Por Sergio Suppo
Un hilo rojo une la madrugada del 14 de junio de 2016 con la mañana del 19 de febrero de 2021. Una misma combinación de cinismo organizado y negación colectiva trata de borrar las huellas de esas dos confirmaciones de lo evidente.
Aquella noche, el exsecretario de Obras Públicas José López llevó 9 millones de dólares a un convento de monjas. Todo quedó registrado en las cámaras de seguridad de ese refugio construido y mantenido por fondos del Ministerio de Planificación Federal en el que López era lugarteniente de Julio De Vido.
Como años antes se había visto a los empleados de Lázaro Báez contando millones en una financiera, las imágenes del exfuncionario arrastrando su botín sirvieron de confirmación de la existencia de un sistema organizado de robo de fondos públicos. Se sumaría luego, el 1° de agosto de 2018, el detalle escrito en cuadernos de la recolección periódica de coimas.
Apenas una semana atrás, el periodista y militante Horacio Verbitsky confesó que se había valido de su pertenencia al oficialismo para ser vacunado contra el coronavirus, salteando la necesidad de registrarse y obtener un turno. Especialista en el servicio de la información, el comunicador aparentó no reparar que su confesión detonaría la mayor crisis del gobierno de Alberto Fernández.
Nadie se sorprendió de que Verbitsky hubiera sido uno más de los miles de acomodados que usaron su poder e influencia para sortear la escasez de vacunas y obtener inmunidad contra la peor pandemia en más de un siglo. Pero como en el caso de López, a todos les estalló en la cara la certeza de que lo que era evidente hace tiempo se seguía consumando a la vista. No era una creencia, era un hecho.
Las coincidencias son tantas como inmensa es la misma aceitosa cultura social en la que se hacen posibles. Una vez más, se repite la misma secuencia.
Ya ocurrió frente a la ruta del dinero K, los bolsos de López, los cuadernos de la corrupción y tantas otras causas que retratan las maniobras organizadas para el saqueo y el enriquecimiento piramidal de sus funcionarios. El kirchnerismo siempre siguió la misma secuencia:
• Negarlo todo o presentar como un caso aislado lo imposible de borrar (López o Ricardo Jaime).
• Denunciar y descalificar a quienes investigan y juzgan.
• Presentar y demonizar como un mismo bloque a fiscales, jueces, opositores y medios de comunicación en base a teorías disparatadas (lawfare).
• Impulsar reformas judiciales para desalojar a quienes llevaron adelante las investigaciones y los juicios.
• Utilizar los resultados electorales como absoluciones de delitos graves y justificación para pedir indultos, gestionar autoanmistías y reescribir los hechos.
Varios de los ingredientes de estas recetas del kirchnerismo son asumidas por el presidente Alberto Fernández, luego del primer intento de sofocar el problema de la vacunación para privilegiados echando al ministro de Salud, Ginés González García. El nombramiento de Carla Vizzotti fue una solución que ahora requiere más negaciones. Vizzotti era hasta su ascenso la responsable de administrar el reparto de las vacunas. ¿Podía no saber que hay más de 10.000 vacunados de privilegio? No saberlo retrata una llamativa inutilidad, conocerlo la convierte en cómplice.
Como siguen faltando dosis y sobrando acomodados, Fernández apeló al consabido apriete a la Justicia para que no investigue “una payasada” y negó la evidencia de que son miles los inmunizados por el solo hecho de pertenecer al poder y sus aledaños. Como con López, también antes de Verbitsky habían estallado decenas de pequeños escándalos en ciudades del interior donde –como en el gobierno nacional– vienen funcionando sistemas de privilegio.
Ayer como hoy, la tolerancia social encubre al poder. Si un peso robado al Estado es un servicio menos o una obra que no se hace, una vacuna a un acomodado puede ser un muerto más por Covid. A nadie parece importarle demasiado hasta que la evidencia estalla como un revulsivo.
Solo en la tormenta, con el kirchnerismo corrido de la escena para exponer la debilidad del presidente, Fernández habilitó la revisión de las condiciones para justificar la trampa. Ahora que miles de funcionarios y sus familiares se vacunaron salteando la larga fila de argentinos que esperan, los acomodados serán indultados con un rótulo: “personal estratégico”. La vacuna de la impunidad también es solo para los amigos.
© La Nación
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