Por Carlos Ares (*) |
No se ve un alma acá ¿Podrías arrastrarte un poquito? Como para que se note que estás vivo. No me da la luz. Sale un revuelto de sombras, algo fantasmal, informe. Como una montaña de bolsas de residuos que se mueven. Hacé una cosa, un último esfuerzo, tratá de encimarte sobre el cuerpo de los otros ¿Podés alzar un poco la cabeza? Es un minuto, no más. Necesito video, o foto al menos. Hay que ilustrar con seres humanos para entender de qué están hablando cuando muestran las filminas, los cuadros estadísticos de la pobreza acumulada.
Esa línea de la economía que desciende en picada indica cómo nos estamos yendo a la mierda. Pero no es lo mismo. Una cosa es dibujar, colocar una flechita orientada hacia abajo, con una inscripción que diga: “Fondo de pozo”. Otra, es acompañarla con una imagen clara, bien gráfica, de cómo es la agonía en el día a día. Por sí solos, los números abruman, espantan. Millones de pobres, de desocupados, pero hay que verlos, contarlos de a uno. Costo de vida, tiran ¿De qué vida? ¿Cómo saben ellos lo que cuesta una vida?
Manipulan la data. Sus grandes éxitos. El drama de siempre que representan a pedido del público ¿Querés inflación baja? Te la bajamos hasta que aumente. ¿Querés menos muertos por desnutrición? Te los enterramos por causas naturales ¿No querés pagar las deudas? Te las pateamos hasta que te hagamos llorar miseria de nuevo. ¿Querés echarle la culpa a otro? Elegí. Persona o colectivo social. Macri o la oligarquía, Trump o el imperialismo, Bolsonaro o el neoliberalismo, el campo o la ciudad opulenta. Te recomiendo: “la culpa es de la derecha”. Un genérico que abrocha a mansalva opositores, clase media, cualquiera que proteste, más cualquier gil en general que se asome a respirar. Ojo, no confundir con “Pueblo”. Pueblo sos vos, que estás ahí por suerte, protegido, calentito, en el fondo del pozo.
Si querés putear, puteá. Nadie te escucha, pero algo alivia. Funciona como descarga. Desinflama los bajos instintos. Te hace escupir esa espuma de rabia que te llena la boca. El insulto no se piensa, no se programa. Por ejemplo: escuchás decir a uno que “no hay argentinos con hambre”, que “el saldo de este año es muy positivo”, que la gestión de la pandemia fue “exitosa”, ¿qué hacés? ¿Te vas a poner a discutir con el mitómano de la pantalla? ¿Le vas a mostrar el archivo de videos de Youtube con todo lo que dijo antes como evidencia incontestable? ¿Te parece que le importa? Mejor sale corta, rápida, furiosa, una sonora puteada, y a otra cosa. Sacarte del pozo no te saca, pero baja un poco la presión.
Aparece uno forrado en campera de cuero, grasa, guita, que habla en nombre de los trabajadores rodeado de matones, ¿qué le vas a decir? La puteada acorta el trámite. Una sola, rotunda, categórica, bien dicha, abarca desde criminales hasta cómplices. Queda también, como último recurso, la querida, entrañable reacción, de mandar todo a la concha de su madre. Esa madre metafísica de la indignación de los comunes frente a los poderosos. Un amor incondicional.
¿Incluís a Dios y María Santísima? Esa es una opción premium. Un Upgrade. Otro nivel al mismo costo. Suena más pesada, fuerte, contundente. Los chupacirios, con perdón de Jessica, protestan, pero al final arreglan. Encubren curas pedófilos, resisten el divorcio, el matrimonio igualitario, el aborto legal, todo aquello que les haga perder el control sobre la vida ajena, pero si las decisiones no les tocan los bienes terrenales, subsidios, diezmos, propiedades, negocios, de última perdonan.
No sin antes advertir, por las dudas, que Dios te va a castigar. Como si ahora nos estuviera premiando. Amenazan de jodidos que son. Le adjudican la crueldad a un viejo que se jubiló hace mil años, cuando la Tierra era el centro del universo. En realidad, es cosa de ellos. Del santo bagre de la pollera blanca, de los muchachos de negro, de los que enganchan inocentes con el relato sobre el más allá para que se distraigan sin reclamar por el infierno de más acá.
Bienaventurados los pobres que esperan en la cola infinita para entrar al reino de los cielos ¿Se escucha allá en el fondo esa plegaria? Puta, no se ve un alma acá.
(*) Periodista
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