Por Roberto García |
Justo cuando habia que iluminar, se oscurece. Quizás dure menos que los cortes de Edenor, pero el obligado retiro de Luis Kreckler como embajador en China constituye un apagón ante anuncios inminentes sobre la llegada al país de una millonada de vacunas de esa tierra. Como si no hubiera habido penumbras con los primeros antídotos que se importaron de Rusia y empiezan a inocularse esta semana.
Una parodia de la politica sanitaria, ni planeada siquiera. Algo no “funciona”, diría Cristina, si es que vuelve a escribir una carta y a pesar del aspaviento que el gobierno Fernández habrá de realizar considerando las compras como una epopeya. Claro, ignora el mercado. Aunque, en esta oportunidad, tampoco ella sale indemne de la confusa salida del diplomático en Oriente: 1) es alguien que la propia vicepresidenta designó hace pocos meses y 2) el reemplazo proviene del corazón de su familia, el hermano del padre de su nieta Helena, Sabino Vaca Narvaja. En rigor, más que una sucesión se consagra el fin de un reparto: el nuevo funcionario compartía la responsabilidad con Kreckler, había un doble comando en esa sede. No se conocen casos previos de dos embajadores simultáneos. Disparate.
Múltiple. Alguien mintió sobre la jubilación prematura del diplomático apartado: la cancillería de Solá, que justificó el despido porque no le enviaba información sobre las tratativas con un laboratorio chino, o Kreckler, que jura haber enviado a su jefe once cables. Con esos datos, nadie puede creer que se expulse al embajador en ese destino clave por la miseria de una discusión entre egos, el del canciller y el de su representante. Demasiado nimios los personajes, más cuando la responsabilidad de las relaciones con China (tambien con Cuba y Rusia), se dice que se las reservó la propia vicepresidenta. Inclusive, le atribuyen esa inédita disposición de conservar a un pariente con el mismo rango del que figuraba como responsable. Pero esa anomalía política, al parecer, podría ser una conclusión falsa. A ella no le gustó la medida, se indigestó con la cesantía al embajador y considera el hecho como una “verguenza ajena”. Hasta podría pensar que ha sido un ataque a su persona, ya que Kreckler siempre le ha respondido a pie juntillas desde que se conocieron cuando él era cónsul en California y ella, de visita, se encantó con ese personaje siempre tostado, apuesto, con llamativos pañuelos amarillos en el saco azul y, sobre todo, con una notable habilidad para moverse en todos los terrenos. Así fue ascendiendo. Ella siempre lo cobijó y antes de que lo designen en China vino a Buenos Aires desde Ginebra para verla un par de veces y lograr su consentimiento para el traslado. Tal vez alguien piense que el dúo Alberto-Felipe Solá decidió sacarse de encima a un eventual reemplazante del ministro, cuya cabeza nunca parece acomodada por una sucesión de dislates propios. Hasta se sintió Solá un personaje del 900, un guapo de Eichelbaum, al ser el primero en replicar a Cristina por sus criticas -“tengo un laburo, me gustaría otro pero no tengo tiempo”, dijo. Inesperada declaración en quien dijo que “en la politica argentina siempre hay que hacerse el boludo”. Si uno asocia esa rebeldía del adulto mayor con el acceso del nuevo ocupante Vaca Narvaja, quien en Beijing presumía de un mensaje del Presidente en el que le confía ser “mi verdadero embajador”, quizás acepte que el mundo de Cristina es mas frágil de lo imaginado.
Este episodio se suma a la encendida grieta en la interna del binomio presidencial. Por un lado, Cristina se revuelve: le escribió mas de una carta pública a Alberto con reproches, se impuso no saludarlo ni hablarle, utilizó un acto presidencial para criticar su gestión y, sin embargo, no obtuvo respuestas concretas. Por ahora, Alberto no cambia a nadie ni altera su política (por ejemplo, en el frente judicial). Dijo que iba a hacer modificaciones, pero no las hace y, ahora, ensaya una contraofensiva. A nadie le gusta que lo califiquen de títere. Ese despertar tardío se advirtió hace pocos días, en El Mangrullo, al reunirse con algunos colaboradores (entre ellos Juan Pablo Biondi, uno de los más notorios, orgulloso de no haber aplaudido a Cristina cuando ella fustigó a su jefe y a él mismo por la pésima comunicación del gobierno), encuentro en el que a voz en cuello decidió “resistir” como si se tratara de defender Madrid en la Guerra Civil, “seguir mi ruta, hacer mi propio camino”, desligarse de temas como “la causa de los cuadernos” y, de paso, invitar a un asado 48 horas después a todo su gabinete para ratificar a sus integrantes y reclamarles que pongan el cuerpo. Así fue. Felipe largó en primera línea, lo continuó Cafiero, Katopodis, Losardo, siguen los nombres. Para su entorno, claudicar entregando cercanos significa que, luego,“vendrán por mí”, una frase con la que se solazan intendentes y gobernadores (tambien convocados a la “privatización” del jefe de Estado).
Sobre Cristina pesa otra frase: los desaciertos de Alberto, si no marca diferencias, tambien irán a su cuenta personal. Y no desea soportar esa deuda. Mucho más desde que se anotició de un anexo de ocho puntos al Prespuesto que se aprobó con alegria en Diputados -curiosamente no llegó luego al Senado-, cargado de suspicacias por componendas entre el oficialismo y la oposición, con ventajas para Socios de Macri o facilidades en el área energética (se habló de un costo de 28 mil millones cuando a ella le indican que esa cifra es largamente superior a los cien mil en un solo rubro). Ni que en la Cámara Baja se trafiquen enjuagues como en el Consejo de la Magistratura. Ese anexo está cargado de nombres y apellidos y parece que Cristina en un estallido de ira le reclamó a Alberto que lo vete. El Presidente insiste en que en su administración no se convalidan irregularidades, como dice que nunca las hubo en tiempos de Néstor Kirchner. Mientras, la gente se angustia por las vacunas y la militancia se entretiene quitando la estatua de Julio Argentino Roca o eliminando de un edificio una frase de Jorge Luis Borges que, de haber sido kirchnerista, hoy seria un emblema de esa agrupación.
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