Por Carlos Ares |
El presidente Alberto Fernández revirtió el apotegma peronista: mejor que decir es hacer. Para él, al parecer, es mejor decir que hacer. Tal vez sea su método para convencerse de que él efectivamente es quien ocupa el cargo. Hablo, luego soy.
Si se le suman las horas de entrevistas concedidas cuando era opositor y luego cuando fue candidato, su récord será histórico. Imbatible.
Se entiende. Es abogado y político. Vivió. Vive de eso. Defiende o acusa según convenga. Todo legal. Así fue que acusó, juzgó y casi condenó mediáticamente a Cristina o Boudou con la misma convicción con que ahora los defiende sin que se le mueva un pelo del bigote. La diferencia, al margen de las objeciones que le da su conciencia, es que firmó contrato con la República. Sus clientes, los que pagan gastos y honorarios, somos ahora todos los ciudadanos. No quien lo puso a dedo o quien le financió la campaña electoral.El Gobierno es un poderoso medio de comunicación. Su capital es la credibilidad. En tiempos donde de inmediato se puede contrastar información, consultar archivos de texto o ver videos en YouTube. La palabra del presidente y de todos sus funcionarios debe ser cuidada, precisa, honrada. Para evitar, como sucede a diario en las redes sociales, que a todo lo que dice el presidente, Alberto Fernández, le contesten con imágenes o tweets del mismo Alberto Fernández candidato diciendo todo lo contrario.
Escuchar al jefe de gabinete Santiago Cafiero en modo matón, advertir: "a nosotros no nos tienen que venir a decir que tenemos que hacer con los derechos humanos". Obliga a recordarle a ese nieto de Antonio los crímenes de los montoneros, de la Triple A ,de López Rega, que el peronismo quería aceptar la autoamnistía de los militares, que su partido se negó a integrar la CONADEP, que Menem indultó a los condenados. Además de las violaciones a los derechos humanos más recientes en todo el país, o el ajuste a los jubilados, que viola su derecho a una vida digna.
La constante secuencia compulsiva negar, ocultar, mentir, encubrir a Insfrán, Moyano, Victoria, Donda, Alperovich, los burócratas sindicales, defender a los procesados por graves delitos de corrupción, atacar a la Corte Suprema, prometer millones de vacunas que todavía no llegan, cometer errores serios cuando se refiere al campo, revela una adicción severa. Se nota mucho que se habla encima.
El método del discurso ya no funciona. Dato mata relato. En tiempos donde todo resulta tan fugaz y una noticia o un escándalo desplaza a otro del interés público, la memoria se refugia, se protege, se encapricha en resaltar aún más la mentira sobre la verdad.
¿De qué otro modo podría una persona sobrevivir como tal? Es el motor que nos hace pensar. Pienso, luego existo. La memoria acumula en silencio todo lo que se ve obligada a callar, hasta que un día estalla y se hace escuchar.
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