Por Carmen Posadas |
En mi enciclopédica ignorancia jamás había oído hablar del ‘efecto halo’, a pesar de que es muy conocido en psicología. El descubrimiento se lo debo a Noelia Sandoval, que tuvo la amabilidad de comentar en Instagram una de estas Pequeñas infamias que comparto con ustedes. Hace un par de semanas dediqué una a hablar de Diana de Gales y de cómo su aspecto físico, sumado al poder embellecedor de una muerte temprana, la habían convertido en alguien por encima del bien y del mal a quien se juzga solo por sus características positivas olvidando otras facetas suyas menos halagüeñas.
Y lo mismo ocurre con personajes de características similares como John Kennedy o la emperatriz Sissi, pongamos por caso. Y da igual que Kennedy sea quien inició la guerra de Vietnam, así como el promotor del fiasco de bahía de Cochinos. Como da igual también que Sissi, aparte de monísima, fuese una neurótica preocupada solo por su belleza y por escaquearse de sus deberes de emperatriz. En el imaginario colectivo, los tres son criaturas impecables en el más literal y teológico sentido de la palabra.
Pero no hace falta morir joven y en circunstancias trágicas para beneficiarse del efecto halo, ese que todo lo embellece, todo lo excusa. En mayor o en menor medida son multitud las personas que se ven bendecidas por él. ¿En qué consiste exactamente? Según leo en Academia se trata de «un prejuicio cognitivo provocado por la tendencia a juzgar de modo favorable ciertas características de una persona debido a la opinión general que de ella se tiene».
En marketing, este prejuicio resulta muy rentable. Basta con que al consumidor se le haga creer que tal detergente –o cosmético o producto de cualquier índole– es el preferido de la mayoría para que automáticamente se venda más. Y de tan ventajoso halo no solo se beneficia el detergente en cuestión, sino todos los productos de su misma marca. Esto en lo que se refiere al mundo del consumo, pero a mí me interesa mucho más el efecto halo en las personas. También el llamado ‘efecto diablo’, que es su hermano gemelo y que propicia exactamente lo contrario. En este caso y debido a él, una persona puede verse estigmatizada solo por su aspecto físico. O por sus antecedentes familiares, o por la raza o etnia a la que pertenezca, también por su edad, sin que nadie se tome la molestia de averiguar cuál es su valía. El efecto diablo era muy frecuente en otros tiempos, cuando las élites valoraban solo lo suyo, desdeñando todo lo demás. Sin embargo, como tanto el efecto diablo como el efecto halo están directamente relacionados con la escala de valores que rige en la sociedad en cada momento, pueden ocurrir otros curiosos fenómenos.
Ahora mismo, por ejemplo, se da especial importancia a lo que podríamos llamar ‘virtudes’ o ‘atributos alternativos’, como pertenecer a un colectivo minoritario, tener una inclinación sexual determinada o ser oriundo de un país desfavorecido. Siendo así y sin que ninguno de nosotros seamos conscientes, ocurre que se llega a favorecer o incluso a contratar o promocionar a alguien no por su valía profesional, sino simplemente por su perfil. Un perfil perfecto hoy en día podría ser mujer, homosexual, vegana, madre soltera y oriunda de un remoto país.
Obviamente, esto no quiere decir que una persona de estas características no sea perfectamente apta para el puesto para el que haya sido seleccionada, es posible que sí, pero la razón por la que se la elige no debería obedecer a su condición de vegana, madre soltera… El efecto halo, que da ventaja a unos, y el efecto diablo, que estigmatiza a otros, han existido siempre. Sin embargo, el dato nuevo es que ahora, gracias a las redes sociales, se tiende a ascender a los altares y bajar a los infiernos a personas por razones cada vez más absurdas y peregrinas.
Que la gente venere a iconos sociales como Kennedy o Sissi obviando todos sus defectos no tiene la menor trascendencia. Lo que ya no parece tan inofensivo es que el efecto halo eleve a los altares y convierta en referentes y modelos a seguir a influencers que propugnan disparates y/o a políticos y charlatanes de feria cuyo único mérito es estar hasta en la sopa y tener miles de seguidores.
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