Por Juan Manuel De Prada |
Coincidiendo con la aparatosa nevada que despidió las fiestas navideñas, las compañías eléctricas decidieron subir salvajemente el precio de la luz. Conviene recordar, sin embargo, que el Estado todavía posee capacidades reguladoras para impedir subidas abusivas de la luz; sin embargo, la izquierda caniche gobernante, siempre firme en su apoyo a los intereses plutocráticos, no intervino para poner coto al desmán, permitiendo que las compañías eléctricas hicieran su agosto.
A este respecto, no debemos olvidar que la izquierda caniche impulsó en épocas todavía recientes, con el mismo entusiasmo que la derecha felpudo, el latrocinio de la riqueza nacional, regalando las empresas públicas de producción y suministro de electricidad a sus amiguetes. Autorizar una subida abusiva de la factura de la luz debe de parecerles ahora una mera rebañadura.
Algunos periódicos recordaron que diversos ministros de la izquierda caniche gobernante, cuando se hallaban en la oposición, escribían tuits indignadísimos contra las subidas del precio de la luz, llegando incluso a reclamar que el Estado recuperase la propiedad pública de las centrales eléctricas. Imaginamos que, en las tertulietas televisivas, los tertulianos del negociado de derechas denunciarían –para escarnio de los tertulianos del negociado de izquierdas– la descarada demagogia de la izquierda caniche, que hace apenas un par de años ponía el grito en el cielo ante los abusos de las compañías eléctricas (a la vez que denunciaba que en sus consejos de administración se sentasen muchos políticos cesantes) y ahora achanta la mui mientras se aferra a la poltrona (que sólo abandonará para sentarse en esos mismos consejos de administración). Así hasta que los tertulianos del negociado de izquierdas recibieran en sus teléfonos móviles el ‘argumentario’ de la izquierda caniche, en donde se demostraría que la derecha felpudo también aprobó subidas abusivas del recibo de la luz cuando gobernaba (pues, naturalmente, sus políticos cesantes aspiraban a gozar al menos de tantos puestos en los consejos de administración como los cesantes de la izquierda caniche). Entonces los tertulianos de uno y otro bando se enzarzarían en el consabido rifirrafe, disputando si las subidas autorizadas por el negociado que les unta fueron más o menos abusivas que las subidas autorizadas por el negociado adverso; rifirrafe que serviría para que las masas cretinizadas que se abastecen con estas tertulietas ‘formasen su opinión’ y se alineasen con los chillidos e improperios de unos u otros untados.
Y esta es la tragedia que pretendíamos señalar. En España hay muchos millones de personas que se revuelven furiosas si la factura de la luz sube con la autorización de un gobierno de la ‘otra cuerda’, pero transigen mohínas si la subida la autoriza un gobierno de la suya. Saben que la naturaleza del robo es la misma, pues su economía familiar lo sufre igualmente; saben que el robo beneficia a los mismos (primeramente, a las compañías eléctricas que hacen su agosto, en segundo lugar a los políticos que lo autorizan, a quienes espera una poltrona en un consejo de administración); pero están dispuestas a exagerar o mitigar su protesta (o incluso a callar resignadamente), según el ‘signo ideológico’ del gobierno que haya autorizado el latrocinio. No nos referimos a unos pocos miles de españoles a sueldo de tal o cual partido, ni siquiera a unas decenas de miles de afiliados que profesan una adhesión ciega al partido de sus entretelas. Hablamos de millones, tal vez de decenas de millones de personas fanatizadas, atiborradas de consignas ideológicas, que han dimitido de la nefasta manía de pensar. Millones de personas con el juicio por completo obnubilado, que han hallado en las carnazas con las que los negociados ideológicos las enviscan y enzarzan entre sí el emblema de su identidad; millones de personas íntimamente devastadas, dispuestas a que las despojen con tal de que el despojo lo perpetren los ‘suyos’.
Y estos millones de personas incapaces de percibir que las ideologías que profesan (en realidad, meros repertorios de consignas diseñados para que sirvan de estímulo gregario) no son sino instrumentos diseñados para dividir los ánimos y enzarzar a las gentes en demogrescas absurdas, mientras sus representantes políticos –lacayos al servicio de la plutocracia– autorizan el latrocinio de sus bienes espirituales y materiales. A plena luz del día, con esa desfachatez que emplean los ladrones cuando su víctima está lela o drogada o ha perdido el oremus.
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