Gildo Insfrán
Por Rogelio Alaniz
La situación se presenta de la siguiente manera: las concejales de la ciudad de Formosa, Celeste Ruiz Díaz y Graciela Neme son detenidas por la policía de Gildo Insfrán. Pocas horas después ambas concejales son liberadas. Una aclaración es pertinente: "La policía de Gildo Insfrán", ¿está bien expresado?
En términos jurídicos generales está mal. La policía es una institución del estado y no un apéndice del gobierno o una agencia de seguridad privada al servicio del mandamás. Pero lo que está mal en un estado de derecho que merezca ese nombre, es muy normal en la provincia de Formosa. Dicho con otras palabras: "La policía de Gildo Insfrán", es una frase de un realismo absoluto y descarnado. No solo la policía se reporta con el gobernador que ocupa ese cargo desde hace un cuarto de siglo. Todas las instituciones del estado, de una manera directa o indirecta, están sometidas al poder central. En términos de teoría política, el régimen de poder formoseño no es una democracia representativa o republicana, es una clásica autocracia electiva. Con un discreto, pero efectivo toque paraguayo en tono Stroessner.
Pero retornemos a la frase inicial: "Dos concejales son detenidas y horas después las dos concejales recuperan la libertad". El texto incluye dos momentos: el de la detención y el de la libertad. Los momentos son al mismo tiempo una radiografía de la estructura de poder y, sobre todo, de la toma de decisiones. Las concejales son detenidas por orden de Insfrán, pero son liberadas por la formidable movilización local y nacional. Esta composición de lugar importa tenerla presente.
Si por Insfrán fuera, las concejales continuarían presas por enemigas de la patria, enemigas de la causa o enemigas de él, poco importa. Pero al mismo tiempo, Insfrán no siempre puede hacer lo que se le da la gana. En Formosa, seguramente a regañadientes, debe convivir con una oposición aguerrida. Una oposición política a la que no le envidio el rol, pero cuya presencia da cuenta de que en Formosa un sector significativo de la sociedad no está dispuesta a arrodillarse ante el jefe. Asimismo, mal que le pese, Insfrán no puede eludir que vive en la Argentina y que gracias a los medios de comunicación la opinión pública sabe que en esa lejana provincia gobierna desde siempre algo así como un cacique bárbaro.
Y entonces cuando hace una de las suyas llueven las críticas y las protestas. Y hasta el propio peronismo nacional empieza a sentirse incómodo con este "compañero" que se pasa de rosca. Digamos como para matizar que en el país Insfrán no está solo, Dispone de sus amigos, de sus socios, de sus compañeros, entre los que se incluye, gallardo y orgulloso, el propio presidente de la nación quien no vacila cada vez que se le presenta la oportunidad de presentarlo como un estadista ejemplara.
De todos modos, las ponderaciones de Alberto no impiden que "el compañero Insfrán" sea considerado como una suerte de hombre de las cavernas, un asombroso fósil político o, para decirlo de una manera más directa, un señor feudal de horca y cuchillo, muy amigo, entre tantas vestales del oficialismo peronista, de Amado Boudou.
Las concejales recuperaron la libertad, pero yo les aconsejaría que por prudencia no se queden tranquilas. Está claro que Insfrán las tiene entre ceja y ceja y cuando pueda va a tratar de repetir la escena, porque fiel a su estilo, al compañero Gildo no le gusta que le discutan o que le hagan observaciones a su maravilloso experimento conocido con el nombre de "Centros de aislamiento", a los que no lo vamos a confundir con los campos de concentración de los nazis, porque a esa terrible experiencia de la historia no se la debe banalizar, pero sí podemos tomarnos la licencia de equipararlos con las cárceles, con sus horarios, sus celadores, sus prohibiciones, sus cerrojos, su arbitrariedad y su panóptico. Esa preciosura institucional fue la que las concejales pusieron en discusión o, mejor dicho, observaron algunos de sus abusos. Por supuesto, terminaron en cana. Con empujones y esposas incluidas. Como le gusta decir a los formoseños: con Gildo no se jode.
Que con Gildo no se jode, es una verdad inapelable que la conocen mejor que nadie los Qom, los Wichi, los Pilagá, por ejemplo, quienes disfrutaron en carne propia de sus bondades para con los denominados "pueblos originarios". Convengamos que a su manera Gildo es un hombre de una conmovedora y rigurosa coherencia. Pocos casos hay de políticos que sean tan leales a sí mismo, que hayan expresado sin ningún matiz de disimulo sus deseos políticos más íntimos.
No es verdad que el Covid lo alteró o lo obligó a cambiar o a tomar decisiones reñidas con sus principios. Y no es verdad, porque por el contrario el Covid a Gildo le permitió desarrollar los costados más dulces de su personalidad política. Nadie entra y sale de la provincia. He aquí el sueño del señor feudal hecho realidad. ¿Cómo no lo va a felicitar el compañero Alberto? ¿Cuántos peronistas de hacha y tiza quisieran haber hecho lo mismo? Gobernar la provincia como una estancia o como una plantación o como un feudo. Aquí mando yo carajo. Y aquí se hace lo que yo quiero y al que no le gusta que se vaya. ¡Qué envidia!
Qué envidia ganar elecciones con una eficacia que solo Stroessner pudo superar. El compañero Stroessner, como me dijeron alguna vez en Asunción. ¿Gildo es peronista o es Colorado? Una buena pregunta de respuesta complicada. Los parentescos entre el Partido Colorado paraguayo y el peronismo no los voy a ventilar yo porque los propios peronistas se han encargado de hacerlo con indisimulable orgullo. No sé si Gildo tiene claro qué diferencias hay entre un partido y otro.
No sé si le importan ese tipo de disquisiciones. Gildo podría ser un colorado vestido de peronista que gobierna una provincia que alguna vez fue paraguaya y ahora es argentina. Podríamos invertir la ecuación y el resultado sería el mismo, porque Gildo es idéntico a sí mismo. Por lo pronto, y según denuncias de la oposición que se perdieron en el viento, en las elecciones el compañero se las ingenia para que las canoas crucen pacientes, solidarias y sumisas, desde Paraguay a Formosa con sus votantes debidamente documentados.
Formosa es una provincia pobre. Lo fue antes de que llegara Insfrán y lo sigue siendo durante Insfran. Los índices sociales son malos, uno de los peores del país. Carlos Tevez no se equivocaba cuando en un primer golpe de vista advirtió que "acá hay mucha gente que se caga de hambre".
A alguien como Tevez, que pasó su infancia y su adolescencia en una villa, esa percepción del "paisaje" no se le escapa. Es verdad que en los años de Insfrán hubo obra pública con sus correspondientes negociados; también hubo algunas inversiones promovidas en más de un caso por políticos enriquecidos en el poder y empresarios locales y externos afines. La red clientelar funciona con la conocida eficacia populista y la reconocida corrupción populista. Como asimismo es eficaz la red de propaganda. La escena de hace unos años de una niña de ocho o nueve años leyendo en la escuela un texto de elogio al gobernador allí presente es conmovedora. Y además expresa la verdad íntima, esencial, del régimen de poder de Formosa. Nada nuevo bajo el cálido sol peronista, pero se suponía o queríamos creer que esa etapa del adoctrinamiento de niños estaba superada.
El régimen de poder de Insfrán, esa autocracia electiva perfecta, no incluye un modelo económico particular, pero sí expresa un clásico modelo de dominación política fundado en los recursos del estado, el clientelismo social, el capitalismo de amigos y de amigotes y el uso y abuso de los recursos coparticipables. Tres componentes centrales lo acompañan: la corrupción, el nepotismo, es decir, el poder en el que la familia y los familiares son un insumo decisivo o dominante. Y el autoritarismo, una de cuyas expresiones presenciamos esta semana.
© El Litoral
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