En su ensayo “La idea de Europa” (2005, 2006, 2013) George Steiner señala que una de las marcas de Europa, además de los itinerarios hechos a medida del pie humano y los nombres de escritores, filósofos y artistas en la designación de calles y lugares públicos, es la existencia del café que fue punto de encuentro, lugar de debates, conjuras, acuerdos, charlas, espacio que reunía a artistas y poetas, a filósofos y, muchas veces, a seres extraños, soñadores, incomprendidos y solitarios.
Cafés que se extendían desde Lisboa y Madrid, hasta Roma, París, Praga, Venecia, Milán, Copenhague y Viena. Cafés célebres donde conversaron Freud y alternaron Sartre, Lacan, Lenin, Trotski…
Dice Steiner: “El café es un lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y el cotilleo (…) y para el poeta y el metafísico con su cuaderno.”
Sin embargo el estudioso franco-estadounidense, considera que en América no se dio el café, sino el bar americano, en cuya barra, departían, bebían y ensayaban el arte de la seducción los galanes de los films norteamericanos, más propicios para el alcohol y los encuentros fortuitos, para escuchar música y bailar. Pero, casi como un pecado de leso americanismo, Steiner considera que América está representada solamente por los Estados Unidos y se olvida de la América española y portuguesa. Se olvida de América Latina, y, en especial, de América del Sur, de países como la Argentina, Colombia, Chile, Brasil, Uruguay, donde el café es un lugar social fundamental.
¿Cómo pudo pasar por alto Steiner el mapa de los cafés de la Argentina, por ejemplo, desde el norte al sur, desde el este al oeste? No hay ciudad importante en la Argentina que no posea un café. Buenos Aires, Córdoba, Tucumán, Salta, Jujuy, Mendoza, Rosario, son ciudades repletas de cafés. El café es el lugar del pasatiempo, del descanso, y también del encuentro, de los debates y el trabajo. Es cierto que en la sociedad actual, la aparición de pubs y bares alterna con la costumbre del café, con su magia y su ritual; pero en el imaginario argentino, en su lenguaje, en la vida cotidiana, está presente el café. Decimos y escuchamos: “Vamos, te invito a un café”. O “ Lo charlamos, café por medio”.
Los cafés están en las letras de tango, en la literatura, en la política, en la música. Así, por ejemplo, en “Cafetín de Buenos Aires” escuchamos: “en tu mezcla milagrosa/ de sabihondos y suicidas/ yo aprendí filosofía, dados, timba y la poesía cruel…”
El grupo de los poetas y artistas de Florida (en alusión a la calle Florida de Buenos Aires) solía reunirse en el famoso Café Richmond (ahora cerrado) de esa otrora elegante calle porteña. Esos antiguos sillones de cuero y las lámparas de bronce vieron pasar por sus salones a Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, Jorge Guillermo Borges, Guillermo Juan Borges, Norah Borges, Nicolás Olivari, Roberto Mariani, Ezequiel Martínez Estrada, Leopoldo Marechal, Oliverio Girondo, Norah Lange, a la gente del círculo de Editorial Sur: Victoria Ocampo, Silvina Ocampo, Elvira Orphée, Bioy Casares, Manuel Mujica Láinez, Eduardo Mallea, Ernesto Sábato y tantos otros.
Eva Duarte, cuando llegó a Buenos Aires y comenzó su carrera de actriz, iba a los cafés “ La Estrella” en Maipú y Lavalle (existe todavía) o a “El Mundial” en Avenida de Mayo.
Otros cafés célebres en la vida social y cultural de Buenos Aires son el “Tortoni” (reminiscencia del Tortoni de París que descubrimos en Proust) y “El Molino”, el “London” y “Los 36 Villares” a donde concurría Federico García Lorca cuando estuvo en Buenos Aires. Algunos se tornaron también confiterías, con salones de té, más acorde con el gusto inglés. Alfonsina Storni solía asistir al “Tortoni”. En el “ Café del Gas” ya desaparecido comienza el famoso cuento “La noche de los dones” de Jorge Luis Borges, en el “Café London” comienza la novela “Los Premios” de Julio Cortázar, amante de los cafés en Buenos Aires, en Roma, en París… Es inseparable la vida intelectual y artística porteña, por ejemplo, del café “La Paz” en la calle Corrientes, o de la confitería “La Opera” en Corrientes y Callao.
Los cafés de Madrid evocan las vanguardias artísticas, y antes, en el siglo XIX, los de Cádiz, los cafés de las logias, remiten a los insurgentes y revolucionarios. San Martín era un amante de los cafés.
Los poetas ultraístas se reunían en el Café Colonial de Madrid, en donde todavía resonaban las voces de Miguel de Unamuno, Azorín y Rubén Darío. Los famosos Cafés “ Gijón”, El Comercial” o” El Pombo”, evocan las tertulias de Ramón Gómez de la Serna, Gerardo Diego, Camilo José Cela o del célebre maestro del joven Borges, Rafael Cansinos Assens.
Cafés míticos como el “Fiori” de Venecia adonde asistía Casanova o el “Café de Flore”, en París, en el cual se daba cita la intelectualidad francesa en torno de Sartre y Simone de Beauvoir y que luego de la segunda guerra recibía en sus pequeñas mesas a escritores como Hemingway, Truman Capote y Marguerite Duras.
El escritor Néstor Saavedra, traza en sus novelas el mapa de los cafés de Salta entre 1930 y 1980. Se mencionan así al “Globo”, a “La City”, al “Nipon”, al “Roma”, a la confitería ”Ritz”, al “Hotel Salta”, y otros, que contribuían a conformar una ciudad menos atávica y más universal y cosmopolita. Durante la década del 70, los jóvenes intelectuales, políticos y artistas se reunían en el “Victoria Plaza”, o en el café de “La Peña” o “El Regidor”, todos en torno de la Plaza 9 de Julio. Estos ámbitos recordaban otros cafés de otras ciudades argentinas, como “La Cosechera” de Tucumán, espacio emblemático de discusiones políticas, literarias y psicoanalíticas.
“ La idea de Europa” lleva un prólogo de Mario Vargas Llosa, que comparte lo que dice el teórico, aunque difiere de él ya que Steiner asegura que en la actualidad el mercado ha invadido la producción cultural actual mientras que Vargas Llosa no acepta esta idea . Creemos que Steiner en este punto posee toda la razón: el mercado ha invadido no solamente la recepción del arte sino su producción aunque felizmente aún quedan desadaptados e ilusos que escriben, pintan, componen música, bailan, interpretan sin interés por lo económico, simplemente por un placer que conlleva el displacer y muchas veces el sufrimiento ( Barthes). Dispuestos a ir más allá, a donde la necesidad (el fantasma) del arte los lleve.
Podemos concluir: Steiner recorta desde una mirada centralista y hegemónica la historia de Europa, y no advierte lo que de Europa posee América Latina, en especial, la Argentina, con sus cafés, que, en la actualidad, superan en gran medida a los de Europa.
Conversar mientras tomamos un café, reunirnos y darnos cita para acordar, discutir, leer los diarios y periódicos, arreglar cuestiones, es una costumbre tan nuestra, tan argentina, que el café parece inseparable de los hábitos de nuestro país, acá, en el sur del continente, un hábito que en estos momentos de pandemia mundial se ha puesto en paréntesis. Ojalá pronto podamos recuperarlo.
(*) Escritora. Premio Casa de las Américas de Cuba de Novela 1993. Premio Novelas Ejemplares, Universidad Castilla La Mancha y Editorial Verbum, Madrid, 2020.
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