Por Marcos Novaro |
En nuestra siempre creativa cultura de izquierda se debatió mucho hace algunos años sobre las vías hacia el socialismo: la armada, la pacífica y electoral, y dentro de la primera, la foquista, la de los frentes antimperialistas, etc. Ahora apareció una nueva: la vía penitenciaria.
Nunca como en estos días ha quedado a la vista la enorme diferencia que existió siempre entre el kirchnerismo y el chavismo, en particular, las diferencias entre sus líderes, por caso, Cristina y Chávez.
Este se enamoró en serio de las ideas y prácticas del socialismo castrista, y en el camino para emularlo, él y sus amigos se dedicaron, entre otras cosas, a robar. Ella, en cambio, si termina siempre radicalizándose, y hasta coquetea con variantes autoritarias y anticapitalistas, es principalmente por problemas de coyuntura: para remover obstáculos que circunstancialmente le impiden lograr sus deseos, lo que ha consistido, en muchos casos, simplemente en desmentir las acusaciones de que, junto a sus familiares y socios, se ha dedicado a robar.Está claro como el agua en su última carta desde el más allá. Un peculiar método de aprietes públicos con los que nos ilustra sobre quién manda y también de quién son los errores y flojeras. En la última entrega de esa saga se dedica justamente a pavimentar esa vía penitenciaria al socialismo. Justificando la radicalización por sus exclusivas conveniencias judiciales: ¡Vamos por todo!, de nuevo, contra la Corte y la Constitución, pero no por un ansia de justicia social, por rechazo al capitalismo o a la democracia liberal, simplemente vamos por todo para borrar del mapa una decena de expedientes. Después, quién te dice, hasta por ahí querrá volver a la “normalidad”. Si es que quedó algo de ella.
Que Alberto y sus funcionarios van a colaborar en esta patriada ya no queda ninguna duda. Que al resto del peronismo le resulta de momento conveniente hacer lo mismo, o silbar bajito, es también evidente: hay menos resistencias allí que en 2008 o 2013, ante lances anticonstitucionales más graves de los que entonces se les ocurrieron a los cráneos del kirchnerismo. Lo que no está muy claro es lo que pueden o deben hacer los demás, para impedir que esos lances prosperen.
Y este desacuerdo parece fundarse en diferencias de diagnóstico, que conviene atender, porque en cómo se resuelva, si se resuelve, ese desacuerdo puede jugarse buena parte de nuestro destino.
Para una parte de la oposición, que no tiene sentido llamar dura ni blanda, porque su rasgo distintivo es el optimismo, y que hoy expresa fundamentalmente Lilita Carrió, Cristina va a agotar sus energías dándose de cabeza contra las sólidas barreras institucionales que se levantan contra sus deseos, así que no hay que desesperarse ni exagerar, más bien de lo que se trata es de saber esperar. Y no abandonar por ningún motivo la calma ni el centro político, ofreciendo en todo momento la mano tendida a los peronistas no fanatizados, incluido el propio presidente. No porque se crea demasiado en sus lamentos por los “excesos” a los que los somete la jefa, sino porque hay que atender a sus votantes, y robárselos, trabajando sobre las contradicciones de un gobierno que, en verdad, no tiene la menor idea de para dónde quiere ir en ningún tema de la agenda. La idea de respaldar a Daniel Rafecas para la Procuración tiene esa lógica. Suena a defender a Alberto, porque Alberto no se defiende a sí mismo. Lo que puede resultar inconducente, aunque sin duda es un gesto noble y republicano.
Para otro sector de la oposición no conviene subestimar la capacidad de Cristina y su gente de empujar el carro del gobierno en la dirección que desean, e ir llevándose puestas las instituciones que se les opongan, de menor a mayor. La única forma de frenarlos, según esta opinión, sería movilización y lucha, en las calles y en esas mismas instituciones, para lo cual conviene hilvanar todas las demandas y voluntades posibles en un solo conflicto: este país será de ellos o nuestro, no hay término medio que valga, porque todos van a jugar quieran o no, como dijera Perón, ese partido de campeonato.
Unos cuantos blandos se han ido endureciendo, con esta idea en mente, simplemente porque se fueron alarmando más y más. Y lo que más los sumió en el pesimismo no fueron los avances sobre la Justicia, sino la quita de fondos a la ciudad. Un golpe al bolsillo que, he aquí un problema difícil de resolver para estos alarmistas, encima contó con la colaboración, o al menos la indiferencia, de gobernadores y senadores de Juntos por el Cambio.
Como sea, esta posición se hace fuerte en torno a un argumento práctico difícil de refutar: si la oposición no da la alarma tal vez el oficialismo no consiga su mayor deseo, liquidar la Constitución que nos rige, pero sí va a alcanzarle para imponer su voluntad en muchos asuntos “menores”. Por ejemplo, esa disputa por la coparticipación. Por ejemplo, la remoción de jueces y la anulación de causas. Luego también, podría suceder, cambios controvertidos en las reglas electorales. ¿Por qué los jueces de la Corte, o cualquier otro juez, van a estar dispuestos a chocar con los deseos del Ejecutivo y de la mayoría del Senado, si la oposición los deja a su merced?
Para otros, finalmente, no conviene comprarse, ni menos dejarse absorber por, la agenda de conflictos de Cristina. Y conviene atender menos a lo que ella hace y dice, y más a lo que dicen y necesitan los votantes que pueden disputársele. Que están, casi todos, en el conurbano bonaerense.
Allí está su principal fuente de poder y también su talón de Aquiles porque, a diferencia de otros cotos de caza del peronismo territorial, es un espacio de tranqueras abiertas, donde muchos votantes van y vienen. ¿Siguiendo qué señales? ¿El avance o retroceso de las causas de corrupción, la suerte de la Corte? No: según cómo estén de techo, comida y seguridad.
Para esta opinión el desafío no es tanto derrotar a Alberto, o al peronismo del interior, como a Cristina y Máximo en su territorio. Si se lograse, cambiaría la relación de fuerzas entre oficialismo y oposición, y a la vez dentro mismo del oficialismo, y la moderación y la cooperación tal vez tendrían una nueva oportunidad, después de las legislativas.
Para lograrlo, sería importante mostrar logros en la ciudad, mantener en condiciones su policía, completar la relocalización de la villa 31, pese a los recortes, ese tipo de costas. Y también ampliar lo más posible la oferta de candidatos bonaerenses. Este último es un desafío particularmente complejo: ¿se podría sumar tanto a peronistas desencantados como a Margarita Stolbizer y Ricardo López Murphy?, ¿resultaría de esa operación un frente coherente, contra una amenaza que lo justifica, o una bolsa de gatos que igual perdería apoyos hacia la izquierda y la derecha?
Como se ve, son muchos los dilemas que tienen que resolver las fuerzas de oposición. Y aunque las distintas estrategias que hasta aquí pueden observarse en ella no necesariamente se contrapongan, hay caminos que, una vez iniciados, difícilmente ayuden a alcanzar los objetivos que algunas de sus expresiones pretenden priorizar.
El punto de partida es, de todos modos, infinitamente mejor que 10 o 15 años atrás, cuando padecía una pavorosa y crónica fragmentación. Aunque eso tiene su contracara: en ese entonces también el peronismo estaba mucho más dividido que ahora. Una diferencia, que, para las chances de arrebatarle la mayoría en la provincia de Buenos Aires, o de frenar proyectos oficiales en el Congreso, va a seguir siendo decisiva.
© TN
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