Por Carlos Ares (*) |
Releía ¿Acaso no matan a los caballos?, novela de Horace McCoy escrita en 1935, años de “la gran depresión” que sucedió a la crisis del 30. Un clásico del llamado género negro. Es una historia muy triste. En estos días pega aún más donde ya duele mucho. Necesitado de un poco de aire, cerré el libro, dejé un dedo de la mano entre las páginas. Con la otra consumí unas líneas de títulos en el móvil. “En Argentina no hay espacio para un ajuste”, dijo el jefe de Gabinete, otro Cafiero.
Sonreí.
Cómo les va a temblar la mandíbula a los del FMI cuando lean esto, pensé. El libro seguía ahí, con la tapa vuelta hacia mí. ¿Acaso no ajustan a los jubilados, Santi?
Ya habíamos tenido desencuentros a distancia. Es decir: él hablaba, yo escuchaba. Te habrá pasado eso de contestar a las voces de la tele, la radio, como si del otro lado pudieran oírte. Es una reacción en defensa propia.
Cuando estás hasta los huevos de salir a hacer malabarismo en las esquinas para conseguir una moneda, puteás al que se te cruza. Te volvés un poquito intolerante con las cosas que dicen quienes no tienen que preocuparse a fin de mes. No es que ya no te comas ninguna, pero al menos tratás de devolver las que se puedan.
La anterior que recuerdo de Cafiero fue cuando le escuché atribuir a “la derecha” las protestas. “No son el pueblo”, “no son la gente”, dijo también. En modo perplejo, le pregunté: ¿Vos decís, Santi? Este pibe me confunde, pensé. Familia alta lata de conserva en San Isidro, tradicionales vividores del Estado, cercanos al Opus, muy chupacirios –con perdón de Jessica–, educación privada para todes. Vento en el grilo, viento en la camiseta, tecno, conectado, pertenece a una generación que ya tendría que ir vaciando su mochila de prejuicios. ¿De qué derecha hablás, Santi?
Caliente, como si me lo fuera a encontrar en hora pico por los andenes que combinan las líneas C, B y D del subte, cuando arriba hace cuarenta grados y abajo sesenta por los ventiladores que remueven el aire viciado, me hice una nota mental de hechos y nombres para revisar al paso con él. Chivando fastidio, le iba a decir: “Qué alegría encontrarte acá, Santi, cargando la SUBE. Aprovecho para hacerte una consulta: Cuando hablás de la derecha, ¿a qué/quién te referís? Porque, fijate, mirá, acá tengo una tira de tipos a tu supuesta izquierda que por ahí se te colaron sin que te enteres.
No te voy a hacer una revisión histórica.
Nada de recordar al coronel golpista, al admirador de Mussolini que encubría nazis, perseguía opositores, artistas, metía en cana a militantes de izquierda, como Osvaldo Pugliese. Nada de volver a releer los terribles discursos machistas de la Santa, nada. Nada, al cabo, del comisario López Rega, secretario privado del general que organizó la Triple A. Nada de fascistas declarados como Ottalagano, rector de la UBA Ni hablar de los desaparecidos durante el gobierno de Isabel, los montos que negociaron con Massera. Nada de que el peronismo no integró la Conadep. Nada de los indultos. Doy por hecho que sabés de qué estamos hablando. El abuelo Antonio habrá sido fiel a la historia. ¿O la reescribió y te la relató como un cuento?
“Repasemos algunos nombres que tenés a tu derecha, atrás de la pared. Parece una guía de millonarios. Podés elegír una pareja de cada rubro, como para subir al arca si viene el diluvio y necesitan reproducirse.
Dos capos sindicales, Moyano y Gerardo Martínez, el ex servicio de inteligencia de la dictadura. Dos de los criados en la Ucedé, Boudou, Massa. Dos neoliberales que apoyaron al menemismo, Felipe Solá, Cristina Kirchner. Dos fachos conocidos, Dady Brieva, Santiago Cúneo. Dos de Guardia de Hierro, Bergoglio, De Vido. Dos delincuentes comunes entre decenas, José López, Ricardo Jaime. Dos conurbanos, Espinoza, Berni. Dos feudales, Gildo Insfran, Gerardo Zamora.
“Como para pensar antes de acusar, dividir, pegar etiquetas. Parte de tu laburo es poner la cara, negar, tratar de justificar todo, echar culpas a otros, pero hasta ahí. Tal como están las cosas, al final de un año de tanta malaria, qué necesidad de provocar.
Demasiado odio hay ya como para improvisar discursos de oído, Santi”.
(*) Periodista
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