Por Carmen Posadas |
Aviso de spoiler: este artículo contiene opiniones con las que el noventa por ciento de la gente estará en desacuerdo. El noventa o el noventa y nueve por ciento, añadiría, porque ¿a quién le gusta que le chafen un bonito cuento de hadas? Esta clase de narraciones se caracteriza por pintar el mundo no como es, sino como debería ser. Frente a la vida real, que es caprichosa, errática y sobre todo injusta, los cuentos son ordenados, previsibles y en ellos siempre ganan los buenos.
En su dorado territorio no hay dudas ni matices, no existen los «sí, pero…» ni tampoco los «¿y si lo que nos acaban de contar no es tan rosa como parece?». En los cuentos rigen, además, cánones literarios preestablecidos, de modo que es muy sencillo saber quién es el héroe y quién el malvado. A los malos, por ejemplo, se los ve venir a kilómetros y, para que no quede duda alguna de sus intenciones, se los suele describir torvos y rematadamente feos, mientras que los buenos son siempre bellos, celestiales. Según Bruno Bettelheim, autor del celebérrimo Psicología de los cuentos de hadas, esto es así por mera utilidad pedagógica, de modo que los niños puedan diferenciar de inmediato quién es quién y qué papel desempeñará en la narración. Curiosamente este binomio guapo-bueno versus feo-malo está tan arraigado en nuestro inconsciente que ha sido estadísticamente comprobado que a las personas de físico agraciado se les suelen poner menos multas de tráfico que a las feas (sic). También, y por mucho que se luche por corregir tan injusto sesgo, a los guapos les resulta más fácil acceder a no pocos puestos de trabajo. Recordaba yo todos estos viejos datos sobre cómo el físico de las personas predispone a favor o en contra de alguien al ver el otro día un capítulo de The Crown. En él, después de su enésimo desencuentro con Diana, su mujer, el príncipe Carlos le suplica a Camila, su amante de tantos años, que se divorcie de su marido y se case con él. Ella –que está fumando (ojo al dato porque no es baladí, en las pelis actuales solo los malos fuman)– observa un aparato de televisión que está encendido a su derecha. En él puede verse a Diana siendo adorada por una multitud en un acto benéfico; Camila sonríe tristemente, intenta poner orden en su desastroso peinado, que pide a gritos los servicios de un buen peluquero, y responde algo así como: «Absolutamente imposible. Diana es guapa y yo fea, ella es la buena y yo la mala, ella la víctima y yo la victimaria. La gente no nos lo perdonaría; siempre seremos los malos de la historia, no se puede luchar contra los cuentos de hadas».
Tiene absolutamente toda la razón. Los cuentos de hadas son imbatibles y, sin embargo, yo siempre he pensado que la relación entre Camila Shand y Carlos de Gales es una de las grandes historias de amor de nuestro tiempo, solo que nadie la ve así porque en ella hay un error de casting y el aspecto físico de las dos protagonistas femeninas está cambiado. He aquí los datos conocidos: príncipe tímido y falto de afecto se enamora de chica A. Pero chica A no goza de la aprobación de su regia familia y se ve obligado a dejarla. Conoce luego a chica B, que sí es aceptada por la familia, pero con la que no tiene muchos intereses en común, y se casa con ella. Ambos intentan que la relación funcione, pero son muy distintos y él vuelve a ver su antiguo amor, a quien no ha conseguido olvidar. Su mujer se entera y empieza, a su vez, a tener varias relaciones amorosas. Además, despechada, y aprovechando su enorme popularidad, cuenta su versión de los hechos en televisión y deja a su marido como un idiota, al tiempo que admite públicamente que ella «adoraba» a su profe de equitación. «Estaba loca por él», confiesa con compungida (y bellísima) sonrisa. Intercambien ustedes ahora las actrices de este cuento de hadas. Póngale a Lady Di la cara de la añosa y desaliñada Camila y a Camila la de la espectacular Lady Di. ¿A que la historia cobra un significado distinto? Según Baudelaire, la belleza física es un sublime don que de toda infamia arranca un perdón. Y Pascal sostenía que, si la nariz de Cleopatra hubiera sido más fea, habría cambiado el curso de la historia. Yo, por mi parte, opino que la vida es una pésima directora de casting. No respeta le physique du rôle (aspecto físico del personaje que interpreta), por eso es tan fácil confundirse al ‘leer’ ciertos hechos.
© XLSemanal
0 comments :
Publicar un comentario