Por Pablo Mendelevich |
Robert Hooke, quien mantuvo ásperas disputas con su contemporáneo Isaac Newton sobre la luz y la gravitación, fue quien formuló la ley de elasticidad. La ley de Hooke describe cómo un cuerpo elástico se estira de manera proporcional a la fuerza que se ejerce sobre él. Esto permitió inventar el resorte helicoidal. Y también el Movimiento Peronista.
Los resortes con memoria cambian de forma cuando, de manera imperceptible, sus átomos se reconfiguran. Asombroso pero cierto.
No otra cosa es lo que sucede con los peronistas desencantados: tarde o temprano vuelven a su forma original, sea para quedarse, para una elección, una ayuda, un cargo o, tal vez, de visita. Hay excepciones como en toda regla, pero lo normal en el cosmos peronista es volver -verbo societario por antonomasia- aun después de manifestar emancipación, insumisión, iracundia, ruptura, después de dar un portazo, de alejarse, de marcharse silbando bajito a otra parte: el apego primitivo manda, al peronismo siempre se vuelve. Acontecimiento, eso sí, que invariablemente exige un paso previo, como reflexionaba "Carlitos" dialogando con "Carlitos" en un viejo show de Les Luthiers: "estaba pensando que si no me hubiera ido, hoy no podría volver".
El contador Juan Schiaretti, que es el gobernador de la provincia antikirchnerista más grande del país, acaba de convertirse en un nuevo exponente de este fenómeno de elasticidad política que a Hooke tal vez le habría encantado investigar. En términos de la democracia argentina no es un detalle ornamental sino una clave determinante de la conformación de las mayorías, heterogeneidad conducida en el peronismo por dirigentes que ayer nomás se trataban entre sí de traidores, sin ir más lejos la vicepresidenta y su compañero de fórmula indultado. Es bien sabido que la alianza que hoy gobierna incluye al presidente de la Cámara de Diputados, otro ex "traidor", casi el verdugo electoral de Cristina Kirchner en 2013. Irse y volver está estrechamente relacionado con la fragilidad del sistema de partidos, en el que hasta funciona un mercado de alquiler. No hace falta retrotraerse a la época en la que la senadora Cristina Kirchner formó su propio bloque individual blandiendo principios.
En apenas 48 horas "el Gringo", como la llaman, hizo doblete. El domingo fue el factótum de la alianza del peronismo con un minoritario kirchnerismo local que le permitió al gobierno nacional patrocinar y festejar el triunfo en Río Cuarto en la única elección importante del pandémico 2020. Al día siguiente le dio al oficialismo los votos necesarios en la Cámara de Diputados para desfinanciar a la ciudad de Buenos Aires, de acuerdo con el plan ideado por Cristina Kirchner, vecina de Barrio Norte que descubrió la "opulencia" porteña. Se estima que Córdoba tiene una deuda del orden de 2200 millones de dólares, con una recaudación adelgazada y una Caja de Jubilaciones muy comprometida.
En otras palabras, el único gobernador peronista rebelde que había en el horizonte resultó ser lo contrario, un Mesías del pero-kirchnerismo. Schiaretti salvó el suceso electoral del año preelectoral y habilitó con calzador (justo, ni uno más, los 129 votos necesarios) para que se consumara la maniobra política más vil de esta temporada de los Fernández, consistente en sacarle fondos a la ciudad para dárselos a Axel Kiciloff. Hay que reconocerles a los Fernández su ola de transparencia: no disimulan que lo importante es acabar con Rodríguez Larreta.
Acunado en su juventud por el Cordobazo, Schiaretti viene del peronismo de izquierda. O mejor dicho venía del peronismo de izquierda cuando llegó en los noventa al equipo del también cordobés Domingo Cavallo. Menem lo hizo (sic) primero secretario de Industria. En 1993, para superar el Santiagueñazo lo nombró interventor federal en Santiago del Estero, tarea que concluyó en 1995 cuando fue repuesto el feudalismo de Carlos Juárez. Tres veces diputado nacional, tras alternarse hasta 2015 con José Manuel de la Sota es gobernador también por tercera vez.
Con su personalidad autónoma, Córdoba, la provincia en la que los gobiernos sabattinistas se diferenciaron del país del fraude, donde se iniciaron la Reforma Universitaria o la caída de Onganía y también la Revolución Libertadora, siempre fue un hueso duro de roer para los Kirchner. De allí que Schiaretti se esfuerza por aparecer ante su electorado, al que no le disgustaba su acercamiento con el presidente Macri, como distante del Frente de Todos. Que en realidad en 2019 debió llamarse Frente de todos menos Schiaretti.
Pero después de darle al gobierno nacional dos inmensos trofeos consecutivos -la alianza ganadora con el kirchnerismo en Río Cuarto y la ley antiRodríguez Larreta- a Schiaretti tal vez ya no le alcance con no firmar solicitadas para convencer a los cordobeses de que no se volvió pero-kirchnerista. En el mundo político todos leyeron como un valiente gesto de autonomía su decisión de ser el único gobernador peronista que no firmaba las solicitadas en apoyo del porteño antiporteño Alberto Fernández, un celofán federal para envolver la movida contra Rodríguez Larreta.
Según fuentes cercanas al Gobierno de la Ciudad, Rodríguez Larreta habló por teléfono con Schiaretti más de una vez en los últimos días. El gobernador siempre le habría dicho que sus diputados no iban a dar quórum y que en caso de que el oficialismo lograra el quórum votarían en contra de la ley. Lo contrario de lo que sucedió en ambas instancias.
Durante la larga noche parlamentaria los cuatro diputados de Schiaretti (Alejandra Vigo, esposa del gobernador, Carlos Gutiérrez, Claudia Martínez y Pablo Cassinerio) negociaron retoques al proyecto, más destinados a darles a ellos un argumento delante de las cámaras que a aliviar la exacción que igual bendijeron. Nadie cree seriamente que abrir una instancia de negociación de sesenta días con el distrito al que se le sacan miles de millones de pesos sea un acto de justicia si la última palabra la tiene el gobierno nacional. Es el modelo Vicentin: primero te expropio y después te invito a Casa de Gobierno para que me digas qué sentís o si querés expresar algo.
Por supuesto que es natural que los diputados apoyen algunas medidas del gobierno y estén en desacuerdo con otras. Eso es lo que venía diciendo que hacía este bloque cordobés. ¿Qué es entonces lo nuevo? Que ahora se trata de una ley que ostensiblemente consagra un estilo de gobierno avasallador, el de la subordinación de las instituciones al imperio del grupo que circunstancialmente controla la mayoría (por lo visto en forma muy ajustada) y que busca dejar fuera de juego al principal rival político. Un reconocimiento que merodeó en la intervención parlamentaria de Máximo Kirchner.
Es notorio que la ley anti Rodríguez Larreta, que le fue presentada al público bajo la noble causa de aumentarles los ingresos a los policías bonaerenses, en realidad está pensada en el marco de la estrategia electoral de 2021. Esa estrategia tiene tres ejes: unidad peronista, dispersión opositora y mística triunfal. Contando las elecciones de Río Cuarto, Schiaretti acaba de aportar a las tres juntas. Un compañero oportuno.
© La Nación
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