Máximo Kirchner |
Por Sergio Suppo
Parece cuento, pero el movimiento nacional y popular del fin del mundo empezó a recrear una historia clásica de las historias de las monarquías del pasado. Es transparente que Cristina Kirchner adelantó su herencia en beneficio de su hijo Máximo sin soltar el mando.
Está menos claro, sin embargo, el efecto que provocará en el esquema de poder el intento de cancelación del futuro del presidente Alberto Fernández y el precipitado lanzamiento de la postulación del hijo de la vicepresidenta.
Siempre fue inquietante el destino de los príncipes herederos, chicas y muchachos que esperan sentados el poder que tienen la madre o el padre. La historia relata usos y costumbres de dramas con traumas sin remedio. Separaciones que duran años, residencias alejadas de la sede del poder, maestros que forman al futuro monarca, espías que cuidan que el heredero no conspire para llegar antes de tiempo, muertes misteriosas. Hay de todo, menos la necesidad de que el heredero demuestre su capacidad; en este caso el poder se recibe por vía sanguínea.
La conversión de Máximo en presidenciable es menos glamorosa que en las dinastías palaciegas. El delfín santacruceño nunca estuvo quieto ni separado de su madre, salvo en sus primeros años, cuando el padre intendente y luego gobernador se encargó de él mientras Cristina actuaba en Buenos Aires como legisladora.
Ser jefe de La Cámpora fue su punto de partida. Su grupo es, dentro del peronismo, el que tiene un proyecto más claro para quedarse con todo. El testamento de Cristina es la pieza esencial de una construcción que no se agota en esa transferencia.
Ahora la madre impulsa a Máximo a tomar en su nombre el control del conurbano. Es la forma de tener la carta de mayor valor político cuando llegue la hora de repartir el poder que viene, luego del interinato táctico de Alberto Fernández. Es por eso que Máximo ocupará la presidencia del peronismo bonaerense, anticipando un año la salida de los también jóvenes barones del gran Buenos Aires que la ocupaban.
El mandato para Máximo por ahora se recorta a tener el control directo y sin intermediarios de la clientela que Cristina tiene como formidable base de sustentación. La vicepresidenta reina entre los sectores más marginados y numerosos del conurbano.
El abismo social en el que cayó el modelo productivo desde hace medio siglo ya acumula más de dos generaciones con problemas irreparables de empleo, una educación pésima, una salud precaria y una creciente dependencia del Estado en todas sus formas.
Esas barriadas multitudinarias expresan mejor que nada la decadencia de un país que supo dar empleo genuino a los abuelos de estos millones de argentinos que perdieron la cultura del trabajo a fuerza de no tenerlo o de contarlo en forma precaria. El kirchnerismo llegó a esos lugares para instalar un modelo de sustitución del trabajo por el de un paquete integrado de ayuda de subsistencia que a la vez vuelve imposible la idea de progresar.
En el fondo, se trata de administrar la resignación de millones de marginados para valerse de ellos. Mientras siembran el resentimiento a la "opulencia porteña", madre y ahora hijo representan el bolsón de alimentos, el plan social y hasta los servicios de telefonía e Internet casi gratuitos y el regreso del fútbol gratis. Es la idea inoculada desde arriba de que solo Cristina y ahora Máximo pueden repartir todo desde el Estado.
Persiste una despreciativa tendencia a confundir a las víctimas con los victimarios. Una cosa son los millones de pobres y otra, distinta, los que los perpetúan en esa condición para usarlos como rehenes políticos.
Máximo llega para ponerse por encima, no al frente de la vieja estructura del peronismo bonaerense, cuyos principales dirigentes terminarán más resignados que opuestos al avance de una nueva generación señalada desde el trono de Cristina. Es un mensaje que debilita al Presidente (será un simbólico jefe del PJ nacional), pero también un disparo al corazón del proyecto de Sergio Massa, cuya estructura se asienta en los alrededores de la ciudad de Buenos Aires.
Con semejante punto de partida, lo que viene para Cristina y su hijo es ir por los viejos sindicalistas y por los señores feudales del interior. Aunque tal vez no sea necesario ir por ellos. Es posible que vayan solos a inclinarse ante el nuevo heredero del reino.
© La Nación
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