Por Jorge Fernández Díaz |
Un fugitivo venezolano llega a una isla asolada por una extraña peste, y al tiempo descubre a un grupo de personas que repiten cíclicamente las mismas escenas. Testigo oculto, el náufrago apunta en su diario el asombro que le provoca esa situación y la belleza de una dama, Faustine, que contempla lánguidamente los crepúsculos. El fugitivo se enamora, y logra al fin dilucidar que ni ella ni sus compañeros son seres humanos de carne y hueso, sino proyecciones del pasado y, por lo tanto, fantasmas inducidos.
Resulta que el antiguo dueño de la isla era un científico y creó un revolucionario mecanismo de grabación tridimensional y reproducción perpetua; la novela fue publicada en 1940 y se dice que aquella ocurrencia anticipa el holograma. Pero Bioy Casares no tenía intenciones proféticas, sino fantásticas: leí por primera y única vez La invención de Morel a los quince años, y la recuerdo siempre como una trama perturbadora, y sobre todo como una dolorosa novela de amor. De todas sus peripecias y metáforas, siempre me quedó aquella realidad repetida y aquel pobre náufrago, el único personaje real, que se resigna a entrar en ella para hablarle y sollozarle a su amada impertérrita e incorpórea. "La eternidad rotativa puede parecer atroz al espectador; es satisfactoria para sus individuos. Libres de malas noticias y de enfermedades, viven siempre como si fuera la primera vez", anota el protagonista. La célebre parábola de Bioy me vino a la mente cuando Cristina Kirchner sugirió en público que su "pupilo" Axel Kicillof había sido votado por la supuesta evocación popular de su magnífica gestión económica. Que la vicepresidenta propone ahora como modélica y que ordena imitar. Esa alusión, despojada de cualquier análisis político, demuestra que la Pasionaria del Calafate posee su propia isla, donde se repite eternamente la misma proyección y donde ella sigue hablando con aquellos felices hologramas de sus "días dorados". Un territorio ilusorio y pretérito, que necesita rehabilitar y donde quedó estacionada para toda la eternidad, como Faustine. Aquel mundo ya no existe, y las condiciones macroeconómicas de las que disponía entonces fueron dilapidadas por Axel para evitar, entre otras cosas, el aumento de tarifas, llegar con lo justo y pasarle el pagadiós a la próxima gestión. Durante esa operación elusiva e irresponsable, se patinaron al menos veinticinco mil millones de dólares y entregaron todas las cajas vacías. Después se sentaron a ver cómo sus sucesores hacían la imprescindible corrección tarifaria y dinamitaban así su propio futuro electoral. Para no ser un "paria internacional" y arreglar con el Fondo, el ministro Guzmán prometió hace unos meses actualizar de nuevo las tarifas, pero la arquitecta egipcia le advirtió que no podría hacerlo porque perderían los comicios de medio término, optando así por preservar su poder personal a costa de destruir la reactivación sostenida y sustentable que necesita desesperadamente el país. Este episodio de ciencia ficción, que ni siquiera Bioy hubiera podido imaginar, contiene a su vez varias reflexiones: a pesar de todo, fue precisamente la política de Kicillof la que llevó al peronismo a su derrota en 2015, y luego un segmento significativo de la clase media creyó en serio que la gestión de Cambiemos era perversa, insensible, y que le gustaba castigar -en un inaudito acto de masoquismo- a sus votantes y cavar así su propia tumba. Fue ese trágico malentendido, esa negación suicida y estúpida, esa costumbre de vivir en modo ficción y por encima de nuestras posibilidades a cualquier precio, lo que repuso en el poder a los responsables del desastre original y a los campeones del populismo autoritario. Creer que el problema nacional radica únicamente en la clase política es un error habitual y constituye una demagogia periodística barata: tras cincuenta años de decadencia ininterrumpida, debemos decir con todas las letras que es la mentalidad argenta, con su "sentido común" de supersticiones regresistas, la principal razón de nuestro fracaso. Lo concreto es que la figura fuerte de este artefacto fallido -la familia ensamblada y disfuncional de este cuarto gobierno kirchnerista- acaba de cancelar el rumbo menos esotérico y ordena ahora marchar hacia pantanos espectrales. El asunto resulta de extrema gravedad. Una cosa es reposar en el fondo del mar (donde estuvimos varias veces); otra muy distinta es caernos en el talud oceánico, abismo desde el que nadie ha vuelto con vida.
El fervor de la arquitecta egipcia por el pobrismo solo es comparable con su fascinación por los regímenes despóticos del planeta, aquellos donde no funciona la democracia republicana y donde manda un zar o un partido único o una casta que impone su hegemonía. El gerenciamiento asistencial de la pobreza suele garantizar, en algunos de esos lares, la estabilidad del caudillo. Se verá el año próximo qué grado de quebradura moral y política ha alcanzado esta sociedad degradada después de tanta pedagogía contra el mérito y el progreso, y tanto clientelismo y tanta subvención. La lógica indica que a más pobreza, mayor voto castigo, pero existe la posibilidad de que cuanto mayor dependencia del Estado haya, más voto cautivo habrá: la fragilidad en la tormenta nos vuelve siempre conservadores. Y esclavos. Objetivamente, a la monarca de la calle Juncal le conviene un país pauperizado que ella pueda tutelar. Una vasta clase ociosa, solventada ya no por ricos, sino por impuestos vampíricos a la clase media dinámica que se rebela contra el feudalismo endogámico y su sistema de dádiva crónica. El peronismo abandonó hace rato su vocación de médico y se ha entregado a un falso servicio de enfermería. No cura la enfermedad en la sala ni en el quirófano; solo medra repartiendo en los corredores apósitos y analgésicos vencidos. El kirchnerismo es un cementerio de ideas, y por momentos un mastín desdentado: tiene capacidad de daño, y su insumo principal es el miedo, pero sin plata resulta menos peligroso de lo que parece. Solo un triunfo contundente en las urnas podría regenerar su afilada dentadura de otros tiempos. La familia Kirchner apuesta todo a esas fechas, mientras consiente la acumulación de un déficit fiscal fabuloso y explosivo. Para la economía, el mejor escenario es una mediocridad deprimente; el peor, un accidente macroeconómico de envergadura y de imprevisibles consecuencias. Los grandes inversores, los medios extranjeros y las cancillerías de Occidente ya han registrado la impericia de este poder bifronte, la devastación de la seguridad jurídica, el empeño en recrear sin fondos un estatismo estrafalario y la antología de cuentas en rojo y parches inútiles que han dispuesto los aprendices de brujo. La radicalización ordenada por la jefa es la frutilla de este postre indigesto.
Quedan apenas, quizá como secuelas de esa decisión envenenada y de todo este cementerio ideológico, dos anécdotas navideñas. Diego Cabot llegando a La Pampa y sorprendiéndose en la ruta 5 con un cartel que dice: "Bienvenidos a la provincia Eva Perón". Y las autoridades del Centro Cultural Kirchner suprimiendo la frase "Nadie es la patria, pero todos lo somos", que Borges escribió para refutar la apropiación indebida perpetrada por el viejo nacionalismo y resucitada por La Cámpora. Imagino lo que Bioy y Borges dirían de ese gesto furtivo y sus malos augurios. En la isla de Morel, donde Cristina pernocta, no se respeta a los fallecidos ilustres; solo se confraterniza con las ideas muertas.
© La Nación
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