedia” y en su último libro, “Los conjurados”, Borges nos cuenta en “La hoja del ciprés” que el condenado elige en su biblioteca un tomo de las obras de Emerson para que lo acompañe en una siniestra travesía. En “Siete noches” que es una serie de conferencias el mismo Borges nos confiesa que leyó la “Comedia” en el tranvía durante los largos viajes que realizaba a la biblioteca de Almagro a donde trabajaba.
LOS LIBROS DE LECTURA
Todos nosotros recordamos con cariño los primeros libros que nos deslumbraron al mostrarnos un mundo fascinante: el mundo de la fábula, de la poesía, del cuento, de la historia, de la fantasía. Los libros de lectura fueron luego combatidos con argumentos atendibles, pero como casi siempre ocurre con las posiciones hiper-pedagógicas y tecnocráticas que marchan en dirección a propuestas a menudo totalizadoras y dogmáticas, olvidaron reconocer las parcelas positivas del objeto libro de lectura y la práctica de la lectura, su eficacia en la formación, su incidencia en todos los aspectos: afectividad, inteligencia, comunicación, habilidades, destrezas, imaginación.
Los libros de lectura formaban el gusto y proveían información. La Argentina de principios del siglo XX se formó en las lecturas de libros como “Vencerás”, tercer grado, 1931, con textos como: “Buenos Aires se transforma”, ”Prodigios de la aviación”, “Himno a los muertos por la patria”, “Las maravillas de la radiofonía”, “Benefactores de la Humanidad”, “Unión” para segundo grado, 1933, con ejercicios de vocabulario, gramática y fragmentos poéticos de Rubén Darío, Gabriela Mistral, Rafael Obligado, “Almas en flor”, para quinto grado, 1921, con textos argentinos y universales de alto valor literario. De esta manera, los niños y adolescentes argentinos se acercaban a Cervantes, Villaespesa, Ruskin, Chateaubriand, Víctor Hugo, Andrés Bello, José Santos Chocano, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Gabriela Mistral, Herrera y Reissing, Belisario Roldán, Azorín, José Manuel Estrada, Domingo F. Sarmiento, Olegario V. Andrade, Núñez de Arce, Manuel Gálvez, Amado Nervo y …a Homero… “La Ilíada” y “La Odisea” al alcance de los pequeños alumnos. Otros libros son: “Ilusión” para segundo grado, pleno de fábulas y canciones o, en la década del 50 “Fuentes de vida” o “Ruta gloriosa” para los grados superiores, o los más cercanos “Primeras luces” (mi primer libro de lectura) o “Pensamiento” para séptimo grado. En Salta el Consejo de Educación de la Provincia aprobó el famoso libro de lectura “Por los prados del alma” en 1935, para los grados superiores, de la escritora Clara Saravia Linares de Arias. Un rápido análisis permite establecer la orientación de estas lecturas, en general situadas dentro del marco de la idea de progreso moderna y burguesa de la generación del Centenario, el culto a los valores patrios, al trabajo y a la inmigración. Desde La Quiaca a Tierra del Fuego, el Consejo Nacional de Educación había unificado las lecturas. Sin duda este corpus podría haber sido actualizado, como así también otros contenidos para dotar al sistema en general de una orientación mas latinoamericana y menos centralista; pero jamás debió ser desarticulado como hizo la administración menemista que lo desmanteló, del mismo modo que a los ferrocarriles.
Uno de los argumentos esgrimidos para desterrar al libro de lectura de las escuelas argentinas fue el hecho de que los textos difundidos de este modo resultan “fragmentarios”. Nadie imagina por supuesto que se podría hacer leer a los niños “Los miserables” o “El Quijote” de modo completo y que leer de manera “fragmentaria” es asumir lo que de extenso e incompleto posee la misma literatura. Es imposible leer “toda la literatura”, y es imposible también escribirlo todo; la obra de los escritores siempre resulta incompleta y fragmentaria… El libro total, el libro de Mallarmé es el sueño, es el Aleph borgeano, imposible en su totalidad…
Es cierto que el mundo de las redes informáticas, de la tecnología y los medios masivos de comunicación, requiere de los jóvenes nuevas aptitudes y destrezas; eso es indiscutible, pero un libro posee en su formato, en su materialidad algo que los ordenadores no pueden brindar y es precisamente eso: “materialidad”. Por eso, creemos que junto a las computadoras que se distribuían en las escuelas, se hacía necesaria también la distribución de ese pequeño compañero de camino, el querido y simpático libro de lectura, práctico, económico y duradero. En estos tiempos de aislamiento y pandemia, un buen stock de libros de lectura hubiese resultado menos oneroso y hubiera paliado en gran medida la falta de clases presenciales.
Se recomienda partir de lo conocido a lo ignoto cuando se enseña, sin embargo en el caso de los niños mayores y púberes, es casi un imperativo partir al revés, desde lo exótico y remoto a lo cercano. ¿Es contraproducente proponer a nuestros jóvenes la lectura sobre lejanos países, secretas tramas, ciencia-ficción y aventuras? ¿Acaso nosotros no nos deleitamos con la fantasía de Verne, Salgari, Stevenson, Poe, Wilde? ¿No hemos advertido el asombro de los niños ante la poesía y lo maravilloso, o de los adolescentes ante las intrincadas tramas policiales y fantásticas de Borges? Apelemos a los caminos de la fantasía y reconstruyamos el gusto por la lectura a través de ese humilde pero mágico instrumento de enseñanza: el libro de lectura en las escuelas.
(*) Escritora
© Agensur.info
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