Por Jorge Raventos
El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, explicó el último domingo que la ciudad se está quedando sin dosis de vacunas contra el coronavirus. "No podemos continuar con la vacunación porque no tenemos suficientes vacunas", argumentó el funcionario, tras anunciar que por ese motivo suspendía la apertura de nuevos puntos de vacunación, como los grandes estadios neoyorquinos.
Italia, sumida en una nueva crisis política, también se siente amenazada por la falta de vacunas y el responsable del comité de lucha contra la pandemia adelantó que el Estado emprenderá acciones legales contra el laboratorio Pfizer, que no ha cumplido con sus compromisos de suministro de las vacunas. Una semana atrás, Pfizer y su socio BioNTech declararon que no están en condiciones de entregar la cantidad de dosis concertadas. Esta confesión no hizo más que sincerar el atraso de un mes en las entregas y lógicamente desató una ola de cuestionamientos y acciones penales, no sólo en Italia sino en el conjunto de la Unión Europea. "La Comisión Europea y los Estados miembros expresaron un profundo descontento con esto", difundió la comisaría europea de Salud, Stella Kyriakides.
Pfizer asegura que hará esfuerzos por disminuir las demoras, pero en varios países se estima que estas a lo sumo se reducirán a dos o tres semanas. En Canadá, que está sufriendo la segunda ola de la pandemia, el laboratorio suspendió por completo las entregas previstas para esta semana y el país sufrirá una marcada disminución de suministros en las tres semanas próximas. Méjico, por su parte, recibió la semana última la mitad del embarque comprometido por Pfizer, lo que determinó demoras en sus planes de vacunación.
De su lado, otra de las grandes farmacéuticas embarcada en la producción de vacunas contra el Covid, la británica AstraZeneca, también ha admitido una disminución de rendimiento que provocado una significativa reducción de las dosis que planeaba entregar en el primer trimestre de 2021: Europa podría recibir la mitad de lo previsto.
Es probable que estos retrasos también afecten a la Argentina, que en noviembre firmó un acuerdo con el laboratorio para la entrega de 22 millones de dosis (que parcialmente se producirá en nuestro país). En cualquier caso, el compromiso con Argentina fue entregar las vacunas "en la primera mitad de 2021".
Los contrastes
Conviene analizar en ese contexto los contrastes que ha sufrido Argentina en relación con la provisión de la vacuna Sputnik V. "Los pronósticos vacunatorios de la Casa Rosada sumaron un nuevo traspié", comentaba con ironía un matutino el último fin de semana cuando fracasó en primera instancia el retorno desde Moscú de un avión de Aerolíneas Argentinas, que debía trasladar al país 660.000 dosis de la vacuna. El embarque se produjo dos días más tarde y sólo fue por un tercio de las dosis previstas, lo que dio pie a nuevas ironías.
Hay un sector de la opinión argentina que ha desconfiado desde el principio de la vacuna rusa, tal vez porque le asigna motivaciones ideológicas a la compra, tal vez porque sospecha ideológicamente del origen. Lo curioso es que tampoco se contenta de que vengan menos vacunas que las programadas. Como el caso del huraño huésped de un restaurante pretencioso que contaba Woody Allen: "La comida es horrible -se quejaba-. Y además las porciones son pequeñas". Las dos críticas juntas hacen el chiste.
Alberto Fernández explicó esta semana que "Argentina no apostó por la vacuna rusa Sputnik, lo que ocurrió fue que la vacuna rusa Sputnik fue la primera que tuvo disponible Argentina". Y agregó que, además de la Sputnik V y la vacuna de Astra Zeneka, "estamos en discusiones con Sinopharm en China, estamos en conversaciones con Janssen, y estamos en conversaciones con Moderna. Además, entramos en Covax, donde esperamos recibir una cantidad de dosis muy importante por la inversión que hicimos (...) lo que hizo Argentina fue poner fichas en todos los lugares en donde se hicieran vacunas, convencidos de que cualquier vacuna iba a ser una vacuna saludable, porque los que la estaban desarrollando son organizaciones, en términos científicos, de primera magnitud".
Lo cierto es que todas esas organizaciones han estado (y están) empeñadas en una guerra comercial para colocar sus productos y asegurarse mercados ansiosos y demandantes, que ha llevado a la mayoría de ellas a comprometer entregas que no pueden satisfacer. Esto, como puede ver cualquiera que quiera ver, afecta a todo el mundo, sin excluir a los países más poderosos.
La política está discutida en todas partes: a veces se le imputan excesos de intervención y en otros casos -a la inversa si se quiere- se le achaca impotencia, debilidad, torpeza. En cualquier caso, en paralelo con el desencanto de la política, campean en las sociedades la disputa, la desavenencia, la confrontación hostil, las apuestas polarizadoras.
Disparen contra el Gabinete
Algunos medios insistieron en que un tweet con el que la Cancillería saludó el cambio de mando en Washington habría provocado un cortocircuito con la Casa Rosada y determinaría a corto plazo el alejamiento del titular de aquel ministerio, Felipe Solá. Aunque es cierto que en las escasas líneas de aquel mensaje electrónico se filtró un tono poco pertinente para un gesto diplomático que requería más bien cuidado y cordialidad verbal, los rumores sobre Solá se inscriben en ejercicios más amplios de presión destinados a que Alberto Fernández deba afrontar una crisis de gabinete.
Las versiones buscan devaluar al canciller destacando la excelente tarea que vienen realizando dos embajadores clave: Jorge Argüello (en Washington) y Daniel Scioli (en Brasilia), y subrayan que ellos se entienden directamente con la Casa Rosada y puentean al Palacio San Martín. La insidia omite un hecho básico: los embajadores son representantes personales del Presidente y es natural que éste tenga trato directo con ellos, especialmente cuando están a cargo de misiones de tanta importancia para el país como Brasil y Estados Unidos; esa circunstancia no supone ninguna capitis diminutio para el canciller y ni siquiera la proverbial susceptibilidad de Solá la interpretaría así. Fernández viajó el martes a Chile acompañado por Solá y el vínculo con el gobierno conservador trasandino fue óptimo.
Las operaciones sobre el canciller corren paralelas con las que, por caso, tienen como blancos al titular de Salud, Ginés González García y a la ministra de Justicia, Marcela Losardo.
Que esas movidas tiendan a allanar un avance kirchnerista sobre terreno del Presidente no es contradictorio con que desde el otro extremo de la grieta también se las aliente: allí se apuesta a la vieja estrategia de la polarización y en ese sentido prefieren que el gobierno se identifique cada día más con la influencia de la vicepresidente y que se diluya el centrismo que Fernández, pese a (o a través de) sus vacilaciones sigue expresando.
Abrir las escuelas
La polémica pública sobre la vuelta de las clases presenciales en las escuelas muestra una dialéctica interesante en ese sentido. El gobierno porteño de Horacio Rodríguez Larreta hizo su juego planteando con fuerza la necesidad de regresar a la escuela. Y de hacerlo rápido: él propone mediados de febrero como puntapié inicial. Los gremios docentes (aunque con distintos matices) han rechazado ese planteo: "Es una política criminal para los pibes y para todos los que intervenimos en la educación", dispararon desde uno de ellos (Ademys, la Asociación de Enseñanza Media y Superior). Otro dirigente -Eduardo López, referente de la Unión de Trabajadores de la Educación, el sindicato docente más numeroso de la ciudad autónoma- vaticinó: "No van a empezar las clases con 30 chicos el 17 de febrero, la gente no se suicida masivamente". Y un colega bonaerense, Miguel Ángel Díaz, de Udocba, prefirió disparar sin disimulo contra el jefe de gobierno porteño: "Los padres no van a mandar a sus hijos a que este imbécil haga campaña electoral, que es lo único que le interesa".
Lo interesante de la situación es que desde el Gobierno Nacional se ha respaldado, así sea oblicuamente, la postura de la ciudad autónoma.
El ministro de Educación, Nicolás Trotta, insistió en la importancia de la presencialidad y afirmó la voluntad de iniciar las clases en marzo (la diferencia con el gobierno porteño es apenas de una quincena); el ministro de Turismo y Deportes, Matías Lammens (un porteño que compitió con Larreta por la jefatura de gobierno de la Capital), coincidió con su colega de gabinete: "El año pasado fue muy complejo, los chicos y chicas de Argentina no están en condiciones de tener un año como el que pasó, ni de pasar un solo día más lejos de las aulas, sin ir a la escuela, sin contacto con sus maestros y compañeros". Y el propio Alberto Fernández intervino: "Perder un año de educación y conocimiento es muy grave para cualquier sociedad", dijo. Y agregó: "Nosotros hemos decidido que las clases vuelvan con los cuidados del caso, por eso estamos en condiciones de confirmar que en marzo las clases se iniciarán". El Presidente aseguró que los docentes tendrán prioridad para la aplicación de la vacuna contra el Covid, razón por la cual -concluyó intencionadamente- "entiendo que a partir de esta cobertura de inmunización no debería haber ninguna oposición" por parte de los gremios.
Con este mensaje, el Presidente advierte a las organizaciones docentes que negarse a dar clases no sería un enfrentamiento exclusivo con Larreta, sino también con el gobierno nacional. La Casa Rosada cuenta en este punto con un sólido respaldo de los gobernadores.
Conservar el centro
Es evidente que Fernández no quiere abandonar el centro del sistema, consciente de que, de hacerlo, facilitaría la operación opositora que busca mostrar un gobierno copado por el kirchnerismo o impotente ante los gremios docentes.
Aunque la debilidad y la timidez del gobierno decepcionen a muchos de sus votantes, que esperaban más fuerza o más energía, el Presidente trata en esas condiciones de sostener una esperanza de moderación y acuerdismo mientras, al mismo tiempo, busca evitar que las fuerzas centrífugas dispersen su coalición.
Con esta misma óptica habría que observar las declaraciones de Sergio Massa, que ejecuta la misma partitura, desestimando la hipótesis de una amnistía o un indulto para los detenidos y procesados en causas por corrupción. "Una amnistía para los casos de corrupción sería absurdo y un gran error -le dijo Massa al diario El País, de Madrid-. De mi parte no hay ninguna chance ni de poner en discusión una amnistía, así como creo que el Presidente no tiene ninguna vocación de discutir un indulto. La justicia es quien absuelve o condena". Naturalmente, desde las filas del núcleo K más intemperante le dijeron de todo menos bonito. La sensatez, la moderación, es una apuesta difícil. Pero indispensable, porque el país necesita construir una política racional y un centro amplio y firme sobre el que puedan asentarse acuerdos de mediano y largo plazo que le den estabilidad y previsibilidad.
© La Prensa
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