Por Roberto García |
Para los peronistas de pura sangre, se trata de una apropiación ilícita el robo de identidad partidaria con 75 años de vida por parte de dos figuras del entrismo: Alberto Fernández y Máximo Kirchner, dos socios en la vulgar usurpación. Piensan: justo dos disfrazados cuando no hay Carnaval. Uno, confeso socialdemócrata, va por el sello nacional del PJ, el otro se hará cargo de la marca en el orden provincial por portación de apellido y constituirse único heredero de la dinastía patagónica que supo aprovecharse del tesoro yacente del general Perón, al que curiosamente supo odiar el matrimonio real.
Dolida y quejosa aparece aquella grey de sangre azul justicialista destinada al matadero, telúrica y tradicional que se ampara en la candidez del radical Pugliese cuando se refirió a los mercados: “Les hablé con el corazón, me contestan con el bolsillo”. Ahora, los dos nuevos financistas del PJ también responden con la boletería, la venta de tickets y el sometimiento a sus reglas. Para unos, impotentes, resignados, es un símbolo la toma de títulos y bienes que habrán de escriturar Alberto y Máximo desde la imposicion del Gobierno; en cambio, el dúo okupa expresa su prematuro operativo para disponer de las listas con figuras propias en las elecciones de este año, candidatos a diputados y representantes en los concejos deliberantes que dominen o negocien la administración de cada distrito. Poder. “Vamos por más, vamos por todo”. Se equivocan quienes suponen que poco o nada significa controlar el PJ en la Nación o en la Provincia.Más importante que la preeminencia nacional resulta la jefatura en la provincia de Buenos Aires, el portaviones de Cristina de Kirchner en su proyecto político de señorío. Y de Máximo, quien hasta decidió incorporar como adversaria bonaerense a María Eugenia Vidal, si se presenta, contra un púgil suyo que no dio la talla en su momento: Martín Insaurralde (recordar que Cristina hasta lo llevó de la mano para visitar al Papa, quien entonces no parecía disgustado con los cultores del juego bonaerense). A la ex gobernadora, el hijo de la vicepresidenta pretende convertirla en “la Leona”, apelativo salvaje que ahora no le sienta a la nueva Eloísa del amor, quien alguna vez hizo proselitismo como si fuera la madre Teresa. Para alcanzar su objetivo de jefe peronista, Máximo tuvo que apelar a la asistencia de Alberto, ya que fracasaron sus intentos previos, vía un mensajero como el ministro Wado de Pedro, poco influyente con los caciques distritales. Se consignó ese dato hace veinte días en estas columnas, junto al enojo de los intendentes albertistas que imaginaban su posible reelección en cada municipio para robustecer al Presidente. Pero, en este caso, les falló el presunto beneficiario, Alberto, a quien varios le reprocharon: “Si no querés pelear vos, nosotros solos no podemos”. Y así fue. Ya que concurre en esa decisión de boletería el aporte o subsidios de la Nación que les niegan a unos y facilitan a otros, gobernadores o intendentes, dinero que se reparte según las preferencias del binomio presidencial. En ese plano es efectiva la brutal emisión: no es coparticipable, por lo tanto las entregas dependen de las preferencias del administrador. Billetera mata galán. Y guapos.
El PJ nacional parece una boutique desde que hace años lo pilotea César Gioja, no vende siquiera la marcha, el escudo o las estampitas de Perón y Evita. Ni se sabe de reuniones en ese lugar que alguna vez, con autoridad, estuvieron Isabelita Perón, Antonio Cafiero, Eduardo Menem, aunque el recuerdo más importante le corresponde a otra época, la de Deolindo Bittel en tiempos de los militares, cuando presentó la denuncia por violación a los derechos humanos. Ninguno se disfrazaba de peronista. Y, por supuesto, intervenían en la hechura de listas, como hacía Eduardo Duhalde desapareciendo 48 horas antes de la presentación para no soportar reclamos o algún comedido abogado metalúrgico, quien, pícaro, antes de la hora del cierre, tachó el nombre de un postulante y colocó el suyo para transformarse luego en diputado. Antes se reconocía al PJ como una extensión del mundo trabajador, de la participación femenina. Ahora prevalece la opinión de los grupos sociales, o sectores sostenidos por planes de gobierno. Un cambio obvio, poca inserción industrial y desfile de pedigüeños entusiasmados con los votos de “cuanto peor, mejor”. Parece una revolución. Como parecen peronistas los nuevos jeques del partido.
Cuesta imaginar que la componenda Alberto-Máximo derive en una disminución de tensiones dentro de la sociedad gubernamental. Cristina mantiene su tirria con el mandatario y, aunque le sirvan a su ego las rectificaciones constantes de Alberto, sonríe con la autocrítica pública de su vida pasada y la devoción que dice tener por ella: un travestismo declarativo que culminó hace horas con el cambio de opinión sobre la muerte del fiscal Nisman. Un hombre de mil voces. En esa ruta peculiar tropieza, también, con el otro socio del frente, Sergio Massa. Tal vez, el diputado imagine otras alternativas al seguimiento poco decoroso de Alberto y, este, a su vez, sospeche de los sueños presidenciales del tigrense y se interese por los resultados en las áreas que domina y gestiona a través de terceros, de Aysa a transporte. Hay quienes miran 2023 más que 2021.
La imposición de Máximo genera sospechas en otros rubros: la llegada de mecanismos de intervención del Estado sobre actividades privadas, caso de las exportaciones de maíz, una eventual reforma en salud, la posible nacionalización de la distribución eléctrica, lo que ya ha ocurrido con la aviación. También alguna purga. Aun con esa hegemonía y crecimiento, igual Cristina no resuelve sus problemas familiares en la Justicia y debe suponer que Alberto no usa la lapicera como corresponde. Ni siquiera como estuvo a punto de hacerlo Mauricio Macri cuando un ex compañero de estudios le llevó la idea de indultar a Florencia Kirchner. Al entonces presidente le encantó la idea, inclusive tuvo el visto bueno de Marcos Peña, un ex camarista redactó el decreto y decidieron lanzarlo luego de las PASO. Pero esa hecatombe electoral para Macri también impidió que él mismo, Cristina y su hija Florencia pudieran dormir más tranquilas que hoy.
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