Por Carlos Gabetta (*) |
En el futuro próximo, Donald Trump podría convertirse en el líder de la derecha más extrema de los Estados Unidos, tanto al frente del Partido Republicano como de una eventual escisión. También desaparecer de la escena política y hasta autoexiliarse para escapar de la ley, como Juan Carlos, el ex rey de España.
Pero Trump no representa a la monarquía, ese eslabón antiguo y escenográfico de algunas democracias, sino al presente y el futuro de la propia democracia republicana.
Cualquiera sea su destino personal, los sectores de extrema derecha que lo apoyaron siguen allí y creciendo, como en muchos otros países. Ya aparecerá algún líder, quizá más duro y astuto. Hoy ya no se trata del extremismo ideológico de los pequeños grupos de siempre; de algo que podría pasar por un “divertimento” en las redes sociales, sino de un proyecto que toma forma y tiene el cuerpo de esa turba armada que asaltó nada menos que el Capitolio.
Casi la mitad de los estadounidenses votó a Trump, aunque por supuesto no todos participan de su extremismo. Tanto que reflejando a sus bases, la mayoría de los dirigentes republicanos se le apartaron, en silencio o explícitamente. Pero la toma del Capitolio fue una advertencia inquietante, aunque aún no sepamos cuántos de los votos de Trump representan a esos extremistas. Durante la asunción de Biden, el despliegue de seguridad no solo en Washington, sino en todo el país, indica que los servicios de inteligencia tenían suficientes datos como para temer hechos mucho más graves.
La crisis y sus consecuencias políticas vienen de lejos, como probó la elección de Trump en 2016. “Un populista de extrema derecha ultramillonario, nacionalista, corrupto, racista y machista es desde ayer el presidente electo de la primera potencia financiera, económica y militar del mundo. Su victoria asombra al planeta, pero bien mirado, no hay motivos. Los pocos que han puesto el acento no ya en el avance de la extrema derecha populista en los países desarrollados, sino en sus causas –la crisis estructural del sistema capitalista– no tienen razones para el asombro (…) la comparación con las consecuencias de la crisis capitalista de 1929 y sus consecuencias políticas deviene inevitable: Mussolini, Hitler, Pétain, Franco; populismos de todo tipo, deterioro democrático, repliegue proteccionista, ruptura de pactos y acuerdos internacionales, armamentismo, proliferación de conflictos, con el apoyo de masas desesperadas y desorientadas. La mesa vuelve a estar servida, con una diferencia clave: el capitalismo, planetario ahora, no tiene salida esta vez en el marco de su propia lógica. La crisis, que merodeó en los bordes desde los años 80, está desde 2008 instalada en el corazón del sistema”. (Esta columna: http://bit.ly/gabetta-que-asombrarse).
Esos son los verdaderos desafíos que afronta el sistema republicano; no solo en Estados Unidos. La elección de Biden; sus primeras declaraciones y decisiones; la plural conformación de su gabinete y principales funcionarios son alentadoras, porque expresan la reacción antiextremista del pueblo estadounidense, algo que también comienza a verse en otras democracias amenazadas por el auge de la extrema derecha.
Pero la crisis económica, ante la que vienen fracasando conservadores, liberales y socialdemócratas en todas las democracias, sigue allí. El tema migratorio, por ejemplo, solo tiene solución si cesan las razones económicas y sociales que obligan a millones a abandonar sus países. Que el social-autoritarismo de Rusia y China no afronte esos problemas y les permita ganar mercados y espacios científicos, tecnológicos y militares es, aunque no lo asuman, el espejo en que se miran las extremas derechas occidentales. Claro que sin el componente de distribución social, sino con el objetivo de profundizar y consolidar las diferencias sociales.
El caos y la violencia en perspectiva.
(*) Periodista y escritor
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