Por Roberto García |
No le vendría mal recibir unas lecciones de Cristina, someterse a un curso elemental de politica. Del enemigo tambien se aprende. Parece un consejo para una Elisa Carrió que insiste en convertirse en una shahid, una voluntaria religiosa envuelta en un cinturón de cartuchos que haga volar por los aires hasta la misma organización que integra: mantiene terca esa vocación suicida por la dinamita que la caracteriza desde el siglo pasado. Amparada, claro, en una bandera que otros no pueden exhibir.
Ahora amenaza explotar a impuros de su cofradía partidaria, aliados como Monzó o Ritondo, entre otros, achicar y dividir la oposicion en lugar de agrandarla. Justo cuando la viuda de Kirchner –tan entusiasta como Lilita para despotricar y discriminar– dictó una maestría para triunfar: supo olvidarse de agravios como en el tango y, para ganar las elecciones, cerró los ojos tragándose un surubí recién sacado del hediondo Río de la Plata. Estómago de hierro para una digestión volcánica de los Massa, Alberto Fernández, Gioja, los Moyano, gobernadores, intendentes bonaerenses... Ninguno recomendado para su salud.
Razonó Cristina: su primera presidencia fue un obsequio del generoso Néstor y, la segunda, parte de la gracia del duelo por la muerte repentina de su esposo (algo semejante a lo que le ocurrió a Carlos Menem luego del fatal episodio de su hijo, un país mortificado por la necrofilia). En cambio, cuando le tocó a ella ordenar la orquesta, borró músicos (Randazzo), cambió la partitura introduciendo consignas restrictivas (“vamos por todo”) y lijó a sus propios candidatos (Scioli, Aníbal Fernandez). Obvio, perdió.
A partir de entonces, sea por reflexión personal o un consejo bienvenido, agrandó la torta, habilitó a los réprobos e impuso el eslogan “conmigo no alcanza”, guardándose la soberbia en sus partes íntimas. Finalmente, la prioridad era alcanzar el poder, teñirlo luego del color que le apetezca y posesionarse de cajas (YPF es un ejemplo, aunque nadie sabe cómo exportarán un litro de petróleo con los embargos que se van a venir) y los nuevos ministros a designar (como Jorge Taiana quizás por Felipe Solá, para reiterar la tercera posición en Davos o viajar en un mismo periplo a Washington y, de ahí, a Beiging, repitiendo la obsoleta monserga de Perón en los 50 que copió de Charles de Gaulle. Como si la estatura de Fernández fuera comparable a La Grandeur: uno trepaba a los dos metros, el otro ni llega al metro setenta).
Lo de Cristina fue al revés del actual operativo Carrió en la coalición, ahora infatuada para segregar pioneros del PRO o adherentes significativos bajo una inspiración típica de la higiene racial: si hay alguno con una gota de peronismo en su cuerpo debe ser apartado.
Aunque tiene odios semejantes, Macri –quien viaja a Qatar a fin de mes por el Mundial de Fútbol– no comparte el método a menos que haya intentos de parricidio. Desde el sur evalúa tres objetivos personales:
1) Volver de algún modo a Boca, tema que lo obsesiona.
2) Participar en la política de Córdoba (por ahora apoya a su ex ministro Santos, de Turismo) hasta como eventual aspirante a la gobernación en el 2023, distrito en el que conserva voluntades numerosas y alguna vez pensó como residencia vacacional hasta que empezó su casa en Cumelen.
3) O su participación en la misma fecha, quizás, como candidato a senador en la Capital Federal a menos que “la patria le demande” un rol mas relevante. El clima patagónico despierta todo tipo de fantasías.
Tampoco se muestra solidaria en la discriminación de Carrió la vacilante María Eugenia Vidal –algo mas rolliza se la vio en Cariló por las vacaciones– y Rodríguez Larreta no sabe ni contesta, ciertos problemas personales por venir lo mantienen absorto. A ver si algún episodio doméstico le altera su plan de vuelo presidencial.
La única que no guarda parsimonia es Patricia Bullrich, una trabajadora social de la política que abrió las afiliaciones, recorre el país, se atreve con declaraciones y se resiste al ocio del veraneo: trata de lograr lo que otros ni le asignan, alguna de las candidaturas principales en el futuro. Otros socios, los radicales, siguen confinados: volverán en febrero, alma de empleado público. Piensan que hay cierta mezquindad en los movimientos de Carrió: creen que sus advertencias sobre traiciones futuras no responden a una transparencia sanguínea, sospechan que la Casandra argentina encierra otro misterio.
Entienden que Lilita juega sus propias fichas internas en ese ejercicio discriminatorio contra Monzó y Ritondo: pretende excluir a esos sectores para repetir a su favor la misma tajada que obtuvo en el último reparto de la coalición, cuando a su núcleo le otorgaron más postulantes de los que había imaginado. Al extremo de que hasta debieron buscar secretarias para incluir en las listas, cubiertas con padrinos y ahijados de las tertulias en Exaltación de la Cruz, recomendados y visitantes.
Pero hoy a Carrió se le vuelve compleja esa tarea para conservar cierto porcentaje en la coalición, disminuyó la estima popular y hay reclamos menos sectarios que piensan más en grande que en pequeño. Al revés de ella, como hizo Cristina para el último comicio. Sin embargo, dará batalla Lilita al igual que la vice, ambas disponen de una filosa palabra y, con sentido inverso, de un recalcitrante núcleo de favoritos, influencers y una notoria desviación de la faena periodística: en el nuevo trasiego de los medios se requiere menos dedicación profesional y mucha más especialización en mercados regulados. Por encontrar una descripción de ese ejercicio, no solo válido en empresas fusionadas del Estado sino también en la política.
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